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Mantener la guardia alta

viernes 19 de mayo de 2017, 08:09h

Las combustiones electorales que van sucediéndose en Europa dejan en el ambiente demasiados residuos tóxicos. Es cierto que ganan, por el momento, las alternativas más responsables y europeístas, pero los ciudadanos más comprometidos y progresistas no deberían confiarse: sobre el terreno conquistado se acumulan rescoldos humeantes de división, fanatismo, xenofobia, egoísmo y miedo. Muchos individuos, demasiados por desgracia, contemplan con pavor el futuro y ese sentimiento abotarga sus conciencias. Quedan convertidos en seres desconfiados, débiles y temerosos. Buscan entonces un refugio seguro y solo los extremistas, de derechas o de izquierdas, con sus propuestas utópicas y radicales, tan anacrónicas como falsas, calman esa angustia que les descomponen las entrañas.

Así las cosas, lamentablemente, destacamos más las marcas alcanzadas por los derrotados que los logros indiscutibles obtenidos por los vencedores. Aprendamos del pasado. La aparición en Gran Bretaña de un grupúsculo extremista, de carácter racista y soberanista, rearmó a los dirigentes conservadores que criticaban con dureza las atribuciones de la Comunidad Europea. En lugar de afrontar el fenómeno con decisión, como ha hecho Macron en Francia, el inútil de Cameron se desvaneció como una sombra en la niebla política de Londres. No fue capaz de hilvanar un discurso claro y contundente que oponer a sus adversarios. Tampoco explicó a los británicos las ventajas indiscutibles de mantener a su país en la Unión. Convocó un referéndum y lo perdió.

En los días que corren, como consecuencia de aquel error, con otras elecciones generales a la vista, convertido en una marioneta de Trump, el Reino Unido afronta una crisis social, generacional, económica y territorial sin precedentes. Ya sabemos que las medias tintas no sirven para combatir a los nacionalismos nostálgicos teñidos de neofascismo ultramontano. A las proclamas negras se debe responder con inteligencia, determinación, esperanza y valentía. Los fantasmas que vienen del pasado no pueden adueñarse de las instituciones democráticas que hemos construido con tanto esfuerzo.

Afortunadamente para todos, siguen vigentes los valores que alumbraron una Europa social, solidaria, abierta, unida y en paz. Los resultados de las pasadas elecciones en Austria, en Holanda y en Francia confirman que los ideales pueden imponerse a la barbarie intelectual. La batalla no ha concluido, pero resulta reconfortante escuchar de nuevo los gritos de libertad, igualdad y fraternidad atronando en las calles europeas. Habrá que profundizar en esos argumentos y dignificar una Europa de los europeos y para los europeos, aunque no la quieran así ni Putin ni Trump. Los agitadores totalitarios y desestabilizadores siguen ahí, aguardando su oportunidad. Mantengamos pues la guardia alta.

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