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Recuperemos el espíritu de nuestros orígenes

viernes 02 de junio de 2017, 07:40h

Una ola de burocratización y de funcionariado administrativo parece extenderse por algunas ONG. Llegan a fichar como si fueran funcionarios y, al teléfono, o no lo cogen o una voz responde: “Atendemos en horas de oficina”... o con un descorazonador “Fulanito no se encuentra”. En las ONG más acreditadas y solventes, ese servicio de acogida comienza ya desde que descuelgan el teléfono.

En cuanto a los medios, es evidente que se necesitan medios materiales para no tener que depender de “medios gubernamentales”. Este es un tema capital en el que nunca dejaré de insistir. Los voluntarios tienen que comprometerse a mantener los servicios en pie y funcionando. No pueden pretender llegar y que funcionen teléfonos, ordenadores, alquileres de espacios, agua, luz así como las contraprestaciones económicas que prevé la Ley del voluntariado para las personas que dedican toda su actividad a mantener los diversos y necesarios servicios.

El voluntariado no se puede asentar en nube o angelismo alguno. Tenemos que esforzarnos por cooperar económicamente, al menos, haciéndose socio de “dos euros con cincuenta a la semana”, que es lo que significan 10 euros al mes y que la mayoría de los voluntarios pueden aportar, pues también forma parte del “servicio social”. Seguimos en un país que profesa la “cultura del no dar” porque consideren su trabajo voluntario y en beneficio de los más necesitados. Recuerden todos que el número de socios le da mayor legitimidad ante las administraciones y los gobiernos a la hora de promover y exigir derechos de las personas más vulnerables, oprimidas, sin empleo, desahuciadas, ancianas y dependientes sin medios.

Desde sus orígenes, en el siglo XIX y ya antes del marxismo, las cooperativas, hermandades, y sindicatos de obreros exigieron una cuota por mínima que fuera, en metálico, en especie o en servicios concretos materiales. El voluntariado social no puede ser considerado como contraprestación laboral. Al contrario, no pocas veces algunas organizaciones autodenominadas de beneficencia y similares, corren el peligro cierto de convertirse en amortizadores de puestos de trabajo. Como sucedió, cuando se rreconoció la “objeción de conciencia” en lugar del servicio militar obligatorio. Nada más justo, pero algunas comunidades sociales prescindieron de personal auxiliar necesario en sus colegios y actividades para “acoger” a objetores de conciencia que iban cuando querían, o diz que “podían”. No, esto no son temas de beneficencia al uso. En Solidarios tenemos un dicho “El que no tenga nada que hacer, que no lo venga a hacer aquí”. Muchos no lo entendían, hasta que comprendían que el voluntariado social no puede ser un “pasatiempo”, una limosna, benevolencia o una recomendación de algún galeno o director espiritual o psíquico al uso. El voluntariado es la asunción de un compromiso en el espacio y en el tiempo con alguna Organización seria, legal y contrastada en su eficacia en la opción decidida por la justicia social; que tiene sus propias raíces, modo, estatutos y forma de ser y de actuar. Y el que quiera colaborar, que comience por asumir libremente sus compromisos. No confundamos las cosas ni nos titulemos “no gubernamentales” y luego se aproveche nuestro esfuerzo personal y social para fines políticos, confesionales, municipales, afectivos, embaucadores de la generosidad de otros, o de cualquier otra afinidad, o de mano de obra barata. Hasta ahí podíamos llegar.

Por eso tengo tantas dudas con pretendidas asociaciones que se autodenominan de “Responsabilidad social corporativa” porque eso no es voluntariado social sino asumir la responsabilidad empresarial de velar por las condiciones y necesidades familiares, sociales, de tiempo, etc de sus empleados. Hemos recibido “premios” algunas veces a los que tuvimos que renunciar porque suponían sesión de fotos, publicidad etc. No, esto no es de recibo. Hasta hubo un bufete de abogados que pretendía que los sábados, algunos de sus miembros, nos acompañasen a las aulas de cultura y de convivencia que mantenemos desde hace más de treinta años en varias prisiones. Pero no era para asesorar a los internos, que eso tiene otros cauces sino porque descubrimos que luego facturaban las horas empleadas en acompañarnos… para deducir en sus declaraciones a Hacienda. Sí, puede que un día haya que dedicar un tiempo a rememorar algunas de las peripecias que nos sucedieron, como comentábamos no hace mucho el Jaime Garralda, fundador y alma de Horizontes abiertos, el P. Angel, de Mensajeros por la paz, Luis R. en los orígenes de Intermón, y yo mismo por las peripecias por las que hubo que pasar o alzarnos ante algunas propuestas y “ayudas”.

¿Siempre se ha de sentir lo que se dice y nunca se ha de decir lo que se siente? Algunas ONG corren ese peligro y ya hemos sido testigos de lamentables situaciones, y todo porque hace algún tiempo que las ong’s se pusieron de moda. Sin embargo, necesitamos muchas más asociaciones humanitarias: en los barrios, en las comunidades, en las universidades, en el campo y en la ciudad, en el norte y en el sur.

El tejido social precisa nuevos aportes imaginativos y audaces. Pero que no pierdan sus auténticas señas de identidad guiadas por la justicia social y por el riesgo a no servir de “tapa rabos” en servicios que corresponden a los gobiernos, de ahí el No Gubernamentales, porque padecerán los más débiles. El voluntariado social, como fenómeno sociológico, y la solidaridad como dimensión antropológica del ser humano, se pueden datar en el tiempo y no va más allá de finales de los sesenta. Simbólicamente, a partir del conflicto en Biafra, en torno a 1970.
Aunque siempre ha habido personas que se han ocupado de los demás, que han sido compasivas, generosas, benefactoras y caritativas. No se podría entender la compasión del Buda si hubiéramos tenido que esperar al Rabí Jesús. Ni Sidharta hubiera sido quién llegó a ser sin el Vedanta asumido, y sobre todo, sin esa joya de la sabiduría universal “Bhagavad Gita”. En muchas tradiciones religiosas y en movimientos sociales, sobre todo desde ss. XVIII-XIX, ha habido formas de generosidad, de comunidad solidaria y hasta de heroísmo en la entrega y en el servicio.

La preocupación por los demás, las cooperativas, cajas de ahorros, las fraternidades y las iniciativas sociales no han sido patrimonio exclusivo del cristianismo, aunque en éste haya sobresalido por su mensaje de fraternidad universal y de ejemplar entrega a los más pobres. Pero nunca se ha de dar por caridad lo que pertenece por derecho, lo sepan o no, esté legislado o no. Sin olvidar que el soborno de un pretendido Cielo en un pretendido más allá podría desvirtuar ese altruismo.

Lo que debe caracterizar al voluntariado social en las ONG es su pasión por la justicia, sin esperar nada a cambio, por el placer de compartir, como insistía l’Abbé Pierre, en Los traperos de Emaús y René de Voillaume en las fraternidades de Foucauld. La entrega de los voluntarios no tiene por qué depender de convicciones religiosas ni políticas. Aunque no son óbice ni impedimento. Tampoco el voluntario tiene que ser un dechado de virtudes. Paradójicamente, las personas sencillas llenas de contradicciones y dudas, son voluntarios de lujo porque así es menos difícil para los marginados identificarse con ellos. Los que se reconocen como “nada” pueden serlo “todo” en plenitud personal en el voluntariado, pues entre otras mil cosas, se aprende a vivir agradecidos por lo que sin esfuerzo ni mérito disfrutamos.

Comprendemos que a ciertas personas de orden les cueste entenderlo.
Quizás las asociaciones humanitarias deberían abandonar la denominación de ONG (Organización No Gubernamental). Que se lo dejen a los amigos de los gobiernos, de los clubes filantrópicos, de ciertas fundaciones bancarias con fines diz que éticos que parecen haber descubierto un filón en el voluntariado y en la cooperación al desarrollo. Me refiero a algunos casos de abuso a cuenta del llamado “voluntariado corporativo”.

No son esos los criterios del voluntariado social propio de las organizaciones que no buscan ni el cielo ni el reconocimiento, sino la justicia y la solidaridad. Permítanme recordar lo que Juan escribió a los de Éfeso: “Conozco tus obras, tu esfuerzo y tu entereza. Tienes aguante, has luchado y no te has rendido ante las dificultades pero tengo en contra tuya que has perdido el empuje de tu primer fervor”.

José Carlos García Fajardo, fundador de Solidarios para el Desarrollo

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