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Antonio Rojano, dramaturgo: "Nuestra función es generar ficciones que se contrapongan a aquellas que habitan eso tan débil que llamamos realidad"

viernes 07 de julio de 2017, 10:01h
Antonio Rojano, dramaturgo: 'Nuestra función es generar ficciones que se contrapongan a aquellas que habitan eso tan débil que llamamos realidad'
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(Foto: Javier Naval)
Antonio Rojano, joven y deslumbrante dramaturgo cordobés, permaneció absolutamente ajeno a la escritura teatral hasta los veintitantos años, momento en el que se enamoró perdidamente del teatro. Desde entonces, y durante diez años, ha escrito más de veinte obras, que le han permitido acceder a algunos de los más importantes premios teatrales de nuestro país. Todo empezó con el Calderón de la Barca en 2005 con Sueños de arena; el Premio Miguel Romero Esteo y el Premio Marqués de Bradomín en 2006 con La decadencia en Varsovia y el Premio Caja España de Teatro en 2009 con El cementerio de neón. Después vendrían más estrenos y reconocimientos del público off madrileño con -entre otros- Ascensión y caída de Mónica Seles, Windsor, Dios K y La ciudad oscura -estos dos últimos montajes estrenados en Naves del Matadero y en el María Guerrero, respectivamente-. Así, hasta que Furiosa Escandinavia se llevara el premio Lope de Vega en 2016, y un año después el texto se montara también en las tablas del Teatro Español de Madrid al tiempo que se publicaba en Ediciones Antígona.

En España, ni siquiera con un curriculum tan brillante como el de Rojano puede aspirarse a vivir exclusivamente de la escritura teatral. Quien más, quien menos debe complementar sus exiguos ingresos provenientes de los derechos de autor con actividades extras que oscilan entre la impartición de talleres de escritura, las conferencias y charlas, los guiones para televisión o, incluso, de videojuegos, cuando no es necesario recurrir a otras absolutamente ajenas a la creación literaria. Por eso Antonio Rojano se ve obligado a responder a nuestras preguntas a caballo entre Valencia y Santiago de Compostela, ciudades en donde ha impartido sendos talleres de creación dramatúrgica en este caluroso final de junio que no es más que un aviso a navegantes para lo que se nos viene encima.

Graduado en Periodismo por la Universidad de Sevilla y en Relaciones Laborales por la de Córdoba, Rojano ya no considera, ni siquiera lejanamente, la posibilidad de hacer otra cosa distinta a la de seguir creando nuevos mundos, nuevas historias a través de la escritura teatral. La pasión es lo que tiene, que se adueña por completo de quien la abraza, y el cordobés dejaría de ser quien es si alguien intentara alejarlo de este camino. El teatro, además, no se lo perdonaría nunca…

J.M.V.- Lo has contado ya más de una vez, pero me gustaría escucharte de nuevo cómo llegaste al teatro

A.R.- Llegué al teatro a través de la lectura de teatro. No es nada habitual que alguien, sin experiencia en artes escénicas, se lance a escribir solo por los libros que encontraba en una biblioteca pública. Fueron años de descubrimiento, de placer lector e imaginación desbordada. Aquellos libros traían escenarios a mi mente que eran habitados por personajes y voces. Y parece que aquellas voces se quedaron dentro y me obligaron a intentarlo.

P.- Has dicho también alguna vez que tu teatro puede resumirse en solo tres palabras: ficción, estructura y lenguaje. ¿Qué te parece que aporta tu teatro al género y, en realidad, a dónde quieres o te gustaría llegar con él?

R.- Es difícil valorar si mi teatro aporta algo diferente. No creo que yo pueda añadir nada reseñable a un arte milenario. Lo que sí que deseo es seguir contando historias y poder desarrollar una voz personal al ofrecérselas al público. Que sea un trabajo honesto y, especialmente, acorde a los tiempos en los que vivo. El trabajo a través de la estructura y del lenguaje pienso que es fundamental. Sin olvidar la tradición, no creo que debamos escribir teatro como hace treinta años. La realidad contemporánea es terriblemente compleja.

P.- ¿No crees que muchas veces la realidad parece más invención que la propia ficción?

R.- Bueno, podría ser una forma de contarlo. A mí me gusta pensarlo de otro modo, decir que eso que llamamos “mundo real” no es más que una construcción de nosotros mismos. La historia, por ejemplo, sería una ficción validada por la costumbre y el poder. Los medios son grandes creadores de ficciones también.

P.- `La ciudad oscura’ y ‘Furiosa Escandinavia’ son tus dos obras más maduras, más elaboradas y complejas. ¿Es quizás ese el camino a recorrer de aquí en adelante?

R.- Sí, creo que son dos obras que destacan sobre otras que he escrito. También es cierto que son textos que me llevaron más lejos, no solo en lo profesional, porque contenían impulsos poderosos detrás, cuestiones personales que fueron decisivas en el momento de ser plasmados en el papel. Como decía antes, nuestra función como autores es generar ficciones que se contrapongan a aquellas que habitan eso tan débil que llamamos realidad. Quizás haciendo más ruido, por ejemplo, contando el golpe de estado del 23F a través de una carrera de caballos, estemos más cerca de la verdad inasible del acontecimiento. Si imitamos la realidad sobre el escenario, si somos pura mímesis, aparte de no darse el filtro artístico necesario, tampoco descifraremos nada nuevo que no sepamos.

P.- Estudiar a Fernando Arrabal, a Alfonso Sastre, a José Luis Alonso de Santos... constituyó una verdadera revelación para ti. ¿Has vuelto a sentir algo parecido con algún otro autor o autora en estos últimos años?

R.- Fueron las primeras lecturas con rigor y quizás a ellas les debo dedicarme al teatro. Pasé algunos años entusiasmado también por el teatro norteamericano, por Ibsen, Chejov, autores contemporáneos ingleses... Pero creo que en la actualidad, si hablamos de mi forma de escribir, descubrir a Rafael Spregelburd supuso dar un volantazo al modo de enfrentarme a la escritura teatral. Su interés formal y artístico, su búsqueda poco convencional me hizo despegar hacia una galaxia de posibilidades que compartía.


P.- Con ‘Sueños de arena’, ganaste el Premio Calderón de la Barca en 2005. Seis meses después, ganaste también el Marqués de Bradomín. ¿Necesitas el reconocimiento de otros dramaturgos, intelectuales, del público y de la crítica, o es mucho más importante que el autor se encuentre consigo mismo al margen de los parabienes que le vengan desde fuera?

R.- He tenido suerte en mi trayectoria, mucha suerte. Los reconocimientos son alegrías, instantes de refuerzo, pero para mí todos estos premios no eran el objetivo directo sino el indirecto. El deseo de reconocimiento era más un deseo de conocimiento. Yo no quería que me valoraran o aplaudieran por el premio, yo era un joven de provincias que leía teatro en una biblioteca pública, que no estudiaba en la RESAD ni era actor. Nadie del mundillo me conocía. Por lo que el sistema de premios suponía una puerta por la que darse a conocer. Ha sido muy difícil. Gané el premio “Calderón” en 2005 pero hasta 2011 no empecé a estrenar con regularidad, aunque fuera en salas pequeñas y sin apenas producción. Al no provenir de la RESAD o de un círculo artístico concreto, la única vía de llegar hasta aquí era a través del trabajo, que el trabajo hablara por mí y no yo por él. Y en este caso, los premios me han demostrado que pueden ser una vía para conocer gente y que una trayectoria se tenga en cuenta, aunque haya pasado ya más de una década. Por otra parte, escribo sin mirar mucho hacia fuera. He realizado otros espectáculos que no han tenido una respuesta crítica favorable pero aún hoy sigo creyendo en ellos y estando muy orgulloso de esas experiencias.

P.- ¿Tienes algún método acuñado para seguir creando nuevos textos, o son los temas quienes determinan la forma de construirlos?

R.- No tengo ningún método. Normalmente me aproximo a una idea, la tengo dentro durante un tiempo, investigo, leo, pruebo... Y al final esa idea termina escrita cuando me obsesiona, cuando es lo suficiente fuerte como para no dejarla escapar. Cada texto, pienso, se va encontrando a sí mismo dentro de ti. Encuentra sus personajes, su forma, sus palabras. Te conviertes en un mero intermediario.

P.- La crisis económica, al menos, ha servido para renovar el tejido teatral y que autores hasta ahora menos conocidos, incluso desconocidos, hayáis emergido con una fuerza inusitada: Conejero, Messiez, Carolina África, Paco Becerra, o tú mismo sois solo algunos ejemplos.

R.- Ha sido una paradoja. Que en el peor momento para que apareciéramos, aparecimos. Creo que hace cinco o seis años, la ausencia de medios, el off, fue un caldo de cultivo para que voces que no tenían nada que perder aparecieran. Además, muchos de esos compañeros que comentas son directores. Si no teníamos nada que perder, antes que contar las historias de otros, preferimos contar las nuestras. Ojalá se afiancen todas esas voces con los años.

P.- A pesar de tus dos decenas de obras publicadas, el horizonte de poder dedicarte en exclusiva a la creación dramática parece muy lejano. ¿Qué estamos haciendo para impedir que creadores tan prolíficos y reconocidos como tú , y algunos otros más, no podáis llegar a ese punto de cierta tranquilidad de espíritu para poder seguir dedicándoos a lo que es vuestra clara vocación?

R.- No podemos hacer gran cosa. La idea es que, como contaba, aquellos que además son directores pueden mantenerse mejor. Viven por el sueldo de sus direcciones, apenas por lo que generan con sus textos. No existe una profesionalización de la figura del autor teatral. Las dramaturgias no son pagadas cuando se estrenan, somos los únicos que jugamos a la ruleta rusa de la taquilla. Los autores vivimos con el riesgo del público. Y no solo hablo de teatros pequeños o alternativos, sino de teatros públicos. Lo que me resulta más sangrante. Si un texto falla en su puesta en escena, la única remuneración en riesgo es la del autor, que cobra su porcentaje a través de SGAE. Es decir, del público. Todo el equipo artístico recibe un caché previo por su trabajo (director, ayudante de dirección, actores, escenógrafo, músico, vestuarista...), vaya bien o mal la función, todos salvo el autor reciben una base económica. Algo que sirve para ir encadenando proyectos y mantenerse, aunque sea en lo precario. Para nosotros los autores, el horizonte sigue estando lejano, los tiempos han cambiado. Ya no se hacen demasiadas giras, ni siquiera las oportunidades que tenemos nos dan acceso a grandes espacios, la taquilla de un centenar de butacas -por mucho que estés un mes programado- no compensa económicamente todo el trabajo que hay detrás, trabajo de años. El modelo ha cambiado y eso nos deja a los autores en un vacío laboral que hace insostenible nuestra profesión, solo la pasión de contar nuestras historias y la ingenuidad nos mantienen ahí. Pero la mayoría, la vida se la ganan lejos del escenario. Creo que pasarán los años e intuyo que los que solo escribimos abandonaremos el barco.

P.- Y ese estadio superior, digamos el de “Consagrado”, ¿puede aplicarse hoy en España a alguien más que a Mayorga?

R.- Bueno, los hay. Sanzol, Mayorga, José Ramón Fernández, Laila Ripoll... Para mí, ellos son consagrados y seguro que ninguno de ellos vive solo de la escritura, sino que han tenido que reconvertirse y encontrar otros medios para sustentar su trabajo.

P.- Asistimos con frecuencia al espectáculo de actores que producen sus obras, las escriben, las dirigen, las iluminan, crean su propio espacio sonoro y crean sus propias escenografías. Parece que el hombre orquesta también ha venido al teatro y para quedarse. ¿Hay que resignarse a ello o habría que hacer algo para salir de esta situación?

R.- Creo que es un modo de controlar el proceso, de poder llevar tu mensaje más lejos y más cerca del público, pero también de poder recibir una remuneración por tu trabajo. Ese creador total existe y bien por los que pueden y saben hacer tantas cosas.

P.- Has hecho alguna incursión y con notable éxito en el mundo de los videojuegos. ¿Vas a seguir por ahí? ¿No te parece esa vía una oportunidad desaprovechada por la industria cultural para intentar acercar la cultura a los más jóvenes, en lugar de contribuir a alienarlos?

R.- Tuve esa oportunidad y me encantaría repetir. El medio de los videojuegos nos acerca a nuestra época, al gran público y es apasionante. Siempre digo que ese juego, que llegó a más de un millón de hogares, será mi obra de teatro que llegará a más gente. El problema es que en España aún es un sector joven y no prima tanto lo que se cuenta, sino la jugabilidad. Algo que obviamente para su medio es obligado. Quizás pasen los años y surjan nuevas oportunidades, y, en general, sería deseable que vayan incorporándose, a ese germen de estudios que arrancan hoy en nuestro país, escritores y guionistas como ya ocurre en EEUU.

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