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La manipulación política de los Mossos conduce a la incompetencia

miércoles 23 de agosto de 2017, 15:25h

Conforme se emitían las noticias sobre el atentado en Barcelona empecé a sentir una mezcla de estupor y sorpresa. Pero la actuación de los Mossos en Cambrills me confirmó que algo no andaba bien en la respuesta policial. ¿Cómo era posible que abatieran a todos los terroristas y no trataran de inutilizar alguno para obtener una información que en esos momentos era preciosa en términos de seguridad? ¿Un solo agente había matado él solo y sin más a cuatro terroristas? Todo indicaba una actuación grosera y poco competente. Al menos a los ojos de alguien para quien los temas de seguridad no le son ajenos. Me explicaré.

Desde mediados de los años ochenta, cuando fundamos la revista Tiempo de Paz, un grupo de gentes en Madrid y Barcelona, aunque también en Zaragoza y otras ciudades españolas, comenzamos a formar lo que podría considerarse una comunidad civil interesada en asuntos de paz y seguridad. En aquel entonces los temas prioritarios se referían a la seguridad europea, en medio de las tensiones entre las dos superpotencias, con los euromisiles como punta del debate. Pero no hay duda de que los temas han variado desde entonces. Lamentablemente, ahora la cuestión del terrorismo yihadista es una prioridad en todo el mundo. Y aunque no hayamos devenido en expertos sobre terrorismo, algo hemos aprendido aquellas gentes en materia de paz y seguridad.

Por ejemplo, la actuación de la administración de Bush hijo en Oriente Medio nos enseñó que las acciones gruesas de represalia son ineficaces contra el terrorismo internacional. La lucha contra el terrorismo yihadista debe basarse en el fortalecimiento de las operaciones de inteligencia. La información es la clave de la prevención ante la acción violenta. Por eso no entendí muy bien la acción de represalia en Cambrills. Y el argumento de que los terroristas llevaban chalecos de explosivos me pareció borroso. Disparar al pecho de quien lleva un chaleco de esa naturaleza no es mucho más inteligente que disparar a las piernas para inutilizarlo, como sabe bien la policía en cualquier lugar del mundo. Pero la última noticia sobre cómo se produjo el abatimiento de Younes Abauyaaqoub, el joven que condujo la furgoneta que sembró la muerte en las Ramblas de Barcelona, confirma esa percepción.

Definitivamente, era prioritario inutilizar al terrorista en vez de liquidarlo sin paliativos. Y no sólo por una cuestión de derechos humanos, sino por estrictas razones de seguridad. Pero las prioridades estaban cambiadas. ¿Por qué?

Conforme se completa el puzle de los atentados, va emergiendo un hilo conductor que lleva hasta una elección política de las prioridades en seguridad: la necesidad de mostrar que Cataluña puede erigirse como un Estado fuerte y autosuficiente también en esta materia.

Esa es la causa de que los Mossos no dejaran entrar a los especialistas de la Guardia Civil ni de la Policía Nacional tras “la explosión de bombonas de gas” en la casa de Alcanar. Quizás la Guardia Civil hubiera identificado inmediatamente restos de triperóxido de triacetona (TATP), el explosivo poco manejable que usan los yihadistas, y a partir de ahí se hubiera dado la alarma de posible atentado. Pero era prioritario que los Mossos lideraran cualquier investigación en Cataluña. También cobra nueva luz los oídos sordos que se hicieron a la recomendación de la Policía Nacional, tras los atentados de Berlín, de que se pusieran bolardos en las entradas de las calles peatonales. En Barcelona no había amenaza terrorista dijeron desde la Generalitat y la alcaldesa Colau reafirmó que eso restaría credibilidad a la ciudad abierta que debe ser Barcelona.

Y conforme avanzaban los acontecimientos, una sucesión de operaciones propagandistas que sonrojan a cualquiera. Como lo de la Operación Jaula. Cuando uno trataba de saber en qué consistía exactamente, de nuevo la información era borrosa. Hoy sabemos que consistió en dos parejas de agentes en fondo de la Diagonal, sin usar medios para control eficaz de automóviles, como cadenas de pinchos u obstáculos de hormigón en zigzag. Pero tampoco había que dejar que las fuerzas de seguridad del Estado cobraran demasiado protagonismo. Por supuesto, la relación con los medios de comunicación las excluyó por completo. La guinda del pastel la puso la Generalitat y su mayoría parlamentaria concediendo honores a los Mossos, policías locales y servicios de emergencia. A la Policía Nacional y la Guardia Civil, “Bueno, pues mol bé”. Una actitud sectaria, insolidaria y realmente miserable, con la que consiguen producir una molestia interna en las fuerzas estatales de seguridad poco aconsejable.

Estoy seguro de que cuando pase el estupor que nos produce la acción enloquecida de los terroristas en Barcelona y se comience a analizar la respuesta política a los atentados, una ola de indignación recorrerá Cataluña y el resto de la península. Y obtendremos otra muestra de la catadura moral de un independentismo cada vez más desesperado.

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