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Sensación de sábado

martes 29 de agosto de 2017, 12:40h

A los 21 acababa de empezar. A los 42 estaba casi nuevo. A los 53 apenas era yo. A los 64 no era mucho más. A los 75 sobrevivía. Ahora tengo ochenta y tantos, y nunca tuve más temple; creo que tendré ochenta y tantos para siempre. A. Milne (The End)

Me sonreía al leerlo porque, desde que me jubilé a los 70, seguía haciendo mil “trabajos”. Pero desde que cumplí los 80, sentí muchas cosas nuevas que estaban ocultas y afloraban, otra dimensión del tiempo, de las horas, de los espacios y sobre todo de las obligaciones y compromisos. Me refiero a una sensación más profunda y totalizante en cualquier momento del día y de la noche. A veces, me voy a la cocina en donde hay un calendario con números y nombres grandes, con Purísima incluida, para cerciorarme de en qué día nos encontramos porque, para mí, desde el 6 de abril, ya todos los días son/es siempre “sábado”.

Desde que me levanto para sentarme un rato en silencio hasta la noche en que hago lo mismo antes de ponerme el pijama… ya siempre es sábado. No en el sentido Sabbat de su etimología. Nada que ver. Revivo consciente y ya por hábito adquirido, estar a lo que estoy, Age quod agis, en la ducha o al vestirme, en el desayuno o regando las plantas y flores de la terraza, preparando mi espacio para escribir en la terraza o en mi estudio, al poner la música adecuada a lo que esté haciendo, no siempre la necesito.

Es una sensación inefable y que si no se ha vivido es difícil de explicar. Más que sensación o sentimiento es un estado de ánimo como el que disfrutaba, quizás en la juventud, desde que implantaran en el Instituto la “semana inglesa”.

Claro que hay “problemas” porque siento que me rijo por la luz, por el amanecer o la puesta de sol, aunque haya nubes o llueva a mares. Algunas veces tengo que recurrir al dicho de los corsos “Calati jonco ca passa la quina” Inclínate junco, mientras pasa la riada. Porque, “habernas, haynas como as meigas”. Una vez más, vuelve a mi memoria, lo que me decían los ancianos de África subsahariana: “el tiempo no existe, blanquito, lo vamos haciendo según lo “necesitamos”, o se va haciendo según nos sentimos. Y es que, la hora del desayuno que siempre estuvo fijada, ahora, depende. Lo mismo la hora de comer, si nos apetece nadar en la piscina porque entonces no hay nadie. La hora del té o de la merienda en España nunca pasó de las seis mientras que ahora, en este sábado kairológico, pues … depende: en algún descanso de un partido de tenis o de golf o de fútbol o de tabla como el de hoy (en Hawái, creo) que ganó uno de los dos brasileños finalistas. Qué maravilla. De repente, suenan las sirenas y las rápidas embarcaciones de rescate van a recogerlos… porque ¡han visto un tiburón blanco nadando tranquilamente!, (que luego nos pasaron de nuevo,) ese animal hermoso y grande que se deslizaba, se medio hundía con una elegancia infinita y se “aupaba” como yo de muy niño en brazos de mi madre o de la buena de María o de Manuela… ya las confundo en sus tiempos. Uno se va a aliviar o a buscar una bebida durante la publicidad de una serie que te gusta o al terminar un capítulo de una lectura o al final de un concierto o cuando tienes ganas. Luego, la cena… que era sagrada, pues, depende. Esto debería tenerlo en cuenta las empresas que se publicitan de manera tan torpe, a veces, chabacana, en lugar de, dejar caer, una buena imagen que podamos asociar casi sin darnos cuenta, pero que queda como in put. Hay anuncios que te revuelven y te dan la sensación de impotencia, como si tuvieras que “mal tragarlos” a la fuerza. No critico ni excluyo la publicidad, pero necesito y exijo calidad, mesura, savoir faire.
¡Bendita tierra gallega que en tantas situaciones dudosas se acogen con un “iso depende”,imos indo,”” e logo vostede ¿pa onde va ou tira? Se no é indiscreción”, rematan. Y luego está el sublime recurso de un paisano “Eu, se lle dixera a verdade, lle mentiría, ou non?”.

Esta sensación vivida y casi permanente de libertad es preciso apreciarla, “caer en la cuenta” y mantener un cierto orden, el que tú o con quien vivas hayáis convenido, pero con gran flexibilidad.

Aunque un cierto plan de vida, de quehaceres, de costumbres es bueno mantenerlo. Prueba de ello es que, cuando te quedas solo unas semanas porque tu mujer se va con nuestros hijos o nietos a la playa o con sus amigas a un viaje, si no te organizas un poco, sin angustiarse, terminas sin orden ni concierto.

Y la experiencia de tantas décadas de vida con tus padres, o en colegios mayores, o ya casado y con hijos y, sin duda en el trabajo, es muy necesario y es preciso permanecer alerta… como cuando navegas o conduces. Un cierto orden es sinónimo de civilización, de cultura, de educación y hasta de respeto; por los demás y contigo mismo porque no cabe “abandonarse” cuando has sido educado en un cierto orden, flexible o fijado, pero aún en la soledad ascética de un ermitaño en el desierto o en una comunidad contemplativa el orden y reglas son necesarias. Como la puntualidad y el saber estar son formas de convivencia establecidas y las haces porque quieres hacerlas. Igual que la educación y la cortesía son formas de la justicia.

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