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El brusco patinazo de la Generalitat

jueves 07 de septiembre de 2017, 07:43h

Había otros escenarios posibles. Mucha gente, independentista o no, esperaba que la aprobación de las leyes de separación del Estado se diera en medio de un ambiente de respetabilidad y alta dignidad. Cometerían un error histórico, pero la Generalitat y su reducida mayoría parlamentaria lo harían con formas dignas y solemnes. Sin embargo, lo sucedido este miércoles 6 de septiembre en el Parlament quedará en los anales de la chapuza jurídica y la trapacería política. No sólo han desconocido normas constitucionales y orgánicas, también han descendido a la violación del reglamento parlamentario y de los derechos de la oposición (que es cerca de la mitad de los escaños). Y todo ello desconociendo los propios servicios jurídicos de la Generalitat, que les advirtieron de los atropellos que iban a cometer y de sus posibles consecuencias.

¿Era necesario que la operación se hiciera de ese mal modo? ¿Cuál sería la causa de que los partidarios de Puigdemont y Forcadell optaran finalmente por este escenario tan poco edificante?

Buena parte de los analistas políticos –también en Cataluña- se inclinan a opinar que ese escenario antidemocrático era la vía propuesta por la CUP y no la de la Generalitat, pero que, ante el temor de perder la mayoría, la dirección de la coalición Junts pel Si no ha tenido otro remedio que plegarse a los modos de la CUP. Mi particular juicio es que esa es una de las causas pero no es la única. Creo que también ha contado el temor de que un proceso parlamentario normal entregara un precioso tiempo de respuesta a los órganos del poder judicial para tomar medidas que imposibilitaran su avance desde las instituciones. Y no hay que despreciar que haya gente en el Parlament que crea que tienen suficiente apoyo social en la calle como para poder saltarse a la torera cualquier norma estatutaria.

Pero la cuestión es que, sea por cálculo político, por temor o por soberbia, lo cierto es que han montado un espectáculo esperpéntico que ha provocado vergüenza propia y ajena. Cualquier asesor en imagen pública les hubiera recomendado no hacerlo. Por usar un símil bélico, es bien sabido que una táctica desastrosa puede liquidar toda una estrategia.

Este patinazo mayúsculo ha ofrecido en bandeja la justificación para una respuesta consistente del Gobierno español. No se trata ahora de evitar la desconexión de una porción del territorio nacional, sino además de restablecer el funcionamiento democrático de las instituciones de gobierno en Cataluña. Algo que ha galvanizado la oposición en el Parlament y la acción política conjunta de los partidos constitucionalistas en el resto de España. Por otra parte, las dudas o reticencias que pudieran existir en las instancias fiscales o constitucionales se han disuelto como azucarillo en agua caliente.

En realidad, pareciera que Puigdemont y Forcadell estuvieran dispuestos a inmolarse políticamente. Porque una vez que el Tribunal Constitucional los inhabilite no habrá respuesta social que cambie esa situación. Y si aparecen minorías violentas en las calles de Barcelona será como rizar el rizo de la intervención estatal. Lamentablemente, no hace mucho que la violencia ensombreció las Ramblas como para que aparezca ahora en otra versión distinta. Dicho en breve, las condiciones han evolucionado rápidamente para sea más que previsible un rotundo fracaso del procés. Ya no parece que habrá choque de trenes. Ahora habrá que saber cuánta frustración y cuánto dolor provocará el descarrilamiento de uno de ellos.

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