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La máquina de hacer niebla

jueves 21 de septiembre de 2017, 08:18h

En algún lugar funciona una máquina poderosa de hacer niebla. Ese velo postizo, espeso y blanquecino, artificial y perturbador, viene encubriendo las corrupciones del nacionalismo pujolista y la ineptitud manifiesta de los sucesivos gobiernos del Principado. Desde hace tiempo, esa bruma se extiende por toda España, ocultando los problemas que agobian a la ciudadanía española. Los encargados de manejar el artefacto, cuando conviene a los ingenieros que lo diseñaron, activan el fuelle y multiplican la densidad del fenómeno. Apenas intuimos los contornos del presente y nada vemos del futuro inmediato. Nuestros políticos nacionales, cegados por esa penumbra ambiental, andan tanteando el suelo que pisan, buscándose lazarillos que les ayuden a cruzar las calles. Esperan que se disipe el meteoro. Cuando tal cosa suceda, que sucederá, reconocerán el paisaje y buscarán nuevamente el espacio que les corresponda. Mientras tanto, los artífices del invento, escondidos en la tramoya del montaje catalán, satisfecho con lo hecho, vocean entusiasmados: "¡Más potencia. Más potencia. Necesitamos más niebla. Hay que enturbiarlo todo!".

Y así estamos todos, sin comerlo ni beberlo, sumergidos en la neblina que procede de Cataluña. Nos preguntamos qué hay de lo nuestro y nadie nos responde. ¿Qué hay, por ejemplo, de la desigualdad probada que ha dejado en la cuneta de la marginalidad a millones de ciudadanos? ¿Qué se hace para remendar el tejido social rasgado por la crisis? ¿Qué se hace para reincorporar al mundo laboral a los parados de larga duración, con más de cincuenta años la mayoría, que sobreviven aparcados en almacenes humanos de sujetos inservibles? ¿Qué hacemos con esa generación perdidas de jóvenes españoles, suficientemente preparada, que no puede emanciparse?. Muchos de ellos no tienen trabajo. Los más afortunados cobran salarios miserables y se quedan en la calle cada tres por cuatro. De aquellos que emigraron al extranjero, son muy pocos los que encuentran un buen empleo. La mayoría termina por colocarse en algún oficio sin cualificación o regresan a casa totalmente defraudados.

La niebla desdibuja lo evidente: aunque la Seguridad Social está apunto de quebrar y peligran las pensiones de nueve millones de perceptores, nada sabemos del Pacto de Toledo, el organismo político encargado de resolver la situación. Tampoco se sabe nada, que nosotros sepamos, del pacto educativo, tantas veces abortado y que todo el país reclama. Camuflada persiste también la cuestión territorial: la deriva del llamado Estado de las Autonomías ha convertido a España en un renacido reino de taifas. El territorio donde vive o nace cada ciudadano regula de forma distinta los derechos y deberes que le son propios. De esta forma varía la calidad y cantidad de los servicios públicos que se prestan en cada región. Este hecho diferencial encuadra a la ciudadanía en categorías distintas y desiguales. Esta deformación sobrevenida se reproduce, además, en cuestiones tan fundamentales como la educación, la asistencia sanitaria, los servicios sociales, la fiscalidad, las infraestructuras o las aportaciones solidarias a los fondos estatales. Mientras persista ese vapor dominante que emborrona la realidad, mientras la máquina de hacer niebla siga funcionando, España seguirá paralizada e inmovilizada.

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