'Conversaciones con mamá': la vida misma

Jaime, el hijo, tiene unos cincuenta años, está casado y tiene dos hijos. Disfruta de una situación económica bastante desahogada hasta que lo despiden de su empleo y se queda sin trabajo. Entonces recurre a su madre, una mujer de 72 años, serena, equilibrada e independiente, que vive sola desde que, hace ya bastante tiempo, se quedara viuda. Ahora Jaime, para poder mantener su elevado ritmo de vida, decide vender el apartamento en el que vive su madre, pero una circunstancia que ni siquiera imagina le va a pillar con el pie cambiado: su dulce mamá se ha echado novio y no piensa abandonar su hogar, por mucho que el piso sea propiedad de su hijo.

Aunque Jaime le ofrece la habitación que fue del servicio, y la quiere enfrentar a su consuegra, que es la que realmente les organiza la vida a su hijo y su mujer, la madre no da el brazo a torcer y trata de cambiar la óptica del problema a su hijo que, en primera instancia, no llega a comprender que sacar a la mujer de su piso supondría una verdadera hecatombe, de dimensiones infinitamente más destructoras que la pérdida de poder adquisitivo que sufre este por la pérdida de su trabajo. Su madre acabará descubriéndole sus verdaderas prioridades vitales, aunque a esa conclusión -como casi siempre suele suceder- llega a destiempo.

Agridulce

La función tiene dos partes bien diferenciadas. En una primera, los datos acumulados de uno y otro personaje, van dando la pauta al espectador de sus temperamentos, sus personalidades, su actitud ante la vida. En la segunda, ya bien definidos ambos, queda patente que la dependencia que inicialmente podía presumirse de uno sobre otro, tiene los polos cambiados y el más vulnerable, la anciana madre, tiene mucho más claros los resortes que mueven su vida y a los que no está dispuesta a renunciar bajo ningún concepto.

‘Conversaciones con mamá’ es una comedia agridulce, llena de emociones, sonrisas, humor y ternura pero, al mismo tiempo, impregnada también de grandes dosis de poesía y de realismo que, en el montaje de Manuel Galiana, no llega nunca a rozar la sensiblería. Encontrar ese justo punto de equilibrio entre lo uno y lo otro solo es posible con el acierto en la elección de los dos personajes protagonistas y, en este caso, creo que el experimentado actor y director, ha dado en el mismo centro de la diana. María José Álamo consigue una interpretación prodigiosa, llena de matices, permaneciendo sentada durante los cerca de 90 minutos del espectáculo, gesticulando con su cara, sus brazos y sus manos que, además, tiene ocupadas haciendo punto durante buena parte de la función. Óscar Olmeda, por su lado, muestra, una vez más, que domina el oficio y -justo al revés que su madre- no se sienta hasta el final de la función, y se ayuda mucho más de la expresión corporal, sin dejar tampoco de lado la gestual y la vocal, componiendo un Jaime genial.

La escenografía es realista y sencilla. Un banco situado en medio del escenario, a la sombra de un árbol del parque donde madre e hijo pasaban horas y horas en un parque infantil. Ese banco ahora lo mismo remite a la salita del pisito que habita la madre, como a aquella ya lejana infancia en donde se forjaron las relaciones íntimas e indisolubles que cimentan un amor a prueba de bomba.

Una función deliciosa en donde es difícil que nadie que haya superado la treintena, no se vea reflejado en buena parte, si no directamente, sí a través de padres, tíos o amigos que seguro que han atravesado o atraviesan una situación similar.

'Conversaciones con mama'

Texto: Santiago Carlos Ovés

Adaptación: Jordi Galcerán

Dirección: Manuel Galiana

Intérpretes: María José Álamo y Óscar Olmeda

Una producción de Martes Teatro

Estudio 2 Manuel Galiana, Madrid