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Es tiempo de solidaridad y de cooperación entre todos

martes 31 de octubre de 2017, 11:42h

Los medios de comunicación nos agobian con desgracias, calamidades, asesinatos, bombardeos, incendios provocados, algaradas seudo revolucionarias y catástrofes. No hay más que recorrer los contenidos de telediarios, boletines informativos de radio, tertulias y portadas de la mayoría de los diarios, excepto los de deportes con su lenguaje destructor de la lengua española, sobre el que habremos de volver. Se diría que los ideólogos de El Caso, La Farola y otros esperpentos han renacido disfrazados. Causan vergüenza ajena y uno suspira porque, no cada semana, sino cada día hubiera una de las sabias columnas de Alex Grijelmo y de otros maestros del periodismo y de la lengua española para que no terminemos en una cacofonía propia de primates.

Pero a veces suceden acontecimientos como los terremotos de los días 19 y 23 de septiembres en México que alcanzaron a 5 Estados, incluida la Ciudad de México. Todavía nos acordamos del terrible terremoto de 1985 que produjo más de diez mil víctimas. Y por supuesto, los medios no dejaron de informar puntualmente de las desgracias padecidas por la población.

Pero no han resaltado lo suficiente el espíritu de solidaridad y de cooperación del pueblo mexicano, así de cómo otros muchos miembros de la sociedad civil en tragedias similares en otras latitudes.

Sin que nadie las convocase, miles de personas, especialmente los jóvenes, se pusieron a remover escombros para salvar a las víctimas enterradas. Se organizaban grupos espontáneamente y este espíritu de solidaridad pudo salvar muchas vidas. Lo hemos visto estos días en los incendios de Galicia y de Portugal: centenares de personas acudían, atravesando montes y veredas de cabras, para echar una mano allí donde hiciera falta.

Pero me impresiona cómo lo pone de relieve mi buen amigo Leo Boff, desplazado a México, con la emoción contenida y como una llamada a la esperanza, a la que me acojo de todo corazón.

Inmediatamente se crearon centros de recogida de ayuda a las víctimas, ya fuera con mucha agua, víveres, ropa, mantas y todo tipo de utensilios importantes para una casa. La cooperación no conoce límites.

El edificio de una escuela se derrumbó con muchos niños dentro. Un joven, viendo que en medio de las ruinas se había formado una especie de canal, penetró por el agujero y sacó a varios niños de 5-7 años. Apenas había sacado al último cuando detrás de él cayó otra parte de la escuela, salvándose por segundos.

Una señora, de unos 30 años de edad, estuvo 34 horas debajo de los escombros. Concedió una conmovedora entrevista por la televisión para narrar las distintas fases de su tragedia. Aprisionada entre los escombros, una plancha de concreto quedó fijada a un palmo de su rostro. Durante 30 horas no oía ninguna voz, ni pasos, ni ningún ruido que significara la aproximación de alguien que pudiese rescatarla.

Entonces, contó los distintos estadios psicológicos, semejantes a los que conocemos cuando un enfermo recibe la noticia del carácter incurable de su enfermedad y de la proximidad de la muerte.

En un primer momento, esta señora se preguntaba: ¿por qué precisamente yo debo pasar por esta desgracia? Después, casi desesperada, se puso a llorar hasta quedarse sin lágrimas. En el momento siguiente, se puso a rezar. Finalmente, se resignó, pero no perdió la esperanza.

Por fin, oyó pasos y después voces. La esperanza se fortaleció. Después de 34 horas sepultada bajo una montaña de escombros, pudo ser rescatada. Y entonces, alegre y serena, acompañada por una psicoanalista especializada en tratar traumas psicológicos como los causados por un repentino terremoto, allí estaba ella dando testimonio en los medios de comunicación de su terrible experiencia.

México es una región marcada geológicamente por terremotos, dada la configuración de las placas tectónicas de su subsuelo. El ser humano no tiene poder sobre estas fuerzas telúricas. Lo que puede hacer es precaverse, aprender a construir sus edificaciones, resistentes a terremotos al modo de los japoneses y, sobre todo, acostumbrarse a convivir con esta realidad indomable.

Y esto es lo que muchos echamos de menos en los medios de comunicación actuales: sólo cuentan algunas hechos similares pero como anécdotas de relleno del reportaje. Y esto le interesa al público en general cuando suceden desgracias: la dimensión humana de los acontecimientos positivos y generosos, a veces hasta el heroísmo, de ciudadanos sencillos que, muchos de ellos, habiéndolo perdido todo, se arremangan y se ponen a ayudar a sus vecinos. Al igual que personas no afectadas directamente por la desgracia se desplazan y ayudan de todas las formas posibles a la orden de bomberos, policía y autoridades competentes. Se vio de forma clamorosa durante los desastres ocurridos en Galicia por el hundimiento de un buque que transportaba petróleo y que formó una marea negra que anegó playas, y hábitats de pulpos, ostras, mejillones, almejas, algas de gran valor ecológico. Fue asombroso.

Por eso me mocionan estas palabras de una señora ante autoridades y periodistas: “si nuestro país y si la humanidad entera viviesen ese espíritu de solidaridad y de cooperación, no habría pobres en el mundo y habríamos rescatado una parte del paraíso perdido”.

Porque fue la cooperación y la solidaridad de nuestros antepasados antropoides, que comenzaron a comer juntos, lo que les permitió dar el salto de la animalidad a la humanidad. Lo que fue verdad ayer, debe ser verdad todavía hoy. Sí, la solidaridad y en general la cooperación de todos con todos podrá rescatar la esencia hacernos plenamente humanos. En estos días recientes el pueblo mexicano nos ha dado un espléndido ejemplo de esta verdad fundamental. Pero estas llamadas al compromiso, porque la compasión es buena pero sin asumir el compromiso personal, cada cual según sus posibilidades, es baldía, estéril y fuente de inseguridades y de impotencias; que no son tales porque está demostrado que nadie sabe de lo que es capaz hasta que se pone a hacerlo.

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