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Àlex Rigola: "Me interesa mucho más ver en el escenario a personas, que a personajes"

viernes 05 de enero de 2018, 09:23h
Àlex Rigola: 'Me interesa mucho más ver en el escenario a personas, que a personajes'
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(Foto: Àlex Rigola)
De la concepción ética de la vida que tiene el director de escena y dramaturgo Àlex Rigola (Barcelona, 1968), habla por sí solo el hecho de haber presentado su dimisión como director artístico de los Teatros del Canal de la Comunidad de Madrid, a principios de octubre pasado, apenas tres meses después de haber aceptado el puesto. En un comunicado, el artista catalán, que se declaraba no independentista y contrario al referéndum, apelaba a la “brutal violencia ejercida el 1 de octubre contra los ciudadanos catalanes, ordenada por el mismo partido que gobierna la Comunidad de Madrid, y la defensa de estos hechos”, como causa inmediata de su decisión. Y más a más -como dirían en su tierra- Rigola apuntaba que “Un artista (siempre tengo dudas de si lo soy) creo que tiene que ser consecuente tanto en la vida como en los escenarios. No vale mantener un discurso en la escena y después no aplicarlo en la calle. Uno puede equivocarse, pero lo que no puede hacer, como decía Bolaño, es apartar la mirada conscientemente”.

Con cerca de medio centenar de montajes teatrales en su haber, Rigola es uno de nuestros más destacados directores de escena. No en vano ha sido director desde 2010 de la sección de teatro de la Bienal de Venecia y del Lliure entre 2003 y 2011. En los Teatros del Canal de Madrid sucedía a otro catalán, Albert Boadella, responsable desde su apertura en 2008, y en el Lliure a otro nombre mítico del teatro catalán y español, Lluís Pascual.

Y, si personalmente, Rigola es un hombre honesto y coherente, como gestor no se ha mostrado nunca nada timorato porque, por ejemplo, a él se debe la incorporación al escenario del Lliure de nombres como Carles Santos, Lluïsa Cunillé, Xavier Albertí, Carlota Subirós o Cesc Gelabert. Tampoco como director de escena porque -por citar solo unos cuantos-, son inolvidables sus trabajos en 2666, la adaptación escénica de la novela póstuma de Roberto Bolaño; Rock and Roll, de Tom Stoppard, o Nixon-Frost, un texto de Peter Morgan y, más recientemente, su versión de El público, de Lorca y su Vania (escenas de la vida), adaptación de Tío Vania de Chèjov. Centrándonos solo en sus últimas propuestas, si de El público afirmábamos que se trata de “una verdadera exquisitez estética de principio a fin del montaje en donde todo -desde el primer letrero de acceso a la sala, hasta el último saludo de los actores-, se confabula para construir un monumento teatral a la palabra, al sueño y a su materialización que habrían llenado de satisfacción a Lorca”, a su versión de Tío Vania la calificábamos de “memorable, sencilla y despojada de toda afectación”. Sin duda, nos encontramos ante uno de los más importantes directores de escena que ha dado el teatro español de los últimos decenios.

Amor a primera vista

“Yo no puedo mirar el teatro con los mismos ojos que lo hacía hace diez, veinte o treinta años -afirma un Rigola siempre reflexivo y apasionado-, cuando estaba a punto de empezar a dedicarme a esto y, por tanto, solo tenía la mirada de espectador. El primer día que entré en la universidad de Barcelona, en el Instituto del Teatre, perdí el placer y la inocencia de ser un observador neutro de un espectáculo teatral para empezar a juzgarlo, a juzgarme a mí mismo, o a buscar qué hay detrás de cada espectáculo”. Con todo, sigue teniendo la capacidad de continuar emocionándose con lo que ve, “pero creo que muy influenciado por lo que me aporta mi profesión, aunque al mismo tiempo eso me ha hecho afinar mucho más el instrumento y ser mucho más sensible a una serie de materiales que, de otra forma, lo mismo no podría haberlo sido”.

Aunque somos una sola persona, una especie de yo continuo, es cierto, vamos evolucionando, cambiando de perspectiva y de gustos y por eso mismo no es nada raro que los intereses de una época sean muy distintos a los de otra: “a mí me interesó durante muchos años el teatro de Shakespeare, -apostilla Rigola-, pero en este momento de mi vida estoy mucho más cerca de la óptica de Chèjov, probablemente porque estoy en una etapa vital que, a pesar de ser más joven, también estaba pasando el dramaturgo ruso (era médico y sabía que estaba enfermo y que iba a morirse en muy pocos años), y eso también me sucede a mí al haber traspasado el ecuador de mi vida”.

Preguntamos a Rigola cómo se piensa el teatro, y el director catalán nos confiesa que, por lo general, suele ser un “amor a primera vista... todo comienza por la lectura -dice-: si ese texto te lleva, no puedes dejar de leerlo, o estás viendo un espectáculo y te sientes totalmente abducido por lo que ves, es que algo muy fuerte ha sucedido… Es luego, a posteriori, cuando te das cuenta de lo que has recibido, y haces el análisis de la causa por la que te ha interesado tanto, de lo que ha tenido que pasar para que te hayas mantenido en vilo todo el rato. Con una novela puede pasarme lo mismo, primero la sensación de no poder parar de leer y después viene la reflexión sobre lo leído”.

Solos ante el espejo

Viendo el día a día, la velocidad a la que transcurre la existencia, uno, pasado el ecuador de los 40, acaba por enfrentarse a esas grandes preguntas de la vida, y Rigola -desde luego-, se ha puesto ya frente a ellas: “¿por qué nosotros aquí y ahora?, ¿qué sentido tiene la existencia?, ¿qué represento yo en medio del universo?, ¿qué quiero dejar a los demás? Por lo pronto, uno es ya muy consciente de que una cosa es lo que proyectas recorrer y otra muy distinta el lugar al que llegas, que no es exactamente el mismo sitio. Ese momento -que es el mismo del que habla Vania- es verdaderamente traumático”.

“Cuando te das cuenta de lo que querías ser en todos los campos-sigue reflexionando Àlex-, (la amistad, el trabajo, el amor, la familia, etc.), y lo comparas con lo que eres realmente, cuando llegas a aceptar eso que Kierkegaard define como el pánico a reconocerse como una pulga en medio del universo, vienen las dudas y el examen de conciencia de lo que realmente se ha quedado depositado en la memoria”. Y, para Rigola, lo que verdaderamente importa son “las personas, no el trabajo realizado, por muchos reconocimientos que hayas tenido”. Preguntamos entonces al director catalán si el haber llegado a ese punto de convencimiento, en el fondo no es otra cosa que haber alcanzado eso que se llama madurez y él, sin dudarlo un momento, nos responde: “¡Creo que sí! Al final, seas o no religioso, la salida está en el amor, en el dar. Se trata de aportar pequeños granos de arena que ayuden a construir un camino mejor que el que hemos recibido o, al menos, intentarlo. Con ello también podemos redirigir nuestras vidas por ciertos errores que hayamos podido cometer-¡y todos lo hemos hecho!, evidentemente-“.

Chèjov

El montaje que Rigola está exhibiendo en el momento en que nos concede esta entrevista es ‘Vania (escenas de la vida)’, en los madrileños Teatros del Canal. Se trata de una adaptación de Tío Vania, de Chèjov, una obra que trata precisamente del paso de la vida y de su aceptación o no por parte de los personajes que pueblan la obra. Y este es también el punto donde se encuentra Àlex porque, como ellos -insiste nuevamente el director-, se dice a sí mismo que “esto no es lo que yo me había imaginado… Y esto es muy doloroso. Pero, una vez que has pasado por esta etapa, la verdad es que uno se encuentra mucho mejor consigo mismo… Y esto te lo dice una persona que no ha hecho terapia en su vida. Quizás, de alguna forma, lo escénico ha podido sustituir esta necesidad, que cada vez es más general”.

Acaso este descubrimiento personal de Rigola no esté mal para todos que, más tarde o más temprano, hemos de vernos limitados, con la dura realidad de aceptar que una cosa es lo que hemos deseado ser y otra bien distinta lo que hemos conseguido. “Yo termino muy frustrado siempre con mis propias piezas -nos confiesa-. Pasados unos meses, ya no me gustan, no estoy satisfecho de lo que he hecho. Sin embargo, con Vania es de las pocas veces que he llegado feliz a un estreno. Es como si hubiera encontrado ya un camino que he estado buscando durante los últimos años que, poco a poco, se ha ido labrando. He llegado a un punto en el que me siento confortable”.

Vania es verdaderamente sublime, esencial, un texto y un montaje destilados hasta el extremo, con una delicadeza y un conocimiento profundos tanto de la vida como del dramaturgo ruso. No se puede decir más sobre la vida en menos tiempo y con más intensidad. Ese es un secreto al alcance solo de quien sabe captar el alma de la existencia: “Para entender a Chèjov -reflexiona el director de escena- tienes que tener ya cicatrices en el alma, tienes que haber vivido, haber pasado por situaciones adversas. Es muy difícil que una persona de veintitantos años pueda abordar a Chèjov con toda su entidad porque detrás de él hay mucho vivido. Sus obras son fragmentos de vida que contienen muchas heridas profundas. Por eso empatizar con el montaje y con los personajes es mucho más fácil para el público ya con cierta edad, aunque también he visto como muchos jóvenes han sido tocados por el maestro ruso, y en mayor medida de la que podía pensar inicialmente”.

Acaso también por haber alcanzado ese punto de extrema sabiduría, Rigola huye cada vez más de eso que llamamos éxito. Confiesa que cada vez busca menos todo esto, que lo necesita menos: “todo el mundo quiere que sus espectáculos vayan bien, es obvio, sobre todo para poder seguir dedicándose al teatro, porque esta es una profesión en la que dos o tres errores serios pueden acabar contigo, independientemente de la edad y del historial más o menos exitoso que puedas tener con tus montajes. La experiencia te va dando un bagaje que te permite no tropezar en ciertas piedras del camino”.

Cine y teatro

“El teatro empezó contando historias, y el cine nos ganó en realismo -reflexiona Rigola-. Cuando tú ves una película y un actor mata a otro, te lo crees. En teatro, no (“mira que bien ha muerto este actor”, se dice…). En el cine no hay problema para que el espectador acepte las convenciones. Los paisajes, las cosas, los personajes adquieren un mayor realismo. En el teatro, sin embargo, por muy realista que quiera ser una escenografía, siempre se verá cartón piedra. El espectador dice “¡que escenografía más bonita!”, y no “¡qué casa más bonita!…”.

“Hay que tender hacia la abstracción -insiste el director-, buscar nuevas formas de narración. La imagen, incluso, puede ayudar mucho a todo esto. Ya no se piensa que el hecho de utilizarla en un montaje sea de alguien que se considera un moderno, sino que se le reconoce ya con un uso complementario a los propios espectáculos... Pasa lo mismo con el sonido. Las musiquitas que se ponían hace treinta años para hacer cambios de escena, han sido sustituidas hoy en día por auténticas bandas sonoras que sirven para apoyar (… o para destrozar -apostilla con humor Àlex-) un montaje...”. La verdad escénica hay que buscarla más que en la escenografía realista, en el juego. No en el engaño, sino en el juego, sin querer esconder nada. A mí, desde hace un tiempo, me interesa mucho más ver en el escenario a personas, que a personajes. Durante mucho tiempo los actores se han puesto a disposición de los directores de escena para hacer lo que estos les pidan, pero a mí me interesa que los actores usen el texto para que cuenten sus propias cicatrices, como sucede con Chèjov. ¿Qué tienes tú de todo esto que se cuenta en el texto? Vamos a ver cómo podemos aprovechar para que tus sentimientos, tus emociones, aparezcan. No hace falta poner voz de estar triste, o de estar contento porque eso tiene que surgir de dentro del propio actor. ¿Qué quieres conseguir tú con el espectador o con tu compañero de escena con cada una de las frases que estás diciendo?, ¿qué tienes tú de todo esto? Me interesa que lo que vea el espectador sea la simbiosis entre el texto y tú. No me interesa que te quedes en el escenario como un simple elemento de transmisión. Para ti tiene que ser necesaria la transmisión de ese texto…”.

Mamet –recuerda Rigola-, decía que los personajes se cuentan a sí mismos por las acciones que toman… No porque les pongas una voz, o los vistas de una forma determinada, o por el modo en que se desplacen. Es decir, por los elementos externos. Las acciones se cuentan, la mayor parte de las veces, a través del texto”.

Quiero, asímismo, confirmar con Àlex la razón por la cual, en su mayor parte y cuando pueden conciliar agendas, los directores de escena suelen siempre recurrir a los mismos actores, y el director catalán me dice que “cada actor es diferente y precisa de herramientas diferentes, y el tiempo que uno tarde en buscar la fórmula ideal para comunicarse con él es determinante. Por eso se intenta unificar una forma de juego con todos ellos, aunque provengan de formas interpretativas muy diferentes entre sí. Antes, para mí, era muy importante que el actor tuviese unas capacidades físicas importantes, que le capacitasen para el movimiento en escena, o unas voces y una dicción excelentes. Si los actores son simplemente transmisores del autor y del director, no vamos a ningún sitio. Ahora, sin embargo, eso ha pasado a un nivel secundario. Hoy, más que todo eso, me interesa que el actor me trasmita verdad”.

Según esta visión, comentamos a Rigola, acabaremos llegando a subir al escenario a personas -no necesariamente actores-, que, simplemente, sean capaces de transmitir verdad sobre un escenario. Y Rigola argumenta que sí, que no es que vaya a llegar ahí, sino que lo ha hecho ya: “una de las experiencias más bonitas que he tenido en mi vida ha sido cuando trabajé con un grupo de inmigrantes sin papeles en Salt, donde la mitad de la población ha nacido fuera de España, y en la que alrededor de 35.000 personas hablan unas 80 lenguas diferentes. Lo curioso de esto es que, de vez en cuando, los telediarios se ocupan de ellos porque ha habido alguna tensión, cuando la verdadera noticia es que todos ellos conviven cada día y se ayudan. Eso es lo ordinario, y esa es una maravillosa lección de vida… Con ellos hicimos un espectáculo en el que la gente pagó y seguro que, al salir, no creo que tuviera la sensación de haber hecho un acto de beneficencia, sino de haber asistido a un montaje lleno de verdad. Eran ellos hablando de ellos, de su propia experiencia particular. Sus capacidades de narración eran lo de menos -y eso que las historias que contaban -desde diferentes sistemas narrativos- eran muy fuertes-, sino la verdad que transmitían todos…”.

Con cerca de 50 montajes a sus espaldas y con la clara conciencia de haber iniciado ya la segunda mitad de su vida, preguntamos finalmente al laureado director catalán si tiene idea, aunque solo sea aproximada, de la dirección que pueden tomar sus futuros montajes, y él nos responde que uno de los proyectos que muy pronto podrán verse consiste también en intentar dejar un granito de arena contra la violencia de género. “Creo que los hombres no acabamos de ser realmente conscientes de la magnitud de la tragedia que se está viviendo... Ahora que estoy en la fase de documentación, me encuentro con datos verdaderamente espeluznantes. Por ejemplo, en Estados Unidos, la primera causa de muerte en las mujeres preñadas es precisamente la violencia de género. Y estoy seguro de que entre nosotros puede estar pasando algo parecido porque nosotros no somos mejores que ellos… Yo tengo una hija y este tema me afecta personalmente, así es que tengo que intentar apoyar que la situación quede un poco mejor. Hay que cambiar la tendencia y a una gran velocidad”.

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