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La polaridad de Pedro Sánchez

viernes 16 de febrero de 2018, 07:19h

Ahora que las cosas le iban relativamente bien, Pedro Sánchez vuelve a las andadas que marcaron su primer advenimiento político. En 24 horas, víctima del síndrome de crisálida que padece, el hombre de estado que aparenta ser se transforma en un jacobino ilustrado. Acaba de centralizar el PSOE, restando influencia a las federaciones que lo componen y poder a los órganos federales que lo dirigen. Aunque vista al muñeco con consultas plebiscitarias a la militancia, Sánchez se reserva para él la capacidad de decidir las estrategias que convienen en cada momento, incluyendo en el cesto la política de alianzas.

Nada nuevo bajo el sol. En su día, Alfonso Guerra expulsaba del paraíso a todo aquel que se movía en la foto. Implantó un sucedáneo de centralismo democrático que le fue muy bien al partido. Eran otros tiempos: el PSOE gobernaba España, los ayuntamientos más poblados del país y la mayoría de las comunidades autónomas. La disciplina arraigaba entonces sin problemas en terrenos abonados con tantísimo poder. Los cargos a repartir eran muchos y disuasorio el temor a perderlos.

La coyuntura ha cambiado y la situación actual es muy distinta. Ahora son cuatro los partidos que se reparten los sillones de mando. A Sánchez no lo vuelven a pillar, se ha blindado con una ejecutiva de fieles sin fisuras y amenaza a las voces discordantes con la estaca de las bases. Sin embargo, Sánchez se olvida de los millones de votantes de centro izquierda que precisa el PSOE para ocupar nuevamente la Moncloa. Con él y, a su sombra, los cachorros del nuevo PSOE mordisquean juguetones los fundamentos ideológicos del partido, orbitan con los populismos nacionalistas de la periferia y zascandilean en los arrabales de Podemos. Amistades peligrosas y malas compañías que pueden llevar al desastre electoral a muchos de los nuevos gestores socialistas.

Ahí tienen, por ejemplo, a Francina Armengol, Presidenta del Gobierno regional de las Baleares, colgada del alambre que tensan sus aliados radicales y nacionalistas, defendiendo como suyos los despropósitos y ocurrencias que van pariendo sus compañeros de viaje. La buena señora pretende convertir las corridas de toros en funciones esperpénticas de ballet taurino, declarar las islas en una especie de federación de entes territoriales, desangrar a los turistas con impuestos añadidos o imponer el catalán a todos los profesionales sanitarios que quieran trabajar en aquella comunidad. Por senderos parecidos circulan los socialistas valencianos, cada vez más contaminados por el pancatalanismo de sus socios o ese dirigente asturiano que desea declarar cooficial el bable.

Yo les recomendaría que se estudiaran la peripecia histórica del Partido de los Socialistas de Cataluña, que han perdido su identidad en devaneos nacionalistas y que han quedado quemados por su presencia en gobiernos tripartitos con Esquerra Republicana. Han quedado convertidos en un apéndice inútil. Pedro Sánchez debería poner coto a tanto desatino y proponer al PSOE como una alternativa viable y sólida a las formaciones de centro derecha.

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