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Ana Zamora (directora de escena): "Nunca he querido ser una mártir del teatro clásico"

> “Trabajar sobre textos con tantos siglos de antigüedad nos da una ventaja muy grande: no hay que discutir con sus autores”
> “Más que textos concretos, me interesan ideas concretas”

lunes 16 de abril de 2018, 09:55h
Ana Zamora (directora de escena): 'Nunca he querido ser una mártir del teatro clásico'
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(Foto: Javier Herrero Valle)
Aunque vive en Madrid, Ana Zamora es segoviana y bien que lo lleva a gala. Exquisita en las formas, en sus adentros lleva un ciclón que ha sabido dirigir hacia la dirección teatral y eso que ha ganado el teatro porque es una mujer incansable cuando se adueña de ella una obsesión por sacar adelante un nuevo montaje. Pónganse como se pongan los acontecimientos, antes o después, habrá espectáculo y en él estará siempre asegurado el rigor y la pasión en dosis parecidas. Como muestra, un botón: Zamora, en cierta ocasión, trabajó sobre Espronceda y “soñaba cada día con él, y hasta fui al cementerio a visitar su tumba…”. Suyos son Carmen, de Bizet para el Teatro de la Zarzuela (2014); Ligazón, de Valle- Inclán, en el espectáculo Avaricia, Lujuria y Muerte producido por el Centro Dramático Nacional (2009), o Tragicomedia de Don Duardos de Gil Vicente para la Compañía Nacional de Teatro Clásico (2006).

Titulada Superior en Dirección de Escena y Dramaturgia por la RESAD (1996-2000), nada más terminar sus estudios, en 2001 funda Nao d’Amores, en donde aglutina a un grupo de brillantes profesionales procedentes del teatro clásico, los títeres y la música antigua, que muy pronto van a convertirse en verdadero referente nacional de las puestas en escena del Teatro prebarroco. Su aportación fundamental es la inclusión de la música no solo como ambiente sonoro de la puesta en escena, sino como elemento de significación fundamental en la acción dramática, como puede verse en todos los montajes que Nao d’Amores ha levantado hasta la fecha, todos ellos memorables: Comedia llama da Metamorfosea, de Joaquín Romero de Cepeda (2001); Auto de la Sibila Casandra (2003) y Auto de los Cuatro Tiempos (2004) ambos de Gil Vicente; Misterio del Cristo de los Gascones (2007); Auto de los Reyes Magos en coproducción con el Teatro de la Abadía (2008); Dança da Morte/ Dança de la Muerte en coproducción con Teatro da Cornucopia de Lisboa (2010); Farsas y Églogas de Lucas Fernández en coproducción con la Compañía Nacional de Teatro Clásico (2012); Penal de Ocaña de M.J. Canellada (2013), (en la línea de investigación denominada Nao d´Amores, navegando hacia el presente): Triunfo de Amor (2015) a partir de textos y músicas de Juan del Enzina, y Tragicomedia llamada Nao d'Amores, en coproducción con la Compañía de Teatro de Almada (2016); Europa que así misma se atormenta, de Andrés Laguna (2017), y Comedia Aquilana, de Torres Naharro en coproducción con la Compañía Nacional de Teatro Clásico (2018).

Ana ha sido Ayudante de Dirección en los Equipos Artísticos de la Compañía Nacional de Teatro Clásico, bajo la dirección de Eduardo Vasco (2005-2006), y en el Teatro de La Abadía, bajo la dirección de José Luis Gómez (2003-2004). Profesora en el Máster en Creación Teatral dirigido por Juan Mayorga en la Universidad Carlos III, Ana Zamora ha participado como ponente en múltiples seminarios, y congresos, y ha impartido talleres formativos en España y en el extranjero (Italia, Portugal, EE.UU, México, Colombia, Ecuador, Bolivia, Chile, Argentina, Uruguay, Brasil…), y ha realizado publicaciones en distintas revistas especializadas en el ámbito teatral y filológico.

La directora segoviana cuenta también en su haber con numerosos premios pero ninguno de ellos le ha hecho perder el norte y tiene bien anclados los pies en la tierra y, como el filósofo griego, sabe que siempre hay mucho que aprender.

“Confío en el trabajo lento y riguroso”

(Foto: Javier Herrero Valle)Con ella, poco después de impartir una charla en la RESAD, a los alumnos de dirección de escena, y antes de seguir trabajando en casa en un nuevo proyecto que tiene entre manos, nos citamos en una cafetería al lado del Retiro madrileño, para desgranar ideas, analizar el mundo del teatro y el suyo propio. Sin prisa, pero sin pausa, Ana es un torbellino hablando y lanza sus palabras con la misma rapidez que tino. Queremos -¡nobleza obliga!- comenzar hablando de Nao. Cuando hace ya 17 años echaba a andar Nao d’Amores, su directora no pensaba en el futuro de la compañía, pero es que tampoco lo hace ahora porque “confío en el trabajo lento y riguroso… Ahora puede decirse que nos hemos salido de los formatos teatrales habituales, no solo en el repertorio, sino también en la forma de trabajar. Estamos en un momento en el que el concepto ‘compañía’ parece que está pasado de moda. Yo, sin embargo, siempre he pensado que para profundizar de verdad, para trabajar y buscar recursos teatrales y elementos de significación que nos ayuden a descubrir otro tipo de dramaturgias, hay que trabajar con equipos estables. Esa equivalencia de compañía y empresa -somos empresas porque no queda más remedio, claro- tiene que ser espacio de convivencia de gentes que tienen una misma idea de lo que es el teatro, de lo que es el mundo, de lo que es la vida. Con sus lógicas diferencias, pero también con sus puntos en común y, a partir de ahí, buscar vías de comunicación, de creación conjunta, para poder encontrar lenguajes. Esto, para mí, es imprescindible como base de lo teatral”.

El hecho es que, después de más de tres lustros, Nao d’Amores sigue basando sus montajes en pilares poco visitados en estos tiempos. Investigación, estudio, formación y creación. Sois -le decimos- una compañía que desentona del tono general que hoy se vive en el teatro en donde lo que parece mandar es ‘producir, producir y producir’, aunque eso solo sirva para hacer unas cuantas representaciones. “Al final, tampoco se acuerda nadie de ti, aunque estés en repertorio toda la vida -nos responde Ana, con cierto sarcasmo-. La fugacidad en este oficio está garantizada. Y, además, en este país aún más. Hoy te encumbran a la gloria, y mañana no se acuerda nadie de ti. Por eso yo me río mucho con tanto premio y tanta nominación”. Nos atrevemos a contradecir a la directora segoviana recordándole que eso puede ser cierto en general, pero no es aplicable a Nao, y ella vuelve a situar los puntos sobre las íes diciendo que “porque Nao nunca ha estado ni en la gloria, ni en el infierno. Nao se ha mantenido durante estos años como una necesidad en el ámbito del teatro clásico porque nos inventamos una línea que no existía. Nosotros, no es que hayamos ido ganando ser imprescindibles con el tiempo, es que nacimos ya como una necesidad. Pero tampoco somos guapos, ricos, ni famosos, ni vamos a serlo nunca. Entonces, precisamente por eso, porque tenemos muy poca ambición, nos hemos mantenido ahí, y hasta nos ha respetado la crisis. ¿Por qué? Porque en los años de supergloria de las compañías, en los que todo el mundo hacía muchos bolos y conseguía bastante dinero, nosotros seguíamos haciendo los justos, y hemos podido mantenernos ahí. Estamos en una especie de grado intermedio que, sobre todo, nos ha permitido poder seguir haciendo lo que nos da la gana…”.

“Aquí no hay espacio para el lucimiento personal”

¿Hasta cuándo podrá pervivir esa humildad en Nao?, preguntamos a su directora: “Espero que hasta que nos cansemos de hacer teatro, y tengamos que buscar otro oficio”, nos responde. Pero, tozudos, nosotros insistimos, y volvemos a preguntar si de verdad, en ningún momento a lo largo de toda su ya larga historia como compañía, ha habido ningún atisbo de búsqueda del cielo en ningún componente, y ella vuelve a argumentar que “me temo que no. No porque, al final, los nuestros son espectáculos corales en donde todo el mundo tiene que trabajar más hacia un proyecto común. Aquí no hay espacio para el lucimiento personal. El nombre que más resuena siempre es el mío, y no te creas que me gusta tanto la historia, pero llegó un momento en el que nos dimos cuenta que hacían falta nombres de directoras, y yo venía muy bien para cubrir esa carencia, pero también -al mismo tiempo- esa es una imagen un poco ficticia. Yo soy la cabeza de un equipo artístico formado por unas piezas que son insustituibles. Sin mí no se podría tener Nao d’Amores, pero sería también muy difícil sustituir ciertas piezas que tenemos dentro, que forman un lenguaje muy concreto y que, además, nos permite seguir profundizando en nuestro trabajo y no partir de cero, cada vez que hacemos un nuevo espectáculo. Ese es, como tú decías antes, uno de los grandes problemas de la producción actual. Se tiene un mes para hacer un espectáculo, y en ese tiempo no llegas ni a compartir un mismo lenguaje. Nosotros, por el contrario, partimos de un punto en el que podemos empezar ya a especificar y a diverger…”.

El viejo aserto de ‘conócete a ti mismo’, ayuda a delimitar tus fortalezas y debilidades, y puede aplicarse no solo al individuo, aisladamente considerado, sino también a las organizaciones. Incluso a las artísticas… “Sí -nos comenta Ana- pero, al mismo tiempo, creo que hemos sido muy conscientes de que no podíamos hacer una cosa endogámica. Vimos que había que entrar, salir, hacer espectáculos fuera de nuestro entorno más cómodo, y luego permitirnos también hacer lo que nos pidiera el cuerpo… Y si habría que abrir una línea contemporánea, como hicimos con Penal de Ocaña, pues lo hacíamos, y sin ningún pudor. En ese sentido no le debemos nada a nadie. Creamos una estructura para hacer realidad lo que nadie en el mercado creía posible: trabajar sobre lo que queremos, con quien queremos, como queremos y cuando queremos. Ese es un lujo que -creo yo- muy poca gente ha sido capaz de conseguir en esta profesión”.

“Hay también mucha gente -analiza autocrítica Zamora- a la que no le interesa nada lo que hacemos porque le parece una cosa naif, arqueológica y que no tiene nexo alguno con la vida presente, con la vida real… En ese sentido, nosotros nunca hemos intentado aglutinar a todo tipo de espectadores. Somos una compañía que hace asequible algo que estaba asignado solamente a la alta cultura literaria o académica y universitaria, en un momento dado, y lo hemos puesto a disposición de toda la sociedad. Pero somos muy conscientes de que ni somos un medio de comunicación de masas, ni pretendemos serlo. Todo lo contrario”.

El teatro, es verdad, nunca ha sido para grandes mayorías, y de eso es muy consciente Nao d’Amores porque “trabajamos de lo pequeño a lo grande -completa el argumento Zamora-. De hecho, nos fuimos de Madrid y volvimos a Segovia como compañía residente porque yo creo que eso es fundamental para encontrar otras vías de creación y de vida… Se nos ha olvidado muchas veces que el teatro no es solo lo que sucede el día del estreno sobre un escenario, sino también lo que pasa en los procesos que conducen hasta allí…”.

Unos procesos -contraargumentamos-, que tienen que hacer compatible la vida personal (familiar, académica, profesional, etc.), con el nomadismo, las representaciones aquí y allá, durante largos periodos. Tampoco en esto ve Ana Zamora gran inconveniente porque “en realidad, la parte más dura y fundamental son los dos meses de creación y de ensayos. Ahí sí que no hay más remedio que todo el mundo deje sus vidas familiares, sus casas, sus trabajos y meterse en Segovia a tiempo completo para intentar ver si todo ese mogollón de materiales que hemos ido recopilando, investigando y armando durante todo un año, puede convertirse en materia teatral… Yo no. Yo trabajo todo el año para un proyecto, pero es que soy muy obsesiva con el trabajo. En mi caso, vida y trabajo van de la mano porque no hay una separación entre ambos. Dedico las veinticuatro horas del día al teatro”.

Nos gustaría ahora conocer si para esta mujer tan apasionada por el teatro antiguo, hay un trecho cada vez más grande entre la escritura y la práctica escénica, incluso en este tipo de teatro. “El hecho de trabajar sobre textos con tantos siglos de antigüedad nos da una ventaja muy grande: no hay que discutir con sus autores. De todas formas, creo que la fidelidad a un autor no tiene tanto que ver con el respeto al cien por cien a su materia dramática como con el espíritu de lo que fue su teatro y lo que hoy puede significar. Esa es, para mí, la verdadera lealtad a un autor. Y para conseguir eso, muchas veces, hay que poner al autor patas arriba. Ahora bien, como los textos que nosotros hacemos, no los suele conocer casi nadie, tampoco nadie se da cuenta de lo que se ha hecho con ellos”. Y para ejemplificar hasta qué punto se somete a un autor a tantos y tan drásticos cambios, preguntamos a la madrileña y segoviana qué porcentaje del texto de Torres Naharro se ha conservado en esta versión que ha podido verse en el Teatro de La Comedia de Madrid de su Comedia Aquilana. Zamora puntualiza que en el montaje “no ha habido ningún cambio estructural; no hay eliminación de personajes, pero de cantidad de texto, y para que te hagas una idea, el material del que partíamos -la versión íntegra-, era de unas 85 páginas, una vez pasado a Word, y la que se ve en escena son 40. En ellas no se ha modificado ni una sola palabra; lo que sí ha habido es que cortar… O te vale o no te vale, pero enmendar a estos autores, nunca lo hacemos. No se toca ni un solo verso… Si hiciéramos esto mismo con La vida es sueño o con el Tenorio, textos que la gente se conoce al cien por cien, el público se daría perfecta cuenta, claro…”.

Y no le falta razón a la directora segoviana porque, a pesar de que Aquilana es un texto que puede encontrarse en el mercado (Ed. Cátedra, en papel, o en la Biblioteca virtual Miguel de Cervantes, en formato digital), probablemente no más del uno o dos por ciento del público asistente al montaje de Nao d’Amores en La Comedia, en las aproximadamente dos semanas que pisó las tablas de la sede de la CNTC, podría haber leído el texto con anterioridad a la representación. “Yo lo entiendo -comenta Ana- porque meterte las obras de Torres Naharro entre pecho y espalda no es ni fácil, ni agradable… Es muy divertido ver como algunas personas creen que están viendo reconstrucciones arqueológicas… Pongo otro ejemplo, nuestro montaje del Auto de los Reyes Magos partía de los 147 versos conservados. Pero había mucho más. El resto era un poco de todo: desde textos de Berceo, de Los signos del juicio final hasta los grandes momentos de la Navidad en las catedrales medievales”.

Volvemos a hablar de singladuras, así es que a la capitana de una Nao hay que preguntarle qué ventajas y qué inconvenientes tiene eso de tener que ser la última en abandonar el barco -léase la compañía-, en caso de zozobra. “De momento, para mí, han sido todo ventajas -asegura Zamora-. Todo depende de lo que uno busque en la vida. Recuerdo que, cuando cumplimos los diez años, hablaba con una actriz y le decía que estaba supercontenta porque miro hacia atrás y veo que estoy exactamente donde hace una década me hubiera gustado estar. Estábamos celebrándolo con una fiesta en la nave que tenemos en Revenga (Segovia), con toda la gente del pueblo, cogiendo las tortillas en el bar… Íbamos de allá para acá tocando instrumentos musicales, al lado de las gallinas que todavía teníamos allí, y la pobre me decía: ¡qué horror! A mí, sin embargo, me parecía justamente lo contrario. Yo no he soñado nunca hacer un protagonista en un teatro nacional, o cosa parecida. Sin embargo, sí que nos hemos ido encontrando cosas por el camino que vienen muy bien, que constituyen verdaderas experiencias. Si te llaman para hacer algo en La Zarzuela, o en otro teatro nacional, estupendo. Pero donde yo puedo desarrollarme más y mejor como artista es en la estructura que he hecho, o sea que, desde todos los puntos de vista, son todo ventajas”.

“Se puede trabajar desde lo pequeño hacia lo grande”

Aunque estudió en Madrid, “para mí, Segovia es una base fundamental en lo que he sido como persona y como artista, y regresar a Segovia nos permitió volver a conectar con la cultura en su sentido más cercano, con aspectos que era imposible tener en Madrid… Yo me crié en Titirimundi, así es que cuando llegué a la RESAD había visto ya los mejores espectáculos de teatro tradicional de títeres, y de teatro objetual… Llegue aquí a que me enseñaran maneras de trabajar, pero estaba deslumbrada ya desde niña por espectáculos a los que había podido acceder a pesar de vivir en una ciudad de unos 50.000 habitantes. Por eso, poder volver a Segovia era como anclar el proyecto en un espacio patrimonial -que era muy importante para el tipo de teatro que hacíamos- y, sobre todo, porque hay una cosa en Madrid que uno no puede hacer: poner caras al público que uno tiene”.

Cierto. No hay más que verla para advertir que Ana disfruta enormemente del contacto cotidiano con su público (el carnicero que le vende un filete, o la panadera, o el dependiente de la tienda de ultramarinos, que son los espectadores que ve en la tercera fila cuando está ensayando con Nao d’Amores), porque eso le hace tener conciencia de que todos aportamos algo concreto a la sociedad en la que estamos insertos. “Un trabajo que es igual de necesario que cualquier otro. Advertir eso en ciudades pequeñas es mucho más sencillo. Y, además, porque esto supone una apuesta por la descentralización de la cultura, que es absolutamente imprescindible. Se puede trabajar desde lo pequeño hacia lo grande. Puedo hacer una gira estupenda a Estados Unidos, pero disfruto igualmente trabajando y conviviendo con los vecinos de un pueblo como Revenga, que acuden a ver nuestros ensayos. Y ese público que se acerca, no es el del Teatro de La Comedia de Madrid, sino las señoras del pueblo que vienen allí, se sientan en la sala de ensayos, y esperan a ver si entienden o no lo que estamos diciendo…”.

Y es que, cuando Nao ya tiene bastante avanzado un nuevo espectáculo, con el vestuario a medio hacer y con las luces y la escenografía básica ya puestas en pie, ponen carteles de invitación al público en la panadería, en las tiendas, en los bares y, de paso, hablan con el alcalde, y ¡todos al teatro..! Ese sí que es un verdadero banco de pruebas para el estudio de las reacciones del espectador ante una nueva propuesta de la compañía. “Muchas veces engañosa -sigue analizando Zamora-, porque, por ejemplo, cuando trabajamos sobre la Égloga de Plácida y Vitoriano, de Juan del Encina, y la gente que venía a ver a la pareja en la vigilia de la enamorada muerta, jugando con el oficio de difuntos, se veía que disfrutaba. El público urbano actual no entiende ese juego y, sin embargo, aquellas señoras mayores, que han asistido muchas veces a misa, han escuchado ese oficio de difuntos cantado entero, y rápidamente están entendiendo lo que está pasando en escena. Es decir, que al final, este público rural está más cerca de este tipo de teatro que el espectador teatral madrileño, pongamos por caso”.

“El mundo no solo se cambia haciendo a Bertolt Brecht”

Me gustó mucho algo que dijo Ana Zamora en el transcurso de una conferencia que dictó junto a parte de su compañía, en el Ciclo ‘Voz y Palabra’ de la BNE (Biblioteca Nacional de España) al afirmar que “Buceamos en la historia para ser españoles intelectualmente íntegros…” ¿Dónde deberíamos de acabar en esa reflexión?, nos preguntamos. La segoviana, entre sonrisas, nos dice que “muy mala pinta tiene la cosa…. Por eso, cuando trabajamos en Penal de Ocaña, más allá del contexto de la Guerra Civil y de la memoria histórica, para mí lo interesante era recuperar otro tipo de memoria, que tiene que ver con lo que decíamos, con la recuperación de esa generación que entendió el españolismo desde una perspectiva muy cultural. Hay un momento en la función en el que se dice ‘…pero nuestra tristeza será española, la de Juan de la Cruz, Velázquez… Nos moveremos en ese ansia de inmortalidad que mueve a Don Quijote, a la Infantina de Las Meninas, a los pasos de Montañés’. Eso es España, y esa creo que es una referencia que no podemos perder… Yo trabajo mucho con filólogos, y me río mucho con ellos y con sus nuevas escuelas, porque siempre vuelvo a los antiguos, que es el ámbito en el que trabajo y en el que me he movido. Creo que hemos perdido la conexión entre lo literario y el humanismo. Esa es una de las pocas cosas a las que todos podemos atarnos todavía, y nuestra responsabilidad teatral también tiene que ver con hilar eso”.

Después de la singladura en Penal de Ocaña, ¿Nao seguirá buceando hacia el presente con otros montajes de este estilo? -preguntamos a su directora- “Yo sí quiero -comenta Ana, totalmente decidida-, porque nunca he querido ser una mártir del teatro clásico. Uno tiene que contar lo que le pide el cuerpo en cada momento y es necesario respirar aire fresco como el de Penal en donde aprendí muchísimo, personal y profesionalmente, y creo que esa es una vía que nos ayuda a cambiar de aires… No sé hacia dónde vamos a tirar porque nosotros, en cada espectáculo, siempre partimos de cero. Nada más estrenar siempre pienso que ese es el último, que ya no tengo fuerzas para hacer uno más… Lo que sí te digo es que, últimamente, más que textos concretos, me interesan ideas concretas. Yo no quería recuperar a Torres Naharro, un autor que nunca me había interesado como autor en sí mismo, pero la posibilidad de utilizarlo como excusa para buscar esas conexiones del teatro español con el italiano, me permitía ampliar mi ámbito de trabajo para entender mucho mejor el teatro de esta época. Ese viaje lo hicimos ya con distintos montajes con portugueses, y ahora hemos podido estudiar las conexiones del teatro español con el teatro cortesano, con la comedia del arte, etc. La mejor forma de ver todo eso, era la figura de Torres Naharro, que escribió en Italia casi todo su teatro y que, en su momento, fue el más representado. Pero más la idea, que el propio autor o la obra concreta...”.

Quizás -planteamos ahora a la joven directora-, en el trabajo de Nao también hay mucho de añoranza, de melancolía, de nostalgia. Para Ana “quizás sí, hay algo de todo eso, pero seguramente hacia un mundo inventado porque ese no es un pasado real. Sería más bien una añoranza por espacios de reconocimiento en algo que no somos pero que querríamos ser. A mí me llegó mucho al alma, cuando trabajé con Luis Miguel Cintra -uno de esos regalos que, de vez en cuando, te da la vida-, que decía que ‘una de las cosas interesantes de trabajar sobre el clásico es la posibilidad de soñar otros mundos mejores, más allá de nuestras pobres democracias capitalistas’. Es verdad porque eso se puede hacer también contando historias de pastores a través de las églogas pastoriles del XVI. El mundo no solo se cambia haciendo a Bertolt Brecht, sino también reivindicando otras maneras de sentir, otras maneras de amar, otras maneras de entender la vida”.

Una vida que, para muchos y afortunadamente, no es posible entenderla sin el acceso a la cultura, a una cultura que Nao aborda con tanta libertad como rigor porque el rigor es lo que fundamenta todo. “La parte más apasionante de un montaje teatral no es la creación, ni los ensayos, sino el acercamiento al conocimiento. Isabel Zamora, mi hermana, que trabaja también en la compañía, me dice a veces que me voy a volver loca con esa obsesión de intentar siempre llegar a conocer el trasfondo de las cosas, su vinculación… Para mí ese paso previo de conocimiento de las fuentes, no supone ningún esfuerzo, no es tampoco ninguna pérdida de libertad, sino todo lo contrario, un disfrute y un lujo que me brinda mi trabajo”. Pero Zamora no tiene tampoco miedo alguno a la transformación de todo ese trabajo previo en la escena. “Lo importante es que esté por debajo -afirma convencida-. Eso se ve, y por eso nuestros espectáculos huelen luego a Medievo y a Renacimiento, aunque estén muy manipulados y no tengan nada que ver para nada con una reconstrucción arqueológica”.

Zorrilla, que inmortalizó los versos que puso en boca de Don Juan dijo aquello de ‘yo a las cabañas bajé / yo a los palacios subí /yo los claustros escalé / y en todas partes dejé / memoria amarga de mí…’. Habiendo pasado por tantos y tantos escenarios (históricos, modernos, públicos, privados, iglesias, plazas…), ¿en cuál de ellos Nao se ha sentido mejor? “Yo soy de espacios pequeños -comenta la directora-, y de hecho construimos aquella grada de madera en la que hicimos el Auto de los Reyes Magos, como una manera de poder romper ese concepto decimonónico de ‘cuarta pared’ que, por mucho que creamos que lo hemos superado, lo tenemos ahí metido desde la propia formación actoral y porque la mayoría de los montajes que hemos visto tienen que ver con eso. Para mí aquello fue una vía para intentar romper esa frontera entre el público y el escenario…”.

Y, de paso -interrumpimos a Zamora-, supongo que también para trasladar al espectador esa incomodidad en la que se veía el teatro en la Edad Media y en el Renacimiento, ¿no? “Efectivamente -contesta eufórica y entre sonrisas Ana-, porque como hacemos espectáculos de una hora, nos lo podemos permitir. Creo que esa decisión contribuyó al encanto del espectáculo, porque eso acercaba más el viaje al Medievo al espectador. En La Abadía, por la inclinación de la grada, la acústica y la absorción del sonido, aquello pudo disfrutarse aún más intensamente. Parte del público, sin embargo, dijo que el espectáculo era maravilloso pero que era muy incómodo… ¡Pero qué burgueses somos!”.

“Hemos conseguido una vía de entendimiento que ha logrado que la música sea una parte inseparable de la acción dramática”

Volvamos a esos espacios que visita Nao, ¿qué se siente, por ejemplo, cuando uno pisa el Corral de comedias de Almagro, o el Piccolo Teatro de Milán? “¡Claro que impresionan!, -confiesa Ana-. Unos sitios más que otros. A mí me impresiona más el Patio de Fúcares, en Almagro, que el Corral, por ejemplo. O la catedral románica de Brescia, o en el Piccolo, en donde tardas un buen rato en quitarte de la cabeza esas fotos de Giorgio Strehler ensayando en la misma sala que nosotros, en donde piensas que en un instante te vuelves y lo vas a ver allí, sentado. Son cosas que tienen que ver con nuestros mitos contemporáneos…”.

“Yo estoy encantada de haber podido dirigir en el Teatro de La Comedia, encantadísima, y todo el mundo ‘mataría’ por poder estar allí con algún espectáculo, pero creo que es mucho más importante lo que hacemos nosotros cotidianamente, a golpe de furgoneta, en los pueblos y en las iglesias. Pronto comenzamos una nueva gira con el Misterio del Cristo de los Gascones y, aunque es cierto que el paso por La Comedia nos renta mucho más (salimos en todos los periódicos, y todo el mundo oye hablar de Nao d’Amores), pero el trabajo fundamental, aquel en el que puedes tocar de cerca al espectador, está en otros sitios”.

No querríamos despedir esta entrevista con Ana Zamora sin hacer énfasis en el protagonismo que la música tiene también en todos los espectáculos de Nao. Es esencial, y el concurso de Alicia Lázaro, vital. Así lo reconoce también Zamora, hasta el punto de afirmar que “si no hubiera tenido una mujer como Alicia al lado, habría tenido que encontrar otras vías, porque esta solo puede llevarse adelante con una persona comprometida, como es Alicia y, sobre todo, porque ha sabido entender muy bien, no solo este tipo de teatro, sino una forma de trabajar en la que acción y música tienen que ir permanentemente de la mano, sin que una cosa pueda estar nunca por encima de la otra, y eso trabajando con músicos no siempre es posible porque, o se ponen a tu servicio para ilustrar, o ya entras en el mundo de la lírica y tú entonces no mandas nada. Nosotros, por el contrario, hemos conseguido una vía de entendimiento que ha logrado que la música sea una parte inseparable de la acción dramática”.

Nao hace exactamente lo que quiere hacer, es cierto, pero no sé si alguna vez se ha atrevido a soñar con obtener algún apoyo público más decidido y constante. Su directora no niega que “alguna vez sí que nos gustaría estar con más holgura y, ya que tenemos una clara vocación de servicio público, a la manera en que se hace en otros países europeos con compañías que se dedican a la defensa del patrimonio, pero también así tenemos una libertad que lo mismo no tendríamos de esta otra manera. Ahora mismo, nosotros no tenemos que dar cuentas a nadie porque trabajamos para nosotros mismos. Mientras las cosas se resuelvan trabajando, aunque haya que trabajar el triple que otros para conseguirlo, no me importa permanecer como estamos”.

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