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Crónica del concierto de Serrat en París: el azul del Mediterráneo a la ciudad de la luz

Crónica del concierto de Serrat en París: el azul del Mediterráneo a la ciudad de la luz

miércoles 16 de mayo de 2018, 10:06h
Desde la entrada del Olympia ya se respiraba nostalgia el sábado por la noche. Es mayo y han pasado cincuenta años de aquel “Sed realistas, pedid lo imposible”. Y es París. Incluso los que éramos demasiado jóvenes para haber vivido las protestas de los cantautores patrios desde su escenario percibimos algo especial al atravesar el largo pasillo que conduce a una de las salas de conciertos más míticas. Inevitable recordar el doble elepé de Paco Ibáñez -con el que Serrat coincide con gran emoción esa misma mañana durante la rueda de prensa de presentación del concierto- grabado allí en 1969 por este cantor revolucionario en el exilio.

La gala inaugural de la gira “Mediterráneo da capo” tuvo un aforo completo (“sold out”, dicen ahora; “hasta arriba” o el taurino “hasta la bandera”, se decía entonces) de maduritos, principalmente españoles y, menos, franceses. Y empieza Joan Manuel a contracorriente, ajeno (¿provocador?) a la costumbre generalizada de dejarse lo mejor para el final o para los bises, con un potente Mediterráneo. Tras este tema, con las palabras de presentación del concierto y gira, en las que contó su relación con la mar, siempre femenina para marinos y poetas, y bromeó en español sobre sus dudas acerca de qué idioma elegiría para dirigirse al público “para que no se me enfaden unos u otros”, ya se había metido al público en el bolsillo de una de las dos chaquetas que lució en la gala (“yo también me cambio de vestuario alguna vez, ¿eh?”, ironizó parodiando a las reinas y reyes del pop actual). Y no habían pasado ni diez minutos.

Su voz no es lo que era, su cabeza tiembla, pero este grande de la música tiene encanto y oficio como para enamorar a una nueva generación.Tiró de su repertorio más tradicional, santo y seña de su gira mediterránea (Hoy puede ser un gran día, Para ti Lucía, Tío Alberto...), y, cuando sonó Para la libertad, el Olympia ya era una sola voz y atronadoras palmas. A llegar Cantares, todos, todos en pie corearon la poesía de Machado convertida en himno por el de Poble-sec. Con Tatuaje hizo un guiño a la chanson espagnole que tanto le ha inspirado en su carrera y La Mer fue un nuevo recuerdo a su Mare Nostrum y a Charles Trenet, así como a algunos de sus admirados cantantes franceses “que también habían pasado por esas tablas”. Atendió a varias peticiones espontáneas del público, casi todas de temas en catalán, y cantó, entre otras, Ara que Tinc Vingt Anys y Paraules d’amor.

Serrat estuvo muy cercano con su público, fue muy simpático y generoso. Ofreció dos horas y media de extraordinaria nostalgia. Una nostalgia que sonó y supo a gloria contemporánea.

Al cruzar de vuelta el largo pasillo de la entrada, un hecho horrible nos aguó el fin de fiesta y cambió el curso de lo que tenía que haber sido una habitual conversación alegre tras un buen concierto: un terrorista había matado a una persona y herido a cuatro a tan sólo unos metros del Olympia. Una vez asimilada la triste noticia, de alguna forma, el recuerdo de la música ayudó a combatir la pena de la barbarie. Y toujours nos quedará Serrat. Y París.

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