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Las medias verdades de la censura y la investidura

sábado 02 de junio de 2018, 20:25h

Conviene comenzar por el origen de todo este revuelo: el verdadero contenido de la sentencia del caso Gurtel. Como se evidenció durante el debate de la moción, tanto los censurados como los censurantes podían leer partes de la sentencia que les daban plenamente la razón. Rajoy mostraba que no existían cargos penales contra su partido y Sánchez leía párrafos referidos a la caja B y la falta de credibilidad de las declaraciones como testigo de Rajoy. Parecía que ambas partes estaban leyendo sentencias distintas. Pero no era así. Sucede que la sentencia concreta una serie de acusaciones penales, pero al mismo tiempo contiene afirmaciones y frases descriptivas del contexto que son políticamente letales. Quizás para resolver diferencias internas, el tribunal acotó cuidadosamente los cargos penales, pero quiso dejar bien a la luz las vergüenzas políticas de los acusados. Ya he insistido en ello: hoy día los jueces se consideran algo más que aplicadores de la ley; se ven también como adalides de la justicia y la moral política en un mundo que entienden está cada vez más falto de todo eso.

Esa sentencia políticamente acusatoria fue aprovechada por Pedro Sánchez para dar un salto adelante. Esperó menos de 24 horas algún tipo de reacción del PP y como no la hubo, sin convocar a los órganos del PSOE, sólo contando con su círculo más próximo se lanzó a formular una moción de censura. Cuando la presentó a la Presidencia del Congreso había consenso sobre la poca viabilidad de que fuera aprobada. Pero la propuesta contó pronto con Podemos y los nacionalistas. Después de hacer las cuentas, fue evidente que era el PNV quien tenía la llave de la cuestión. Y a la vista de los hechos, cabe preguntarse: ¿Por qué finalmente apoyó la moción el nacionalismo vasco, siendo así que días antes había aprobado los presupuestos públicos presentados por el PP?

Cuando empezó el debate de la moción, Rajoy ya sabía que el PNV apoyaría la censura de Sánchez. “Llevo mucho tiempo en política –dijo Rajoy- y se cómo se organizan estas cosas”. Lo cierto es que ya se había enterado que el PNV había negociado con Sánchez su apoyo a cambio de que se mantuvieran los presupuestos acordados con el PP, que eran particularmente beneficiosos para el gobierno vasco. Como dijo en el Congreso Aitor Esteban su principal interés era lo que sucediera en Euzkadi y no le importaba tanto el inmediato futuro del proyecto Sánchez. El PNV podía permitirse un poco más de fenicismo político.

Fue Rivera quien separó las dos cuestiones: el gobierno se merecía la censura, pero la investidura de Sánchez, forzada según el precepto constitucional, presenta alto riesgo de ser un desatino político. Sánchez sólo tenía dos opciones: un gobierno en minoría, basado únicamente en el 84 votos del PSOE, expuesto al viento del resto de los grupos, o un pacto de gobierno con Podemos y los independentistas dispuesto a pisar líneas rojas por doquier. El mismo Sánchez mostró la contradicción que supone mantener los presupuestos aprobados y realizar esa política social agresiva que pregona para “atender las urgencias sociales”. Su apuesta de fondo refiere a conseguir aprobar los presupuestos de 2019 en el segundo semestre de este año, mostrando publicamente una orientación muy diferente. Lo cual quiere decir que no habría convocatoria a nuevas elecciones sino hasta el próximo año.
Sánchez ha conseguido su propósito: salir del ostracismo político y pasar a la historia. Pero se ha colocado entre la espada y la pared. Por un lado, se verá insistentemente presionado por los que le han votado en la investidura, y por el otro, se sitúa frente al muro de contención del PP, que es la minoría mayoritaria en el Congreso y la mayoría absoluta en el Senado. No hay que descartar el alto riesgo que tiene el nuevo presidente del gobierno de hacer trizas al partido socialista, en medio de ese sándwich.

Tampoco es difícil identificar quienes se alegran especialmente ante esta situación. Por un lado, Podemos ha presentado la censura de Rajoy como un mérito propio y se ha puesto a corear ¡Si se puede! Nunca hubieran esperado un regalo como este para tapar sus angustias recientes. Y por otro lado, José María Aznar, que por fin ha visto su sueño húmedo de ver como Rajoy se caía del caballo con todo el equipo.

Desmontado del gobierno, Rajoy se ha propuesto demostrar gallardía y elegancia como caballero de a pie. Pero sus gestos (su breve despedida en el Congreso, su traslado de inmediato a dormir en su domicilio propio, entre otros), reflejan un fuerte sentimiento de despecho y decepción. Más allá de las apariencias, Rajoy ha sido indudablemente ferito nell onore. Habrá que ver adonde le lleva su apreciable furia interior.

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