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Las vísperas populares

Por Gabriel Elorriaga F.
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elorriagafernandezhotmailcom/18/18/26
martes 17 de julio de 2018, 14:13h

A estas alturas se presiente un buen final para el congreso del Partido Popular. Tres círculos de opinión pesan sobre un capítulo cuya interrelación se medirá en próximas confrontaciones electorales. El círculo de los votantes, hoy simples espectadores, que son quienes otorgarán la preeminencia deseada al PP entre las formaciones políticas españolas. Este círculo, que hoy no vota pero observa, sacará sus consecuencias de lo que se haga y lo que se diga en esa especie de cónclave de compromisarios. El círculo de los afiliados formalizados y participantes en la selección de la primera vuelta que se supone especialmente conscientes de la necesidad de rearmar la estructura interna y el mensaje externo de su partido. Y, finalmente, el círculo de los compromisarios donde se entremezclan 522 natos con 2.612 elegidos por aquellos afiliados que participaron en la primera vuelta y que constituyen, por su origen selectivo y su vocación de protagonismo, un colegio electoral “sui generis” en que intervienen los intereses, relaciones personales y compromisos propios de un grado más fuerte de relación intrapartidaria. Es evidente que no son iguales unos y otros círculos y que este último y decisivo, que es el que se expresará en el congreso, no es reproductor ni obedece a idéntica sicología que los anteriores. No es, pese a la apariencia, una simple segunda vuelta sino un filtro más tupido de un tamiz más complejo, menos puro pero más conocedor de la problemática latente en el núcleo funcional del partido.

A este círculo acotado de compromisarios se le ofrece como materia prima lo ocurrido en la elección de los afiliados que produjo una aparente división en tres grupos importantes y unas candidaturas menores sin peso significativo. Estos grupos mayores sufrieron la distorsión de polarizarse entre la rivalidad anunciada entre dos damas antiguas miembros del Gobierno de Rajoy, Soraya y Cospedal, y un candidato varón salido de los cuadros del partido pero alejado de las responsabilidades de Gobierno. La visualidad de la disyuntiva Soraya-Cospedal, llamadas maliciosamente “las viudas de Rajoy”, acumuló los votos de un artificioso enfrentamiento y restó algún grado de protagonismo a la candidatura de Pablo Casado. Rota la simetría de aquellas grandes competidoras por un desigual tirón por parte de Cospedal, la apuesta se ha configurado con mayor precisión de lo que se esperaba entre una vicepresidenta del defenestrado Gobierno de Rajoy y un candidato con algunos factores incógnitos pero con una potente expectativa de renovación que es la expectativa de Pablo Casado. Esta es la responsabilidad que recae sobre el círculo de compromisarios que no va a encontrarse, como algunos imaginaban semanas atrás, entre dos opciones paralelas sin un gran coeficiente diferencial sino entre dos situaciones mentales contrapuestas. Ninguna de las dos supone por sí misma división ni desfiguración del partido y cualquiera de las dos estaría en condiciones de comportarse con afán de unidad y colaboración una vez ganada la preeminencia, lo que no quiere decir que antes de pasar por la prueba de la elección no manifiesten, como es debido, las diferencias que hacen que no sea igual una candidatura que otra.

La disyuntiva que se presenta al colegio de compromisarios se produce entre la prórroga de un decadente postmarianismo sin Mariano o la apertura de un nuevo ambiente, con sus riesgos y sus oportunidades. A nadie se le oculta que el postmarianismo sin Mariano, a cargo de su inseparable “vicetoda”, comporta la pesada carga de una moción de censura triunfante por primera vez en nuestra democracia, motejada de proximidades corruptas, con una gestión mediocre ante los desafíos independentistas en Cataluña y con la sensación de que faltó una dimisión a tiempo con disolución de las Cortes que hubiese sido el tratamiento adecuado de una crisis de fondo que hubiese podido evitar el asalto de una minoría socialista con respaldo comunista e independentista al poder ejecutivo en vez de obligar a aquel conjunto social-comunista-separatista a confrontarse por separado contra una candidatura popular programada desde las alturas que es en la que podía haber tenido su papel la hoy simplemente continuista Soraya. El desastre tuvo demasiado peso para que pueda cargarse ahora sobre los hombros de un partido que, aun reconociendo méritos de la gestión ordinaria del Gobierno Rajoy, no puede asumir un futuro como simple heredero de quien no ha querido testar ni demostrar otra voluntad de intervención que la de su regreso a la inocua condición de registrador de la propiedad de Santa Pola.

Por todo ello, en tiempo de vísperas, conviene que los compromisarios se sientan libres de compromisos y no se sientan agobiados por la responsabilidad de su voto, que sin duda será el mejor, pero que no se trata de una decisión dramática, rupturista ni definitiva sino de un acto natural en la vida de un partido con capacidad de relevo. Es ingenuo que ningún político de por hecho que quien sea elegido presidente del PP en las actuales circunstancias confunda su posición con la de un presidente del Gobierno a la espera de una recuperación automática del puesto. En las actuales circunstancias, sin asomo de convocatoria electoral a plazo previsible y con el propósito de Pedro Sánchez de prolongar hasta el máximo sus dos años de presidencia ocasional, con elecciones autonómicas, municipales y europeas por medio, con todas las vicisitudes imprevisibles y con el juego de los sondeos demográficos pronosticando las expectativas de los potenciales candidatos, no se va a mantener como una rueda de piñón fijo la elección de este congreso como un factor rígido e inamovible a plazo medio. El ganador del congreso tendrá que hacer sus méritos, lograr la unidad y potenciar el mensaje del partido. Puede acertar, puede errar y podrá rectificar y, también, ser rectificado. El centro-derecha español no va a suicidarse si un líder se equivoca en estos difíciles momentos en que la urgencia provocada por la caída del marianismo quizá no ha permitido estimar todas las capacidades de que dispone la sociedad civil española para enfrentarse a la presión antisistema que amenaza la estabilidad y prosperidad de una nación unida y sus alianzas europeas y occidentales de las que es pieza importante y frontera sur imprescindible. Los compromisarios deben meditar serenamente y ejercer en libertad su voto para que resulte lo menos malo, olvidando caprichos personales. La responsabilidad primordial de quien presida el PP en los próximos meses no es enrocarse desde el primer día como candidato presidencial indefectible sino como refundador de un partido necesitado de presentarse ante el círculo abierto de los españoles con la oferta idónea para ganar un futuro y no para justificar un pasado. El deber del presidente electo de un partido es restaurar su capacidad operativa y su identidad ideológica de modo sobresaliente en el paisaje confuso de la superficial política española de nuestros días. El triunfo no consiste en cimentar la plataforma de una pretensión individual de egolatría sino en edificar piedra a piedra la reconquista del poder perdido a través de los sucesivos escalones electorales, municipales y europeos que serán el campo de prueba de los aciertos de la nueva dirección del partido antes de plantearse la batalla final. Una nueva dirección que aporte, sobre todo, autenticidad y claridad en su mensaje y no un simple cambio de caras en la cúspide.

Gabriel Elorriaga F.

Ex diputado y ex senador

Gabriel Elorriaga F. fue diputado y senador español por el Partido Popular. Fue director del gabinete de Manuel Fraga cuando éste era ministro de Información y Turismo. También participó en la fundación del partido Reforma Democrática. También ha escrito varios libros, tales como 'Así habló Don Quijote', 'Sed de Dios', 'Diktapenuria', 'La vocación política', 'Fraga y el eje de la transición' o 'Canalejas o el liberalismo social'.

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