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A Franco muerto, gran lanzada

viernes 24 de agosto de 2018, 09:18h

He vivido 32 años bajo el régimen de Franco y muchos más con el cadáver del dictador sepultado en el Valle de Los Caídos. La angustia cotidiana en un sistema político autoritario y mediocre, contra el que milité activamente en la oposición, contrasta con las libertades y derechos de estos 43 años en los que Franco, por fortuna, es un recuerdo cada vez más borroso y menguado en la historia de España.

Hasta ahora, en que su tan traída y llevada exhumación revive su ominosa presencia y parece convertir a su persona en el problema actual más acuciante de nuestro país.

¡Con lo tranquilos que estábamos!

En este momento, a efectos prácticos Franco, me importa lo mismo que Fernando VII, el general Berenguer u otros personajes históricos que, por suerte, ya no volverán. Y me sorprende el afán de revitalizar y agigantar su persona por parte de quienes no padecieron su régimen y que, en la mayoría de los casos, habrían pertenecido a esas masas fervorosas de lameculos que lo vitoreaban en sus sucesivos desfiles triunfales.

Los mismos, además, hacen comparaciones brutales y esperpénticas con los regímenes de Hitler, Stalin o el camboyano Pol Pot, cuando los tales diezmaron su población, provocaron guerras y fueron incapaces de evolucionar hacia una democracia.

El odio, comprensible, a todo lo que Franco supuso, ha llevado a abrir un expediente a aquellos que han recordado que el general fue un gran militar y estadista, que lo fue, toreando a Hitler y a Churchill y evitando contra todo pronóstico entrar en la II Guerra Mundial. Porque la verdad es que se puede ser un genial militar, un hábil estadista y un gran hijo de puta, todo al mismo tiempo, como en el caso del llamado entonces Generalísimo.

Por si había alguna duda del consenso que llegó a generar el dictador, que se lo pregunten a los viejos arrantzales de Bermeo que, cuando llegaba a pescar en sus aguas el Caudillo, se pegaban por servirle, ya que ello no les suponía deshonra alguna, sino un honor personal y profesional. Y eso, para que se sepa, me lo han contado personalmente viejos supervivientes nacionalistas de aquellos sucesos.

Uno quisiera, pues, olvidarse de Franco de una vez —nunca he dedicado tanto espacio a nadie en un artículo— y centrarse en los problemas reales de paro, descrédito institucional, inmigración, injusticias sociales, nuevos retos tecnológicos,… de los que sí depende nuestro presente y nuestro futuro.

Sólo si el dictador o un remedo de él volviesen a ocupar el poder, me opondría con la misma fe y el mismo empeño que lo hice hace medio siglo. Pero me temo, en cambio, que estos antifranquistas de nuevo cuño, sobrevenidos al calor de una moda impuesta e interesada, volverían a bailarle el agua, a cantar sus falsas proezas y a afirmar que ningún salvador de la patria mejor que él.

Vivir para ver.

Enrique Arias Vega

Diplomado en la Universidad de Stanford, lleva escribiendo casi cuarenta años. Sus artículos han aparecido en la mayor parte de los diarios españoles, en la revista italiana Terzo Mondo y en el periódico Noticias del Mundo de Nueva York. Entre otros cargos, ha sido director de El Periódico de Barcelona, El Adelanto de Salamanca, y la edición de ABC en la Comunidad Valenciana, así como director general de publicaciones del Grupo Zeta y asesor de varias empresas de comunicación. En los últimos años, ha alternado sus colaboraciones en prensa, radio y televisión con la literatura, habiendo obtenido varios premios en ambas labores, entre ellos el nacional de periodismo gastronómico Álvaro Cunqueiro (2004), el de Novela Corta Ategua (2005) y el de periodismo social de la Comunidad Valenciana, Convivir (2006).

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