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Una magnífica versión del mítico personaje producida por Albacity Corporation

Antonio Campos, caracterizado como Lazarillo
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Antonio Campos, caracterizado como Lazarillo (Foto: David Ruano)

El Lazarillo, Antonio Campos y José Luis Montón: el arte de lo sublime

lunes 10 de septiembre de 2018, 11:14h
Son muchas las preguntas que hoy en día quedan sin contestar de una de las grandes obras de la literatura española y universal. Preguntas extratextuales (¿Quién es el autor?), pero también cuestiones internas de la obra como ¿quién es el personaje de V.M. que le pide a Lázaro que le dé noticias acerca de algunos rumores y habladurías sobre la relación que su mujer, al parecer, mantiene con el Arcipreste de San Salvador de Toledo mientras el pícaro pregona los vinos de éste?
Preguntas éstas de las que debemos seguir esperando respuesta. No obstante, esta novela adaptada a las tablas, nos ilustra sobre el “caso” por el que se le demanda por parte de V.M., nos dice Lázaro, muy por extenso y desde su nacimiento. Tal “caso” nos lo cuentan Antonio Campos (Lázaro de Tormes) y el guitarrista José Luis Montón.

El primero construyendo un armazón estructural con recursos de distanciamiento salpicado de ironía y de referencias contemporáneas ajenas al texto, pero relevantes en cuanto al contexto actual del espectador, por un lado, y, por otro,con la elaboración minuciosa en la caracterización de cada uno de los personajes que se aparecen en escena, dotándoles de espíritu vital a través del gesto, de la voz y un vestuario minimalista.

Y el segundo, José Luis Montón, quien coadyuva magistralmente en la consecución de los procedimientos interpretativos maximizando y elevando, si cabe, el espectáculo a lo sublime con una fuerte carga de savia popular y flamenca.

Con elementos de la dramaturgia brechtiana y de Stanislavsky, en cuanto a la interpretación, interdisciplinares por la interrelación entre aquella y la música, y erasmistas en cuanto a la contextualización ideológica de la España del siglo XVI, se hace desfilar a la madre de Lázaro, al ciego, al clérigo de Maqueda, al escudero, en una obra aparentemente humorística, pero sin embargo, deja traslucir el desengaño que la miseria y la pobreza que el texto denuncia.
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