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La democracia en América: avanzan las minorías pero no el bloque progresista

martes 13 de noviembre de 2018, 07:38h

Conocí al ex mandatario brasilero Fernando Henrique Cardoso en Santiago de Chile cuando se hacía famoso por su ensayo sobre Dependencia y Desarrollo en América Latina, que escribió con Enzo Faletto, y, desde luego, cuando no podía ni imaginar que algún día llegaría a ser Presidente del Brasil. Pero con la llegada de la democracia a su país, primero fue elegido senador (1983-1992), después fungió como Ministro de Relaciones Exteriores (1992-1993) y finalmente fue Presidente de la República entre 1995 y 2002. Estos días acaba de pasar por Madrid, para asistir al Foro Iberoamericano y ha defendido, como demócrata convencido, que la elección de Bolsonaro no significa la destrucción de la democracia en Brasil ni que pueda calificarse de fascista al nuevo mandatario.

Sus argumentos me resultan familiares. La elección de Bolsonaro es producto de una reacción social, de mucha gente resentida, de una ola que en realidad no ha sido liderada por Bolsonaro sino que éste ha sabido surfear adecuadamente. Otro tema: para calificar a alguien como fascista es necesario entender que el fascismo es un fenómeno político concreto, con una determinación orgánica, tanto partidaria como de Estado. También me resulta conocida la crítica que hace Cardoso al PT: hacer política contra los otros, contra los enemigos, sea el neoliberalismo, la derecha o cualquier otra entidad a la que es necesario combatir. Esa política a la contra resulta al final una forma de dividir a la opinión pública, que se puede volver contra quien la propugna.

Una división nacional que parece bastante consistente, tanto en Brasil como en Estados Unidos. Las últimas elecciones de mediano término han demostrado en USA que todas las barbaridades de un energúmeno como Trump no son suficientes para modificar esa división política del país. Si los resultados deben medirse en función de las expectativas, nadie ha resultado vencedor en la contienda electoral. Trump no ha logrado un plebiscito que le librara de la presión de los demócratas y de la prensa, pero la oleada azul de los demócratas ha resultado un fiasco. Menos mal que han logrado obtener una raquítica mayoría en el Congreso. Con ello puede decirse que han salvado los muebles. Pero no se han acercado más al deseado Trump impeachment de lo que estaban antes de los comicios.

Mas bien se ha vuelto a repetir un fenómeno que ya se conoce en Estados Unidos: que el avance de las minorías no se traduce en un avance del bloque progresista en su conjunto. Eso ya se evidenció con las derrotas ante Bush. La democracia en América se ha basado hasta el momento en un reparto del electorado blanco entre los dos grandes partidos (trabajadores y sindicatos con los demócratas, clase media blanca con los republicanos) y el crecimiento de los demócratas se había ido dando debido a los nuevos entrantes en el sistema (inmigrantes, grupos raciales y mujeres, principalmente). Sin embargo, las victorias de George Bush mostraron que el avance de nuevas olas de minorías producía un efecto contrario en sectores tradicionalmente partidarios de los demócratas. Es decir, que su éxito electoral ya no dependía de la progresiva suma de nuevas minorías, porque su antigua base electoral se resentía en ese proceso.

En estas últimas elecciones, esa situación se ha manifestado incluso más claramente. En términos globales, el bloque en torno a los demócratas apenas si ha avanzado. Pero las nuevas minorías lo han hecho de forma considerable dentro del bloque progresista. La actual gobernadora de Oregon proclama su bisexualidad y el gobernador de Colorado es abiertamente gay. Las mujeres han avanzado en las candidaturas parlamentarias de forma considerable: actualmente hay 100 mujeres representantes, la mayoría demócratas. También hay minorías étnicas de lo más diverso: desde una musulmana hasta una indígena, pasando por varias latinas de familia inmigrante. Pero esta oleada de nuevos entrantes en el cauce electoral demócrata no ha representado un avance significativo de ese partido.

La causa principal, como se ha dicho, es el resentimiento de amplios sectores de la fuerza laboral, que asocia las dificultades económicas de la globalización con la excesiva atención que presta la clase política a las minorías raciales, inmigrantes o de preferencia sexual. Y esa masa de resentidos está dispuesta a escuchar a quienes le prestan mucha más atención a los problemas de la ciudadanía mayoritaria. Incluso si lo hacen con exabruptos como lo hicieron Trump y Bolsonaro.

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