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La trasmutación de Pedro Sánchez

miércoles 21 de noviembre de 2018, 08:43h

En algún laboratorio clandestino de la Moncloa se practica la alquimia de la trasmutación política. Aunque se aprecien efectos secundarios relacionados con el aislamiento progresivo y cierto relativismo ideológico, el sujeto tratado supera esa experiencia vital. No reaccionan de la misma forma todos los políticos inoculados, alguno de ellos se muestra refractario a los cambios que activa la pócima. En esos casos, permanecen impermeables al goteo e iguales a como eran antes del experimento. Las variaciones son mínimas y apenas remueven el inmovilismo táctico y humano que les caracteriza. En otras probaturas, el trauma fluye con normalidad. La trasmutación no modifica, aparentemente, la personalidad pública y privada del individuo modificado. Solo los más próximos, cómplices activos del proceso, advierten las variaciones sutiles que su jefe introduce en los mensajes que lanza a la ciudadanía.

Mariano Rajoy podría ser un ejemplar del primero de los colectivos citados y Pedro Sánchez una muestra cualificada del segundo de los grupos. Sánchez se trasmuta como ningún antecesor suyo lo había hecho antes. El Sánchez Presidente de nuestros días no es el Sánchez aspirante que le ganó la moción de censura a Mariano Rajoy. Aquel Sánchez ganador no era tampoco el Sánchez derrotado que no consiguió la investidura tiempo atrás. Pablo Iglesias lo evitó.

Es más, las mutaciones descritas hasta ahora se enmarcan en la caída de Sánchez a los infiernos de la postergación socialista y su posterior ascensión a los cielos del poder absoluto en el PSOE. Vuelto a la cumbre, reconvertido en el príncipe de las izquierdas patrias, coincidiendo con su irresistible reaparición, repentinamente, comenzó a rodar la sentencia judicial del caso Gürtel. Sánchez agarró el taco e impulsó una carambola a varias bandas que descabalgó a Rajoy. Desde entonces, de mutación en mutación, sorprendiendo a propios y extraños, burlándose además de sus malogrados enterradores, Sánchez convierte lo blanco en negro y el agua en vino.

Las alteraciones de Sánchez provocan profundos cambios programáticos en su discurso oficial: del constitucionalismo integral a la equidistancia interesada, del delito de rebelión aplicable a los golpistas catalanes al quebrantamiento de sedición; de un poder judicial elegido por los jueces a un organismo ejecutivo pactado entre los dos grandes partidos nacionales; de unos presupuestos generales de izquierdas a unos presupuestos de Rajoy corregidos convenientemente, de exigir a don Mariano que se sometiera a una moción de confianza si no sacaba adelante sus cuentas a disimular silbando cuando le pasa a él; de la derogación de las grandes reformas del Partido Popular a la modificación selectiva de sus textos legales. Tuvo que ser su vicepresidenta la responsable de desvelar el secreto. El Sánchez que se desempeña como Presidente no es el Sánchez que nos prometía una década prodigiosa de transformaciones y bienaventuranzas. Probablemente no le quedó otro remedio: nada se puede contra la terca realidad y menos cuando se está más solo que la una. Así pues, visito lo visto, solo nos queda por ver la próxima trasmutación de Pedro Sánchez.

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