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El bramido de Düsseldorf
El bramido de Düsseldorf (Foto: Narí Aharonián)

‘El bramido de Düsseldorf’: el arte, la agonía y la muerte entre el yo y el tú

domingo 25 de noviembre de 2018, 17:58h

Si al arte lo define el nivel de riesgo, Sergio Blanco, autor y director de ‘El bramido de Düsseldorf’, es un artista como la copa de un pino. Son tantos los temas de fondo que aborda este montaje, las derivadas que suscitan y las formas tan originales y rompedoras de hacerlo, que el espectador no tiene ni un segundo de tregua en la hora y cuarenta minutos aproximados de duración del mismo. Cada escena, cada giro argumental de este nuevo montaje del franco-uruguayo Sergio Blanco está marcado por la autoficción y es un verdadero soplo de aire fresco en el panorama actual del teatro contemporáneo.

Hemos podido ver este nuevo montaje de Sergio Blanco, dentro del XXXVI Festival de Otoño, en la Sala José Luis Alonso del Teatro de La Abadía en una de sus tres únicas representaciones. Escrito en 2016, el texto relata la teórica agonía y muerte del padre del propio Sergio Blanco en una clínica de Düsseldorf (el padre real de Blanco, por supuesto, vive aún…), ciudad a la que el dramaturgo acude junto a su padre con el fin de abordar un proyecto que el espectador no podrá saber con exactitud. El autor juega permanentemente con la verdad real y la verdad ficcionada (que es tanto como decir la verdad inventada, la deseada, la verdad temida, la verdad soñada o la verdad que te aplasta, incluso contra tu voluntad…). El hecho es que a medida que avanza el relato en ‘El bramido de Düsseldorf’, el autor juega con tres posibilidades: asistir a una exposición sobre el asesino en serie Peter Kürten, introducirse en la industria alemana del porno o convertirse al judaísmo. De esta forma, entre verdades y mentiras, el dramaturgo va introduciendo con una envidiable habilidad narrativa y dramática trufada de un inteligentísimo sentido del humor, con reflexiones sobre casi todo lo humano y lo divino: Dios, el teatro, la biografía personal, la sexualidad, el amor, la muerte o los límites del arte… Verdad o no, no es lo que importa, sino su hermosa representación.

Bajo una dirección espléndida de Blanco, materializan en escena esos sueños y realidades vividas, soñadas o ficcionadas tres estupendos actores, Gustavo Saffores, que encarna al personaje de Sergio Blanco, Walter Rey, el Padre del dramaturgo y el Rabino, y Soledad Frugone, que adopta varios papeles (Cantante, Enfermera, Ejecutiva de una productora porno, Doctora, Madre chilena…). Los tres permanecen en escena la práctica totalidad del tiempo, en medio de varios micrófonos de pie –interpretan varias canciones a lo largo del espectáculo, comenzando por el Losing My Religion, de R.E.M.-, y varias piezas de mobiliario sobre ruedas (sillas, mesas, percheros…), que los propios actores mueven en medio de un escenario acotado por tres cegadores paneles blancos, situados al fondo y en los laterales del escenario. Escenografía, vestuario y luces son de Laura Leifert y Sebastián Marrero y la videoescena de Miguel Grompone, quien ilustra momentos clave de la propuesta, unas al ritmo del Mrs. Robinson, de Simon &Garfunkel con imágenes de Bambi, los campos de exterminio o de un padre agonizante. Otras se proyectan en el momento del afeitado del personaje de Blanco a su padre, con imágenes del barbero y el capitán en Woyzeck.


Episodio real

Confiesa el autor de ‘El bramido de Düsseldorf’ que la obra surgió de un episodio real: una madre chilena le envió un correo contándole que su hijo se había suicidado en condiciones muy similares a las que suceden en otra de sus obras, La ira de Narciso. Un contacto epistolar con esa madre que pedía el texto al autor para intentar conocerlo y buscar posibles claves sobre la muerte de su hijo. La segunda razón que también argumenta el autor para explicar la génesis de su obra es el descubrimiento de la ciudad alemana de Düsseldorf, más por su sonoridad fonética que por la ciudad en sí mismo.

Blanco, que vive habitualmente en París desde hace ya casi un cuarto de siglo, en donde ha escrito y estrenado obras que han visitado numerosos escenarios latinoamericanos, griegos, alemanes, franceses o españoles, entre otros, reestrenó el año pasado tres obras tan singulares como sorprendentes: La ira de Narciso, Tebas Land y Ostia. En la primera alterna el mito de Narciso, la intriga policial y los avatares propios de la vida. Tebas Land transita por el mito de Edipo y en ella se cuenta la historia de un muchacho preso por haber matado a su padre clavándole repetidas veces un tenedor. Y, por último, en Ostia Blanco se decidió a subir a un escenario por primera vez en su vida, a partir de una obra que desarrolló junto a su hermana Roxana, y en la que ambos repasan algunos episodios de su infancia.

Con ‘El bramido de Dusseldorf’, Blanco vuelve a la mitología introduciendo escenas como la de Acteón, el célebre cazador convertido en ciervo por haber sido sorprendido mientras espiaba a Artemisa, la diosa de la caza, o también ese otro mito mucho más moderno, el de Peter Kürten, que fue un asesino en serie alemán, conocido como “el vampiro de Düsseldorf”, que inspiró la película M, de Fritz Lang. Las tres obras tienen algo en común: una reflexión profunda sobre el amor y la muerte, expresadas con un lenguaje dramático muy particular que, a nosotros, nos parece especialmente interesante.



‘El bramido de Düsseldorf’

Texto y dirección: Sergio Blanco

Reparto: Gustavo Saffores, Walter Rey y Soledad Frugone

Videoarte: Miguel Grompone
Escenografía, vestuario y luces: Laura Leifert y Sebastián Marrero
Diseño de sonido: Fernando Tato Castro
Preparación vocal: Sara Sabah
Preparación de bajo: Nicolás Román
Comunicación y prensa: Valeria Piana
Imagen de portada: Rubén Lartigue
Diseño gráfico: Augusto Giovanetti
Fotografía: Narí Aharonián
Asistencia de dirección: Juan Martín Scabino
Asistencia de producción: Danila Mazzarelli
Producción y circulación: Matilde López

Teatro de La Abadía, Madrid

23, 24 y 25 de noviembre de 2018

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