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El Envés

La Declaración de los Derechos Humanos hoy

viernes 14 de diciembre de 2018, 08:01h

El 10 de diciembre de 1948, la Asamblea General de las Naciones París promulgó la Declaración Universal de los Derechos Humanos, un ideal común para todos los pueblos y naciones.
Los derechos humanos -políticos y sociales- pertenecen a todos los seres humanos. No bastan éstos o aquéllos para dar apariencia de democracia, sino todos, y no existe poder en la tierra con potestad para concederlos. Todo lo más que pueden hacer los poderes políticos es reconocerlos, como se hace en las Cartas Magnas. No en las Otorgadas. Pero, aunque no lo hicieran, como de hecho sucede cada día en tantos lugares del mundo, industrializados y empobrecidos, cuando los conculcan, no hay que esperar orden de mando alguna: es preciso arrebatarlos y ejercerlos.

Es unánime la doctrina jurídica de que, ante la tiranía, la opresión de las castas, de los militares o de las oligarquías financieras no sólo es lícito rebelarse y matar al tirano, sino que la resistencia se convierte en un deber ético. Sobre todo, cuando padecen los débiles.

Vivimos enajenados por la falacia de que las cosas no son hasta que las dictan los poderes dominantes. No hay que esperar ley ni permiso alguno para ejercer los derechos fundamentales, como el derecho a la vida, a la libertad y a la búsqueda de felicidad. Con todos los derechos sociales que de estas premisas se derivan: trabajo, salud, cultura, vivienda digna, libertad de pensamiento y expresión, libre asociación, diversidad y, en definitiva, la participación en la cosa pública como suma de todos los derechos políticos.

Pero es preciso inventar gente mejor, que se sepa ciudadano, y no permitir que nadie nos engañe. Hay que denunciar la incompatibilidad total entre la globalización económica y los derechos sociales. No dudar en calificar a la primera como una nueva forma de totalitarismo contra la que es preciso rebelarse. Como en su día nos alzamos contra los campos de concentración, los Auschwitz y los Gulag, Guantánamo y contra la esclavitud y la marginación, contra la exclusión y la explotación de los seres humanos por los poderes dominantes.

El problema central es el problema del poder. Antes era reconocible; ahora, no, porque el poder efectivo lo tienen las multinacionales que lo han arrebatado a los políticos. Y si antes los oprimidos podían alzarse contra los poderes tiránicos, fueran reyes o militares, castas sacerdotales u oligarquías, hoy se nos ha ido de las manos en el difuso pero omnipotente magma de las corporaciones económico financieras.

Silenciar los defectos no hace sino potenciar las causas. Pero no todo está perdido. Es posible rebelarse, porque las derrotas, como las victorias, nunca son definitivas. Y sabios autores han propuesto la revolución de la bondad activa que acelere la llegada del hombre y de la mujer nuevos. Porque hoy, como nunca anteriormente, es posible la destrucción de la humanidad y del medio que la sustenta.

El siglo XXI será el siglo de los derechos humanos porque se va a decidir el destino de la humanidad. Y todos estamos convocados a esta rebelión y conquista porque nos van en ellas la vida y la supervivencia. Pero sólo es admisible un vivir con dignidad como expresión de una sociedad en la que primen la libertad, la justicia y la ética por encima de los intereses y de la fuerza.

¿Quién dijo que todo está perdido? Nosotros venimos a entregar nuestra convicción de que el ejercicio de los derechos sociales, así como el de las libertades, es un quehacer que no admite demora. La historia demuestra que cuando ante los poderes opresores, esas minorías enriquecidas que dominan a inmensas mayorías empobrecidas, se plantan la inmensa mayoría de la Humanidad y los miran en los ojos, ellos enmudecen.

Ante nosotros se alzan todas las posibilidades de libertad, de justicia y de dignidad. Mirar hacia atrás, con ira o con nostalgia, sólo nos convertirá en estatuas de sal que se llevarían las lluvias. Y a éstas las necesitamos para abrevar ganados y para regar los surcos que esperan las nuevas semillas de un amanecer más justo y solidario para todos. No para ser reconocidos como personas, sino por el hecho de serlo por naturaleza.

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