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Aquí seguimos

martes 18 de diciembre de 2018, 08:02h

Decía mi buen amigo Teófilo Ruíz, escritor y periodista, capitán que fue de la Marina Mercante, involucrado siempre en la lucha por la igualdad social, que el golpe militar de 1936, la guerra civil que provocó esa rebelión armada y la dictadura fascista de cuarenta años que sucedió al pronunciamiento, marcaron profundamente a tres generaciones de españoles: la de nuestros abuelos, sujetos activos y pasivos del conflicto; la de nuestros padres, que se vieron obligados a enrolarse muy jóvenes en los frentes abiertos; y la de sus hijos, es decir, la nuestra. Aseguraba también que los efectos perniciosos de aquel episodio trágico persistirían hasta que desaparecieran las tres castas afectadas. Teófilo Ruíz, un hombre honesto y acorazado, fiel a su ideario izquierdista y defensor sin fisuras de la clase obrera, falleció este año.

La ley de vida comienza a diezmar al tercero de los colectivos citados por mi compadre desaparecido. Con esa marca indeleble en la memoria y en el alma, imponiéndose a los durísimos coletazos del tardofranquismo, la mayoría de los españoles secundaron la Transición y ratificaron con su voto la Constitución de 1978. Hoy en día, abrumados por las tensiones políticas y territoriales que se han desatado en los últimos años, celebramos el cuarenta aniversario de nuestra Carta Magna. Los más jóvenes, que nacieron en un país próspero y moderno, con todos sus parámetros sociales y económicos revolucionados, con todos sus derechos y libertades garantizados, sumergidos en un presente que poco o nada tenía que ver con nuestro pasado traumático, contemplan la onomástica institucional con cierto alejamiento y bastante escepticismo.

La actitud de nuestros hijos se corresponde, seguramente, con las consecuencias devastadoras de la crisis, con la falta de expectativas laborables y vitales, con las desigualdades sociales, con la politiquería rastrera que padecen y con las corruptelas de centenares de dirigentes. Nada tiene que ver esa sensación agobiante con la ilusión radiante y la esperanza confiada que empujaron el nacimiento de la Constitución del consenso. Hoy por hoy, los enfrentamientos políticos y la desvertebración nacional deshilachan el tejido patriótico urdido por aquellas Cortes Constituyentes. El bipartidismo se va debilitando poco a poco y en su descomposición paulatina crecen los extremismos de izquierdas y de derechas.

Aprovechándose del relativismo inane de la mayoría y del inmovilismo acobardado de los últimos gobiernos de la Nación, del PP y del PSOE, los grupos que se mueven en las fronteras de la legalidad alimentan a los terribles y sanguinarios demonios de nuestro pasado, aquellos que nos llevaron por los caminos del radicalismo y del enfrentamiento visceral. En este país nuestro se ha perdido capacidad de diálogo y de pacto, circunstancia sobrevenida que reabre viejas heridas y distorsiona la convivencia cívica que hemos alcanzado entre todos. Vamos ya de retirada la mayoría de españoles que protagonizamos la revolución pacífica de la Transición, pero mantenemos muy vivos los principios y los compromisos que impulsaron aquel cambio incomparable. Con el impulso juvenil indispensable en el cuerpo y más vivos que nunca, aquí seguimos.

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