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El sentido de Estado, la mejor estrategia para frenar al extremismo

viernes 18 de enero de 2019, 19:44h

Los medios españoles ya han comenzado a hablar de “la lección sueca”, a propósito del acuerdo entre los partidos democráticos de Suecia para aislar a la emergente extrema derecha. Sin embargo, no tengo la seguridad de que se entienda a fondo qué está detrás de esa lección; una lección que, por cierto, es válida para toda Europa y sobre todo para España.

Porque lo que destaca la prensa española es el drama del ascenso de la extrema derecha, como si fuera algo que no tuviera nada que ver con el funcionamiento del sistema político democrático y tampoco con la cultura política de la ciudadanía. Pareciera que el crecimiento de Vox en España es algo inducido por extraterrestres que contagiaron a los andaluces –y amenazan con hacerlo en el resto de España- con un virus maléfico.

En realidad, la lección sueca tiene dos fundamentos: el sentido de Estado y la deliberación ciudadana. Respecto del primero, los grandes partidos democráticos deben seguir una regla de oro: no se pacta con los extremos (de cualquier tipo) para desbancar al adversario político. Por encima de la competencia política debe estar el bienestar y la estabilidad del Estado, especialmente cuando se presenta una crisis nacional.

En otras palabras, cuando existe un curso de normalidad, de previsibilidad política, el vigor de la democracia se alimenta de la competencia partidaria para convencer al electorado de las políticas que más le convienen. Pero en situaciones de inestabilidad, de turbulencia política, como la que atraviesa en esta coyuntura la Unión Europea, que provocan el surgimiento de pulsiones simplistas, nacionalistas, populistas, debe primar el sentido de Estado entre las principales fuerzas políticas de izquierda y derecha.

Es cierto que ese sentido de Estado no debe disimular el hecho de que también en situaciones de turbulencia pueden surgir asuntos que no se pueden postergar. Últimamente en España la cuestión que ha sido necesario enfrentar sin paliativos ha sido la corrupción. Quizás era necesario sacar al PP del Gobierno nacional y al PSOE del de Andalucía, para sanear el Estado democrático. Pero los partidos constitucionalistas han tenido la oportunidad de hacerlo sin necesidad de acudir al extremismo, mediante un acuerdo de Estado. En el caso de la moción de censura no hubieran sido necesarios los votos del extremismo separatista, si se hubiera producido un acuerdo entre el PSOE y Ciudadanos, y una aceptación de la evidencia por parte del PP. De igual forma, en Andalucía ha sido evidente la orientación hacia el cambio, pero los votos de Vox no hubieran sido necesarios si se hubiera alcanzado un acuerdo para que el PSOE se abstuviera (como se han abstenido los partidos de centroderecha en Suecia).

Claro, todo esto puede parecer ciencia ficción en España, pero eso guarda relación con la ausencia de sentido de Estado que predomina entre las principales fuerzas políticas. Porque no existe ninguna otra razón que explique porque es posible en Suecia y no en España.

La otra enseñanza de la lección sueca refiere a la suficiente deliberación en el seno de la ciudadanía. Como se ha dicho en los medios suecos, la gente ha quedado tranquila con el logro del acuerdo, porque la cultura política ciudadana es mayoritariamente favorable a un amplio consenso en vez de pactar con la extrema derecha. Dicho en breve, para luchar contra los extremismos no hay nada mejor que la deliberación democrática ciudadana. La gente debe saber que si en situaciones de normalidad puede haber segmentos de la ciudadanía que prefiera dejar la conducción de lo público en manos de los representantes políticos, en situaciones de crisis o de turbulencia, es necesario que la ciudadanía democrática se comprometa con la deliberación política, para contrarrestar los discursos extremos o xenobos. Es decir, en estas situaciones, hay que activarse para defender los principios de la convivencia democrática.

Es lamentable la tendencia fácil a culpabilizar a “la clase política” de las causas por las que crecen con fuerza las opciones extremistas. Como si la ciudadanía estuviera compuesta por menores de edad incapaces de un raciocinio político. Un ejemplo patético de ello se está mostrando estos días con el caos del Brexit en Inglaterra. Ahora resulta que el laberinto en que se encuentran perdidos es culpa de la incapacidad de la clase política. Como si la decisión de lanzarse al despropósito no tuviera nada que ver con la cultura política de la ciudadanía británica. Han sido los ciudadanos, convencidos de su superioridad identitaria, los que han elegido romper con el resto de Europa. Ello no disminuye la dimensión de los errores de la clase política, pero no hay que confundirse: el fondo del asunto reside en la cultura de la propia ciudadanía.

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