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El hombre en rebeldía, de Albert Camus

domingo 10 de febrero de 2019, 10:15h

Si no se cree en nada, si nada tiene sentido y si no podemos afirmar ningún valor, todo es posible y nada tiene importancia. Sin pros ni contras, el asesino no tiene culpa ni razón. Se pueden atizar los hornos crematorios del mismo modo que cabe dedicarse a cuidar leprosos. Maldad y virtud son, entonces, azar o capricho”.

Testigo moral de la Europa destruida por la Segunda Guerra Mundial, las obras de creación y las reflexiones teóricas de Albert Camus (1913-1960) constituyen el anverso y el reverso de una única indagación en torno a la complejidad y la ambigüedad de la condición humana.

El hombre en rebeldía es una ambiciosa exploración del mundo moderno desde la Revolución francesa a la Revolución rusa, pasando por Sade, Marx, el anarquismo, Nietzsche, los nihilistas, el terrorismo y el surrealismo.

Dos siglos de rebeldía, metafísica o histórica, se ofrecen a nuestra reflexión… sus palabras ofrecen una hipótesis que explica la desmesura de nuestro tiempo. Yo, admirador confeso del autor, me he limitado a entresacar algunas de sus reflexiones sobre la rebeldía que parece volver a resurgir en el alma de nuestros pueblos.

¿Qué es un hombre en rebeldía? Un hombre que dice no. Pero si niega, no renuncia, es también un hombre que dice sí, desde su primer movimiento. Un esclavo, que ha recibido órdenes toda su vida, de pronto juzga inaceptable un nuevo mandato. ¿Cuál es el contenido de este no?… Así, el movimiento de rebeldía se apoya, al mismo tiempo, en la negación categórica de una intrusión juzgada intolerable y en la certeza confusa de un derecho justo, más exactamente en la impresión en el hombre en rebeldía de que tiene “derecho a…” La rebeldía no renuncia a la sensación de que uno mismo, en cierta medida, tiene razón.

El hombre en rebeldía, L’Homme révolté, en el sentido etimológico, se revuelve contra todo, sobre todo contra sí mismo. Caminaba bajo el azote del amo. Ahora planta cara. Opone lo que es preferible a lo que no lo es. Todo valor no conduce a la rebeldía, pero todo movimiento de rebeldía invoca tácitamente un valor.

La comunidad de las víctimas es la misma que la que une a la víctima con el verdugo, pero el verdugo no lo sabe.

El esclavo se subleva por todas las existencias a un tiempo cuando juzga que, bajo este orden, se le niega algo que no le pertenece únicamente a él, sino que es un ámbito común en el que todos los hombres, incluso el que lo insulta y lo oprime, tienen dispuesta una comunidad.

El hombre en rebeldía no se reserva nada, puesto que lo pone todo en juego. Exige, sin duda, el respeto a sí mismo, pero en la medida en que se identifica con una comunidad natural.

La rebeldía no nace sólo en el oprimido, sino que puede nacer asimismo ante el espectáculo de la opresión de que otro es víctima

En la experiencia del absurdo, el sufrimiento es individual. A partir del movimiento de la rebeldía, cobra conciencia de ser colectivo, es la aventura de todos… El mal que sufría un solo hombre se hace peste colectiva.

Hagamos lo que hagamos, la desmesura guardará siempre su sitio en el corazón del hombre, en lugar de la soledad. Todos llevamos en nosotros nuestros presidios, nuestros crímenes y nuestros estragos. Pero nuestra tarea no está en desatarlos por el mundo; sino en combatirlos en nosotros mismos y en los otros. La rebeldía, la secular voluntad de no soportar está al principio de este combate. Madre de las formas, fuente de verdadera vida, nos mantiene siempre en pie en el movimiento informe y furioso de la historia.

Lo que suena para nosotros en los confines de esta larga aventura, no son fórmulas de optimismo, que no nos importan en el extremo de nuestra desdicha, sino palabras de ánimo y de inteligencia que, junto al mar, son hasta virtud.

Se comprende entonces que la rebeldía no puede prescindir de un extraño amor. Los que no hallan reposo ni en Dios ni en la historia se condenan a vivir para los que, como ellos, no pueden vivir: para los humillados. Esta loca generosidad es la de la rebeldía, que da sin esperar su fuerza de amor y rechaza sin demora la injusticia. Su honor consiste en no calcular nada, en compartirlo todo en la vida presente y a sus hermanos vivos. La verdadera generosidad con el porvenir consiste en darlo todo al presente.

“Al término de estas tinieblas es inevitable, sin embargo, una luz que ya adivinamos y sólo tenemos que luchar para que sea. Más allá del nihilismo, todos nosotros, entre las ruinas, preparamos un renacer. Pero pocos lo saben”.

“Desesperan de la libertad de las personas y sueñan con una extraña libertad de la especie; rechazan la muerte solitaria, y llaman inmortalidad a una prodigiosa agonía colectiva. Ya no creen en lo que es, en el mundo y en el hombre, vivo; el secreto de Europa está en que ya no ama la vida.

En el mediodía del pensamiento, el rebelde rehúsa así la divinidad para compartir las luchas y el destino comunes. Nosotros elegiremos Ítaca, la tierra fiel, el pensamiento audaz y frugal, la acción lúcida, la generosidad del hombre que sabe. En la luz, el mundo sigue siendo nuestro primero y último amor. Nuestros hermanos respiran bajo el mismo cielo que nosotros, la justicia vive. Entonces, nace la alegría extraña que ayuda a vivir y a morir y que nosotros rechazamos en adelante aplazar para más tarde. En la tierra dolorosa, ella es la cizaña incansable, el amargo alimento, el viento duro venido de los mares, la antigua y la nueva aurora. Con ella, a lo largo de los combates, reconstruiremos el alma de este tiempo, y no Europa que no excluirá nada ni a nadie.

Decidme si estas reflexiones no os conmueven y en algún momento no os han hecho pensar. Pero, esta etapa le lleva a La Revolte después escribir joyas como La Peste, El extranjero o el mito de Sísifo por los que recibió el Premio Nobel de Literatura en 1957, y, poco antes de morir a los 47 años en un accidente de circulación, también absurdo, había declarado a un periodista: “Mi obra aún no ha empezado”.

Así concluyó una conferencia inolvidable a la que asistí asombrado y lleno de admiración en París, a mis 18 años recién cumplidos, cuando Camus concluyó así: Mi vida se contiene en cuatro etapas: El goce de vivir, El absurdo, La rebelión y ahora me encuentro “en quette de la sagesse”.

Pero esta no llegó por un accidente de carretera.

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