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Por si fuera posible

Por si fuera posible

miércoles 26 de diciembre de 2007, 03:02h

A Aquiles Nazoa le debemos, entre muchas otras revelaciones, su definición de la Navidad como la más bella de las fiestas, por celebrarse en ella el nacimiento de un niño, figura emblemática de esperanza y buenos augurios; y como la más popular y extendida en el mundo, pues "merced a los atributos de ternura que reviste, es la que más hondo llega al corazón de los hombres en todas las latitudes"; fiesta que entre nosotros tiene lugar en el marco de un mes que suele ser de cielo transparente y días luminosos.

La Navidad implica múltiples significados y contenidos: es una tradición, que encaramos con ánimo festivo y a la vez nostálgico por el balance de vida en el año que termina; es una atmósfera, que impregnada de amor propicia encuentros y reencuentros; es alegría bulliciosa, pero también melancolía; es un hecho cultural, y es asimismo un bello tema que por siglos ha inspirado a músicos, escritores, pintores y escultores, quienes imbuidos de un espíritu especial nos han legado magníficos conciertos y oratorios, excelentes relatos en los que hay avaros que se esconden en plena Nochebuena para contar a solas sus monedas de oro, y niños como Panchito Mandefuá que esa misma noche se van al cielo a cenar con el Niño Jesús; y verdaderas joyas de la plástica como La Anunciación pintada por Fra Angélico en su celda del Monasterio de San Marco, o las distintas versiones de la Virgen y el Niño que esculpiera Miguel Ángel.

Su sabor a infancia se nutre de la alegre invasión de las calles y las casas por juguetes, y se siente en las golosinas que pueblan las vitrinas y los mostradores de las confiterías.

Hay un aire renovador que se percibe, o que íntimamente se desea exista, en el tránsito de un año a otro.

Tanto celebró la humanidad el nacimiento de Jesús, con el regocijo de sentir llegado un salvador, un repartidor y sembrador de semillas de paz, que no sólo brilló esa noche una estrella especial en Belén sino que se creyó, con razón, que era ese el momento ideal para la proposición celestial de que hubiera Paz en la Tierra para los hombres de buena voluntad; referida ésta a una conducta signada por la generosidad, la solidaridad, y el respeto al prójimo en su integridad física y su dignidad; y llamada a traducirse antes que en enunciados, en acciones concretas. Es tal su valor, que es ella la que permite distinguir un ser primario consumido en el desprecio a sus semejantes, movido por rencores e instinto retaliativo, de un ser sano a plenitud, con mente amplia y pulcritud de conducta.

Impregnado del sentimiento navideño arriba mencionado, me complacería poder desearle al comandante-presidenteHugo Chávez Frías, Paz en la Tierra, y creo que para hacerlo me bastaría con verlo refrenar en algo su vocación bélica y tratar de controlar su desbocada agresividad; aunque sin duda alguna, en este momento el más claro indicio de ser él (o al menos de intentar serlo) uno de tales hombres de buena voluntad, sería abrir sin más demora y no en ejercicio de magnanimidad sino cual gesto mínimo de corrección y justicia, las celdas en que mantiene absurdamente encerrados a tantos venezolanos honorables, por el solo hecho de tener ideas y convicciones distintas a las suyas.

Mientras el país les reconoce a dichos presos políticos la lección de hidalguía que han sabido darnos, al no doblegarse ni pedir ser perdonados por delitos que nunca cometieron, ojalá el comandante dé ese paso adelante, que le será de beneficio a él mismo al hacerlo humanamente mejor.

Ildemaro Torres
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