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Nuestro agujero negro

martes 19 de marzo de 2019, 08:35h

Cada vez que se raspa en la epidermis social, incubado y latente en los tejidos fundamentales, aparece un mal endémico que arruina muchos de los comportamientos que nos caracterizan. Localizado el fenómeno, ninguno de los gobiernos que se vienen sucediendo en España, de derechas o de izquierdas, ha sabido o ha podido combatirlo con determinación y eficacia. La educación de la ciudadanía, entendida con mayúsculas, es la asignatura pendiente de nuestro sistema democrático. En cualquiera de las lacras que padecemos, a poco que se analicen los orígenes y circunstancias de los hechos, se manifiestan las carencias educativas que persisten en todas las capas sociales.

En este país nuestro que ha superado ya el atavismo secular que lo paralizaba, colocándose además entre las naciones más avanzadas y progresistas del mundo, aún se manifiestan actividades insufribles. Destaquemos, por ejemplo, el machismo casposo y grosero que distingue la conducta de muchos adolescentes y jóvenes que cursan estudios en colegios e institutos. Estos chavales consideran propiedad privada a las chicas con las que se relacionan, controlando consecuentemente todo lo que dicen y todo lo que hacen. Esa muchachada, trastocada y trasnochada, prolonga en el tiempo el talante de muchas generaciones de hombres que nos han precedido.

El sistema educativo está fallando y nadie parece empeñado en remediarlo. Desde muy pequeños todos los españoles deberíamos aprender en la escuela los conceptos básicos de la convivencia pacífica y democrática. Es en ese ámbito donde habría que erradicar la violencia, de genero especialmente, las desigualdades entre mujeres y varones, la discriminación del semejante, el supremacismo racial e ideológico, la intolerancia, la imposición de privilegios y la falta de respeto a los demás. Tampoco han funcionado bien los sucesivos planes de estudio y las leyes orgánicas de educación. El alumnado español no supera, habitualmente, las pruebas de cualificación implantadas por las instituciones internacionales. Una proporción importante de los encuestados no sabe lo suficiente de historia, presente o pasada, de literatura o de arte. Se manejan mal en lengua española y apenas se defienden en idiomas extranjeros.

La enseñanza de humanidades sobrevive a duras penas y las materias de raíz científica o matemática siguen provocando alergia en multitud de estudiantes. Una malformación evidente que se suma al fracaso escolar y al clima agobiante que se respira en demasiados centros docentes. En la mayoría de agujeros negros que perturban el progreso de España se detectan la falta de educación y de urbanidad, la incultura y las actitudes incívicas del personal. Esa es la materia oscura donde medran el deterioro culpable del mobiliario urbano y de las dotaciones públicas y comunitarias, la suciedad en las calles, los atentados contra el medioambiente, la vulneración criminal de las normas de circulación, los ruidos y escandaleras que perturban el descanso nocturno de los vecinos y los desplantes y las malas formas con las que se manifiestan muchos prójimos.

De ahí proceden también las audiencias millonarias capturadas por cierta cadena privada de TV. Para conseguirlo televisan bazofias impresentables y paradas de monstruos populares que desnudan su intimidad ante el respetable. Se muestran al público sin rubor ni escrúpulos, enrolados en un coro desafinados de gritos, insultos y procacidades. Visto lo visto, me parece asombroso que la Educación, con mayúsculas, no sea uno de los temas estrella en los programas electorales de las distintas fuerzas políticas, ni sea uno de los argumentos esenciales en los mítines y debates convocados por los contendientes. No tienen en cuenta que por ese agujero negro se escapan muchas de las energías vitales que se generan en España.

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