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La fascinación digital de algunos estrategas en comunicación política

martes 26 de marzo de 2019, 18:14h

En la primera década de este siglo, un grupo de comunicadores, mercadólogos y políticos, principalmente argentinos, comenzaron a configurar una entidad, “Cumbre Mundial de Comunicación Política”, que finalmente tuvo su primer encuentro en Buenos Aires en 2010. Desde entonces ha conseguido reunirse anualmente en varias capitales latinoamericanas hasta que este mes de marzo lo acaba de hacer en Madrid, con el apoyo de la Universidad Camilo José Cela. En todo este tiempo no han necesitado cambiar su nombre original, que ya tenía desde su inicio un ambicioso gancho comercial.

En la actualidad, aunque su dirección sigue siendo fundamentalmente argentina, presentan algunas estrellas de otros países, como por ejemplo el español Antonio Solá, que ha oficiado en los últimos encuentros el interesante papel de enfant terrible de la comunicación política. Su ponencia en Madrid es coherente con ese papel: no habla de los cambios en la política corriente, sino, ni más ni menos, de su extinción. Solá, un periodista mediocre (según declaración propia) se relacionó con las campañas de José María Aznar y Mariano Rajoy y de ahí saltó a convertirse en asesor electoral en algunos países de América Latina. Hoy es el profeta que anuncia la llegada de la democracia digital. En realidad, no me detendría a comentar sus sabios criterios si no fuera porque los escuché en la televisión pública (participó en el programa “Los conversatorios en Casa de América”, de TVE).

El argumento central de Solá es sencillo: la democracia digital sustituirá irremediablemente y por completo a la democracia representativa. Desde luego, este discurso no es precisamente una novedad, pero en este caso tiene la particularidad de que está llevado hasta sus últimas consecuencias. No sólo la votación será electrónica, también los mecanismos actuales de intermediación desaparecerán, ¡y no únicamente los partidos sino incluso su máxima expresión, los poderes legislativos!

La base inicial de la democracia digital sería el voto electrónico. Algo que Solá entiende incontenible y que veremos en menos de veinte años, cuando ya “no pensaremos más en los partidos políticos”. Sorprende la falta de información de Solá sobre las experiencias fallidas de varios países nórdicos que han regresado rápidamente al voto en físico. Pero además, esa fascinación digital, que en el fondo es muy similar a la de un anciano campesino de la aldea más apartada, lleva a Solá a ver únicamente el crecimiento de los medios electrónicos de comunicación sin tomar en consideración las decisiones de control que pueden surgir de los poderes públicos. A este respecto, la sentencia en Alemania del Tribunal Constitucional Federal, en 2009, declarando inconstitucional el voto electrónico es un ejemplo paradigmático. El argumento central de la sentencia es que, contrariamente a lo que se supone, el control de la votación electrónica está mucho más alejado de los ciudadanos que el voto mediante papeletas. El voto electrónico no sólo depende de procedimientos que difícilmente puede controlar y aun entender la ciudadanía, sino que está expuesto a riesgos de manipulación mucho más altos, como explicó claramente el famoso grupo alemán de Hacking Chaos Computer Club (CCC). En suma, el voto electrónico tendría utilidad en contextos muy delimitados, pero no parece útil para procesos centrales como unas elecciones generales.

Los riesgos de manipulación del voto electrónico guardan relación con el otro argumento acerca de la extinción de la intermediación política. En este caso, la prueba consiste en el peso que está tomando la comunicación digital en la vida cotidiana. Este innegable hecho social tiene, sin embargo, unos efectos políticos controvertidos. Solá acepta que las redes sociales transportan bastante basura en los contenidos que emiten. También es evidente que con la comunicación electrónica han florecido las fake news que vulneran el derecho a una información pública veraz. Para enfrentar estos graves riesgos de manipulación, los abanderados de la política electrónica hablan de la educación digital de la ciudadanía y Solá enfatiza que, en este contexto, se requiere de una responsabilidad individual elevada de cada ciudadano o ciudadana.

En realidad, se equivocan de objeto: para que se incremente el discernimiento político de la ciudadanía no es necesario que conozca mejor el manejo digital sino que alcancen una cultura política democrática suficiente. En este punto, siempre recuerdo aquella reflexión de un Ministro de Educación costarricense que establecía un paralelismo entre la presunción de que todos sabemos de sexo desde que nacemos (y luego llegan los desastres) y el conocimiento de la vida democrática, para la que nos educan muy poco. La abundante basura de las redes sociales demuestra claramente esta situación.

Sin embargo, la invasión digital permitiría, según Solá, anunciar la pronta muerte de la intermediación política. En primer lugar, de sus instrumentos más conocidos: los partidos políticos (que no durarían ni dos décadas más). Resulta indudable que, entre las funciones de los partidos, la de intermediación política ha sufrido notables cambios desde fines del pasado siglo: los medios de comunicación, la sociedad civil organizada, las redes sociales, son algunos de los elementos que comparten esa función con los partidos en este siglo. Resulta obvio que ello ha transformado su funcionamiento. Pero una cosa es que se perciba un gran cambio y otra cosa es que vayan a desaparecer. De hecho, una de las primeras cosas que hacen los nuevos líderes políticos en todo el mundo consiste en organizar un partido. No será ya la organización partidaria histórica con unas características definidas, pero continuará siendo una organización política que permita llevar adelante una propuesta programática, (que, desde luego, coexistirá con los partidos tradicionales modificados).

Pero el impulso discursivo de los obnubilados con el mundo digital parece indetenible. Solá, por ejemplo, afirma: “y si la intermediación política se acaba, se acaban no solo los partidos sino también los legislativos”. Y al llegar a este punto suenan todas las alarmas democráticas. Porque la idea de la desaparición de los legislativos deja de ser algo instrumental, para convertirse en un ataque al centro del sistema democrático. Más aun cuando Solá agrega con displicencia: “Bueno, quedarían el poder judicial y el ejecutivo”. No parece necesario discutir mucho esta simple ocurrencia antidemocrática. Ni siquiera para poder sopesar la comunicación electrónica en la dinámica política actual. Pero escucharla le hace pensar a uno en una asociación: la ciencia política es a este tipo de comunicación política lo que la medicina es a la actividad curandera. Para algunos –pocos- es algo en que creer, para otros es algo muy semejante a la charlatanería (últimamente considerada peligrosa).

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