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Las amargas tribulaciones de un votante socialista

jueves 04 de abril de 2019, 08:22h

En estas elecciones de abril hay dos formas opuestas de votar a favor del PSOE. Una, sencilla y directa, que inclina su voto por tradición o a vista de pájaro, sin hacerse demasiadas preguntas. A este votante le gusta el tono social de la campaña socialista y aunque le agrada menos no saber muy bien cómo piensa Sánchez encarar la crisis catalana, lo deja pasar. No siempre se puede tener todo. Voto decidido y a otra cosa.

Desafortunadamente, no puedo pertenecer a este universo feliz de votantes socialistas. Por antecedentes y por interés en la cultura política veo las cosas desde otro ángulo. Soy un veterano socialdemócrata, que tuvo en su tiempo algunas responsabilidades en el PSOE de Madrid y que si bien he sido un votante socialista de-toda-la-vida, hoy me siento bastante reflejado en eso que José Ignacio Torreblanca ha llamado “el votante huérfano del PSOE” (diario El Mundo, 25/03/19). Es decir, aquel que añora el progresismo sin estridencias, sin exageraciones ideológicas, con un ideario socialdemócrata firme, que no haga concesiones al populismo ni a la demagogia. Ese que hoy considera tan importante las políticas sociales como la crisis catalana, entre otras razones, porque, desde el punto de vista del sistema democrático, esa crisis representa el peor riesgo que ha sufrido España desde la transición. Es sobre ambos temas (política social y territorial) que se levantan hoy los dos principales pilares de un programa progresista. Ocultar o quitarle importancia a cualquiera de ellos resulta, cuando menos, sospechoso.

Ahora bien, esta otra forma de pensar el voto socialista conlleva inevitablemente sumergirse en un mar de amargas tribulaciones. Por ejemplo, fue una desagradable sorpresa comprobar que en el documento sobre las 110 medidas principales que presentó el PSOE no se dedica ni una sola palabra a la crisis catalana. ¿Considera Sánchez que este asunto no es principal? Difícilmente sería así, pero entonces ¿Cuál es la razón por la que no le dice a la ciudadanía como piensa encarar este grave problema? Todo parece indicar que prefiere ocultarlo. Y la explicación más inmediata refiere a que lo hace porque no quiere cerrar la puerta a una reedición del pacto con los secesionistas para mantenerse en la Moncloa. Pero actuar de esta forma implica una reducción de la credibilidad de su orientación política. Alguien podría pensar que Sánchez no quiere el poder para impulsar políticas sociales, sino al contrario: propone medidas sociales para mantenerse en el poder. En suma, que haría cualquier cosa –incluyendo un pacto con el independentismo- para conseguir ese objetivo. Maquiavelo reivindicado.

Claro, la otra posibilidad es que la idea del dirigente socialista catalán, Miquel Iceta, no sea una ocurrencia y la posibilidad de un referéndum en Cataluña sobre la independencia haya estado y esté sobre la mesa de las negociaciones entre Sánchez y el independentismo. Eso es lo que ha afirmado el vicepresidente de la Generalitat, Pere Aragonés: “esa posibilidad se ha tratado ya varias veces en las conversaciones con el Gobierno”, ha dicho. Desde luego, Sánchez y otros representantes de su equipo han salido al paso del “desliz” de Iceta, negando radicalmente esa posibilidad. Pero resulta difícil creerles del todo, en medio de la bruma que rodea su manejo político.

La pregunta que se hacen muchos votantes socialistas es si no será posible que algunas figuras importantes del PSOE eleven su voz pidiendo algo más de claridad. Torreblanca lo describe así: (a esos votantes socialistas) “les desespera el conformismo de los barones territoriales y de los supuestos disidentes, que rehúyen la confrontación con una política que saben equivocada a cambio de salvaguardar sus cuotas de poder autonómico, municipal y personal”. Tomemos un ejemplo notorio: en las presentaciones de su libro “La España en la que creo”, Alfonso Guerra deja claro que su visión de la crisis catalana no tiene nada que ver con la de Pedro Sánchez, pero se cuida de decirlo abiertamente. En realidad, la mayoría de los antiguos dirigentes socialistas siguen presos de la tesis de que cualquier crítica directa al sanchismo favorece inevitablemente a la derecha.

En estas condiciones, mientras algunos socialistas ya decidieron su voto, a los votantes huérfanos solo les quedan tres opciones electorales posibles: a) reiterar su apoyo al PSOE tapándose la nariz; b) abstenerse en los próximos comicios; c) votar al partido más cercano, que parece ser Ciudadanos. Todo indica que las dos primeras opciones serán abundantes en Andalucía, sobre todo después de la humillación sufrida en la conformación de las listas de esa federación. Pero también parece que habrá un corrimiento hacia Ciudadanos, como ejemplifica el caso de Soraya Rodríguez, exportavoz del PSOE en la anterior legislatura. La abultada cantidad de indecisos que aparece en los sondeos parece indicar que hay todavía mucho voto socialista no decidido. Ojalá haya muchos votantes de esa orientación que se tomen el tiempo para pensar en el país y no sólo en el partido.

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