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Réquiem por el centro político

jueves 11 de abril de 2019, 08:14h

Las sucesivas floraciones de centro se marchitan prematuramente en el arbolado político que crece en España. Los temporales de radicalismo sectario acaban muy pronto con las plantaciones de tan delicado fruto. Basta con repasar nuestra historia contemporánea para comprobar todo lo expresado: las opciones centristas desaparecen repetidamente. Albert Rivera, sin ir más lejos, fiel a la trayectoria chaquetera que lo distingue, acaba de aplicar la eutanasia activa al centrismo fundacional del partido que dirige. Ciudadanos abandona así una de las premisas fundamentales que empujó su expansión nacional. Ahora se presenta como socio prioritario del Partido Popular. Piensa Rivera que las dos formaciones, agrupadas en coalición gubernamental, apoyadas por una presunta bancada de extrema derecha, ocuparían el Palacio de la Moncloa.

Ciudadanos sacrifica su equidistancia entre la derecha y la izquierda, embarcándose en una nave tripulada por los herederos legítimos de José María Aznar y los elementos más atávicos y retrógrados del conservadurismo patrio. Mal asunto. A lo largo de los últimos años, coincidiendo con su ascenso electoral, respetando la legitimidad de la lista mas votada, negociando con los ganadores en minoría programas comunes de gobierno, Ciudadanos ha sustentado ejecutivos municipales y autonómicos, de izquierdas o de derechas, garantizando la centralidad de lo hecho y la estabilidad de las instituciones. Incluso facilitó, en tiempos muy complicados, la segunda investidura de Mariano Rajoy. Para eso sirve el centro, aunque Rivera sacrifique sus principios para taponar una presunta hemorragia de posibles votos por su diestra.

Visto lo visto, la desaparición de Unión Progreso y Democracia, el partido que fundara Rosa Díez, fagocitado por Ciudadanos, resulta ahora muy llamativo. Antes de morir en el intento, la formación de Díez hizo muchas cosas buenas, encaminadas todas ellas a mejorar y depurar nuestro sistema democrático. Rivera arrebató el testigo a la diputada vasca y lo ha llevado del centro a la derecha. En la UCD de Adolfo Suárez se amontonaban, como dijo Fraga, todas las ideologías que formaban parte del parlamento alemán de la época. La UCD propició, sin embargo, el consenso necesario para culminar una transición que devolvió las libertades a España. En la UCD convivían los reformistas del franquismo y la posición moderada que se movía en el interior: democristianos, socialdemócratas, liberales y tecnócratas independientes con amplia experiencia en el mundo de la economía.

Todos juntos, aupados en el carisma audaz y comprometido de Suárez, en la inteligencia política del personaje, en su coraje para enfrentarse a las situaciones más complicadas y en su conocimiento de los resortes que aún se mantenían activos en el régimen de Franco, apoyándose en la magistratura del Rey Juan Carlos I, llevaron a buen puerto un proceso por el que nadie apostaba un duro. La soberbia y el personalismo de algunos, las envidias de otros y las ambiciones de la mayoría reventaron la UCD y marginaron a Suárez. Aquella conspiración, tan anunciada como inevitable, abrió las puertas al triunfo clamoroso de Felipe González. Antes de retirarse del escenario, la UCD nos dejó la Constitución del Consenso y neutralizó, con el Rey al frente, el golpe militar del 23- F.

A pesar de todo, aun le quedaron fuerzas a Suárez para montar el Centro Democrático y Social, que terminó por sucumbir en la trituradora del bipartidismo. Triste historia la del centro en los últimos cuarenta años, como lamentable fue el destino de tantos centristas moderados en las disputas fratricidas de los siglos XIX y XX. Terminaron desalentados, represaliados, exiliados o muertos. En los tiempos que vivimos yo pensaba que Ciudadanos jugaría un papel impagable, pero Rivera y los suyos prefieren aliarse con uno de los bloques enfrentados. Solo nos queda entonar un réquiem por el centro político.

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