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Efecto VOX: laminación del PP y movilización de la izquierda

lunes 29 de abril de 2019, 17:13h

Hay veces que una amenaza tiene efectos pertinentes contrarios. Eso es precisamente lo que ha sucedido en las pasadas elecciones con la gesticulación de VOX: consiguió laminar a su competidor en la derecha y logró movilizar a la izquierda ante el espectro de la ultra. Y todo a cambio de obtener una entrada en el Congreso con poca fuerza. No parece un negocio tan rentable como esperaban.

Para el PP ha sido un verdadero desastre. Es posible que las causas de su caída sean de largo aliento, pero la tendencia de Pablo Casado en la última semana de compaña de coquetear con VOX, incluso insinuando que podría invitar al gobierno a esa fuerza política, ha acabado de hundirlo. Llevado por su convicción de que el rearme del PP implicaba un corrimiento a la derecha simplemente Casado no ha tenido límites.

Es cierto que tenía que cuidar el fuerte por ambos flancos, pero repetir que representaba la moderación y el centro y, al mismo tiempo, asegurar que podía asociarse con VOX no ha sido realmente convincente. Parece que muchos populares pensaron que el ejemplo y el rédito de lo sucedido en Andalucía podía proyectarse a nivel nacional. Pero ha sucedido todo lo contrario: Andalucía ha sido el ejemplo anticipado de lo que mucha gente deseaba evitar.

El otro efecto importante de la aparición de VOX ha consistido en sacar de la indecisión y, sobre todo, de la abstención a mucha gente asustada por el fantasma de la ultraderecha. Ello ha beneficiado a dos partidos: PSOE y Ciudadanos. Puede afirmarse que una gran cantidad de votantes socialistas (huérfanos) que criticaba a Sánchez han desechado sus observaciones sobre el 'sanchismo' y han acudido a votar masivamente contra la amenaza de VOX.

Por otra parte, gente moderada preocupada por la polarización y el extremismo emergente se ha molestado en salir de sus casas para votar PSOE o Ciudadanos. De hecho, la aglomeración de gente para votar por correo hacía pensar en una alta participación, como efectivamente así ha sido: en torno al 76%, nueve puntos por encima de las elecciones de 2016.

El otro efecto contrario de la irrupción de VOX ha tenido lugar en Cataluña y País Vasco, donde los partidos nacionalistas han agitado el espectro de una extrema derecha con bastante éxito, aumentando apreciablemente su presencia en el Congreso. Los nacionalistas vascos pasan de seis a diez escaños y los catalanes de 17 a 23, un avance considerable.

En suma, la llegada de VOX al Congreso ha tenido un impacto indeseado en el cuadro político general, por más que los vociferantes dirigentes de esa fuerza política se esfuercen en mostrar como un éxito su presencia minoritaria. Es una vieja inclinación de los extremistas: pensar que todo lo que consigan mueve el mundo a su favor.

En realidad, el gran interrogante refiere a saber como queda realmente la España del 29-A. Y la primera cosa que hay que dejar claro es que sigue siendo un país dividido prácticamente por la mitad. La cantidad de votos del bloque de izquierdas es prácticamente el mismo que el conseguido por la oposición conservadora, algo más de los 11 millones de sufragios. La normativa electoral, sobre todo en las pequeñas circunscripciones, hace que esta división por la mitad no se muestre tan claramente en la representación en el Congreso, pero harían mal las fuerzas políticas en no darse cuenta de esa división. Un error que ya se cometió en la II República con consecuencias funestas.

Esa es otra de las razones que se suma a las que ya expuse (fragmentación política y horizonte económico complicado) para concluir que los posibles pactos para gobernar deberían hacerse en razón de lo que necesita el país y no dependiendo de las filias y fobias de los representantes políticos. Y resulta evidente que hay dos partidos que cargan de forma privilegiada con esa responsabilidad: PSOE y Ciudadanos.

Una vez despejada la duda de si lograban entre ambos una mayoría parlamentaria, como así ha sido, un acuerdo centrado es lo que más se aproxima a lo que el país necesita en términos de estabilidad y progreso. Pero para que ello fructificara serían necesarias fuertes dosis de sentido de Estado por ambas partes. Algo que no veremos, en todo caso, antes de las próximas elecciones municipales, autonómicas y europeas del 26 de mayo.

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