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Alfredo: recuerdo primero de un segundón extraordinario

viernes 10 de mayo de 2019, 19:41h

Las remembranzas que están haciendo los medios sobre la vida política de Alfredo Pérez Rubalcaba comienzan cuando Felipe González le pide asumir responsabilidades en su primer gobierno. Justo en el momento en que Alfredo abandona definitivamente la política de la Federación Socialista Madrileña para desempeñarse como el perfecto fontanero en la Moncloa. Y cuando muchos de nosotros dejábamos de verle con la misma frecuencia.

Pero en los diez años anteriores, después de 1974, los joveznos socialistas madrileños, ligados finalmente a la Ejecutiva de Joaquín Leguina, conocimos de cerca a ese universitario permanentemente dispuesto a la sonrisa y la palabra afable. Definitivamente no tenía demasiadas ambiciones intelectuales, prefería la práctica política. No fue del grupo socialista que reflotamos Leviatan ni participaba de la primera Zona Abierta.

Tampoco estuvo muy interesado en la Fundación Pablo Iglesias de Fernando Claudín. Pero sí era un lector empedernido. Todavía recuerdo como me comentaba mis artículos en esos medios, alguno de ellos debatiendo con José Félix Tezanos. Y creo recordar que nos caíamos bien por ese entonces.

Cuando se produjeron las diferencias entre Leguina y Guerra, Rubalcaba adoptó una posición afable pero de escudero de las fuentes de poder. Ya entonces tenía esa complicada virtud de ser un hombre razonable pero fiel a la autoridad en última instancia. Ninguno de sus jefes directos tuvo ninguna duda al respecto, entre otras razones porque nunca quiso asumir un liderazgo de primera figura. Tenía una vocación de segundón que le duró toda la vida.

Sólo cuando la crisis de su partido fue más dramática de lo normal no tuvo más remedio que asumir el liderazgo, siempre en contra de su verdadera inclinación. Y eso parecía notarse mucho porque protagonizó las derrotas electorales más duras del PSOE.

Sin embargo, como fontanero y como lugarteniente resultó ser extraordinario. No sólo estaba facultado para relacionarse con las otras fuerzas políticas, sino que, sobre todo, era capaz de aguantar los chaparrones y los marrones más intensos. Por eso se hizo imprescindible en los momentos más aciagos del Gobierno de Felipe González en tiempos del GAL y en los del Gobierno en caída libre de Rodríguez Zapatero. Alfredo era el lugarteniente ideal, capaz de jugarse el todo por el todo, por simple coherencia política, sin pedir compensaciones a cambio.

Todo el mundo sabe que no fue partidario de Pedro Sánchez y que tomó progresiva distancia de su forma de hacer política. También por coherencia no aceptó la invitación que le hizo Sánchez de ser candidato a la Alcaldía de Madrid. Rubalcaba era la quinta esencia del sentido de Estado frente a Sánchez, pero de igual forma cumplió la promesa que hizo ya fuera de las responsabilidades políticas: “Continuaré siendo socialista hasta el fin de mis días”.

Alfredo Pérez Rubalcaba deja muy pocas deudas impagadas, pero hoy tiene una larga lista de deudores: en primer lugar, sus anteriores jefes, Felipe González y Rodríguez Zapatero, pero también el PSOE y el propio Estado como entidades del sistema político. Pero ha sido el último Rubalcaba quien ha hecho, a mi juicio, una contribución inestimable: ha contribuido a elevar el nivel de nuestra cultura política. Y eso es algo que la gente de la calle debemos agradecerle de corazón.

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