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La condenación española

domingo 16 de junio de 2019, 13:20h

Buena parte de los medios de comunicación españoles utilizan palabras de desaliento para referirse a los pactos surgidos del resultado de las pasadas elecciones municipales: contradicción, desconcierto, confusión, etc. Pareciera pues complicado hacer un balance general de la situación resultante. De hecho, unos medios afirman que el PSOE consiguió afirmar su poder institucional, mientras otros afirman lo contrario, que el PP ha compensado su derrota en las generales.

Mientras se fraguaban esos acuerdos, aproveché para darme una vuelta por la Occitania francesa, buscando datos para un nuevo relato, y tuve oportunidad de reflexionar sobre el síndrome español ante la humilde tumba del Presidente Manuel Azaña. Puede parecer excesivo, pero desde esa retrospectiva creo que España sigue sufriendo de un desajuste profundo entre la cultura política existente y las necesidades estratégicas del país.

Azaña decía que era el temperamento español la causa de que la República no pudiera entenderse como una democracia normal donde hay avances y retrocesos. Yo prefiero circunscribir esa causa como un reflejo de la pobre cultura política democrática existente entonces. Pero, salvando las distancias, creo que ese desajuste entre cultura política y necesidades reales del país sigue persistiendo entre nosotros.

De hecho, existe la idea en amplios círculos políticos y periodísticos de que lo que le conviene al país es un acuerdo entre el PSOE y Ciudadanos. Sin embargo, entre dirigentes y militantes predomina una cultura política que repudia radicalmente esa posibilidad. Todavía suenan en nuestros oídos los gritos de “¡¡ Con ciudadanos NO!! frente a la sede del PSOE en Ferraz la noche de las elecciones. Unos gritos que compensaban las declaraciones exageradas de Ciudadanos sobre el abandono del constitucionalismo por parte del PSOE. Cordones sanitarios que iban y venían de un lado para el otro.

Tras las elecciones locales, cuando se demuestra claramente que un acuerdo entre PSOE y Ciudadanos extendería un manto progresista por el territorio español, ambas fuerzas políticas se comportan como dos antiguos amantes extremadamente orgullosos que se niegan a ser el primero en usar el teléfono y llamar al otro para reunirse nuevamente. Es cierto que esa tozudez se evidencia más claramente en Rivera, pero no lo es menos que si el PSOE realmente quisiera un pacto con Ciudadanos debería comenzar por proponerlo abiertamente. Y eso no lo está haciendo. Si el PSOE de Sánchez tuviera realmente el coraje de enfrentar las criticas fáciles que le supondrían proponer públicamente un acuerdo con Ciudadanos, demostraría que pone por delante las necesidades del país y disolvería las dudas que deja acerca de que -al final del día- prefiere un pacto con los independentistas. Y si una vez propuesto llegara a suceder que Rivera rechazara tal pacto, entonces la responsabilidad sería suya y dejaría al PSOE en completa libertad para buscar por otro lado una mayoría parlamentaria.

A la postre, parece que España sigue condenada a mantener un foso entre cultura política y necesidades estratégicas del país. El sectarismo, las fobias personales, la política de banderías, siguen sosteniendo una cultura cívica y política que impide avanzar efectivamente hacia un sentido de Estado robusto y sostenido. Claro, en ese escenario poco edificante, tanto Sánchez como Rivera buscan acorralar al oponente y lograr que se cueza en su propia salsa. Ciudadanos busca que se cumpla la profecía de que el PSOE siempre negociará con los independentistas, y el PSOE que Ciudadanos es simplemente una fuerza de derechas más en el espectro político. Una competencia tóxica que pagara el país inexorablemente.

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