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Turismo insostenible

martes 18 de junio de 2019, 07:50h

Es conveniente tentarse la ropa antes de utilizar argumentos políticamente incorrectos. El díscolo opinante se convierte en un sujeto incómodo cuando critica aquello que se acepta sin rechistar, discute lo que parece obvio a la mayoría de expertos cualificados y nada contra la corriente dominante. Profundizar en la controversia es un factor de riesgo que debe asumir el discrepante. Sobre él caerá, en la mayoría de los casos, el epíteto de cenizo agorero. A pesar de todo lo expuesto, investido de humildad y prudencia, el arriba firmante contempla el flujo turístico con preocupación y recelo. A mi juicio, tal como lo entendemos hoy, el turismo se ha transformado en un fenómeno insostenible.

Recientemente visité la ciudad de Málaga, un lugar espléndido, soleado y acogedor, restaurado y limpio, abierto al mar, frondoso de arboledas y jardines, que añade a sus encantos andaluces y mediterráneos un formidable catálogo de enclaves monumentales, museos magníficos de novísima apertura y centros cívicos cuajados de actividades culturales. Sin embargo, como consecuencia indeseable de tantos atractivos, su casco viejo ha devenido en un circuito masificado de turistas extranjeros y nacionales. Vaciado de vecinos y comercios tradicionales, invadido por la tropa de visitantes, ocupadas las casas por turistas accidentales, sin vida propia, se abre al público cada mañana.

Muchos de los malagueños que por allí se ven, sin otro futuro que servir al paseante tapas y pescaíto frito, van y vienen con holgura profesional. Convertido en un parque temático, repleto de tabernas, cervecerías, restaurantes, terrazas y tiendas de ropa, por la vieja Málaga deambulan miles y miles de forasteros, reforzados cada madrugada por muchedumbres de cruceristas que desembarcan en su puerto. En Málaga se suceden las manifestaciones y protestas populares, pero nada se hace para impedir la degradación paulatina que se apropia de sus barrios más céntricos.

El deterioro se reproduce en otras ciudades de nuestro país. En Madrid y Barcelona, por citar dos ejemplos fundamentales, se repiten la degeneración de la vida ciudadana en sus distritos históricos, la desaparición imparable del pequeño comercio, la expulsión incontrolada de buena parte de sus habitantes, la proliferación de apartamentos turísticos, el incremento especulativo de los alquileres, los ruidos y las pachangas nocturnas y la expansión intolerable de bares y veladores.

Ustedes me dirán que las cifras del sector son concluyentes. No se equivocan. La pasada primavera se ocuparon en el sector turístico dos millones seiscientos mil trabajadores, aunque el 35% de ellos lo fueran temporalmente. En el año 2018 el turismo generó 142.000 millones de euros, el 15% de la riqueza que se produjo en España. En ese mismo ejercicio nos visitaron 82,6 millones de foráneos. La economía nacional depende, en buena medida, de los recursos que provoca ese generador productivo, pero sería muy conveniente casar los derechos básicos de la ciudadanía afectada con los intereses de todos aquellos que viven del turismo. De no ser así estaríamos contemplando un prodigio insostenible.

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