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El negocio del plagio sustancial

martes 23 de julio de 2019, 12:55h

Muchos querrían hacer tv con más alma, música con más mensaje, parir textos y fotografías de lo más original y atrayente... Pero ninguno tiene el tiempo que tales faenas y ejercicio de 'estilo' requiere (en algunos casos lleva toda una vida) y hay facturas que pagar, compañías, jefes y objetivos a los que rendir cuentas.

En las redes sociales el kilo de copia se genera a la velocidad de la luz. Casi la misma con que tienen que moverse los grandes gigantes de la música para hacer dinero. Tú desarrollas durante 3 años un nuevo concepto que mola. Lo vas compartiendo en Instagram con tus seguidores. Lo publicas y comunicas. Y ellos, en menos de 6 meses tienen dos álbumes uno nacional y otro internacional con mucho nombre importante, uno de ellos hasta con tu mismo título, sonando ya en los medios con más repercusión del país.

Como el Fast Food Musical no puede tardar años en fabricar buenas ideas que es en definitiva un acto de construcción de estilo, se recurre impunemente al plagio sustancial *o ideal*. Se toman los elementos estructurales y más originales de las obras y del/los artistas y creadores más novedosos, para dar una capa de oro a los suyos que salvo barro, poco más podrían aportar a la cultura, pero sí resultan ser perfectos como piezas de un engranaje que factura millones. A costa de apropiarse indecentemente del trabajo de los otros, eso sí. Antes si eras bueno y hacías sombra a algún lanzamiento se guardaba tu disco en un cajón. Ahora te copian lo que les sale de las narices y lo lanzan “a saco” arropado con grandes agencias y pastizales. La conducta es igual de mezquina. Atribuirse el esfuerzo y creatividad ajeno como propio.

Algunos a los que envías tu material y no responden... pasado el tiempo desarrollan una joven artista que resuena con tu perfil, corta-pegando y atribuyéndoles si es necesario hasta la propia biografía de tu web o algunos de tus méritos más destacados. Mientras a ti, te bloquean el acceso a oportunidades que directamente reparten entre sus propios clientes o accionistas.

Y es que el impacto de un artista no sólo debería medirse por sus datos. Sobre todo si esos números pertenecen a un mundo donde casi todo se compra y vende. El artista debería medirse además de por su originalidad y características distintivas de estilo, esas que le hacen único y reconocible, por el impacto inmediato que genera en su entorno más próximo y copias en torno a su trabajo.

Ni tan siquiera debe medirse en likes o reproducciones. En muchas ocasiones inflados y generados por sus estructuras multinacionales y participadas por acuerdos con las propias plataformas. ¿Sabían Uds. de los acuerdos secretos entre Youtube/Vevo o Spotify p.e con las grandes compañías discográficas?

Todo esto, a priori, podría parecer una práctica de negocio normal. Salvo por el perjuicio, atribución y robo de ideas a otros creadores y la eterna pregunta de dónde queda la ética cultural, si es que alguna vez la hubo.

¿Dónde queda la originalidad de un artista y creador de contenidos cuando nos apropiamos literal o sustancialmente de ellos?

¿Dónde queda la MÚSICA si parte de los grandes gigantes musicales copian impunemente a los creadores más interesantes para fabricar ídolos juveniles forjados con cachitos de grandes referentes y tapando a los verdaderamente influyentes?

No sé si esta nueva sociedad erigida por “influencers de corta-pega” merece algo mejor... pero sí merece que se hable claro. Y sobre todo merece saber la verdad.

*Plagio Sustancial (LPI): todo aquello que supone copiar obras ajenas en lo sustancial, (...) carente de toda originalidad (...) de ahí que el concepto de plagio haya de referirse a las coincidencias estructurales básicas y fundamentales…

*Plagio Ideal (Espín 1991:85) “en el que se toman determinados elementos, no de modo literal sino en lo sustancial….”

Fuentes:

Instituto Autor.

Elba López Fernández. “El plagio desde las artes y la cultura de la copia” El genio Maligno.

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