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Si es turco no es genocidio
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(Foto: Miguel Ángel Almodóvar)

Si es turco no es genocidio

lunes 21 de octubre de 2019, 10:34h

Adolf Hitler ya lo tenía claro en 1939 cuando empezaba a pergeñar lo que finalmente sería la Endlösung der Judenfrage o “Solución final a la cuestión judía”, resumiendo la cuestión en la frase: “¿Quien recuerda ya el extermino de los armenios?”.

En estos días y 80 después, Recep Tayyip Erdogan lo tiene igual de claro cuando amenaza a Europa con abrir sus fronteras a tres millones y medio de refugiados si se le ocurre decir tantito así respecto a su intención de perpetrar una matanza de kurdos en Siria. Y motivos le sobran al Presidente de Turquía para hacer pública y vociferar tal bravata y baladronada, porque a estas alturas a mucho más de medio mundo le falta coraje y cuajo para evidenciar lo evidente, una orgia de encarcelamientos y torturas, deportaciones masivas, violaciones y crucifixiones de mujeres, de lo que queda constancia gráfica en los archivos del Vaticano, cerca de millón y medio de asesinatos y un par de millones de supervivientes por azares de “fortuna” que emprendieron el camino del exilio, que básicamente coincidió con los años de la Primera Guerra Mundial en la que el Imperio Otomano participó del lado de los Imperios Centrales, alemán y austro-húngaro, aunque se prolongó hasta, más o menso, 1922.

No llegan a 30 los países que han reconocido formalmente aquella barbarie que los historiadores consideran casi unánimemente como el primer genocidio del siglo XX, A Turquía se la respeta porque, con fundamento, se la teme.

Por lo que nos toca más cerca, el Congreso español ha negado por 3 veces, como Pedro a su maestro, el Genocidio Armenio. Podía haber negado el cambio climático, la relación del VIH con el Sida o la esfericidad de la Tierra, pero ha optado por la irracionalidad de negarse a aceptar la realidad empíricamente verificable de una carnicería humana que debería estremecer y sublevar a cualquier persona de bien.

Los representantes de la soberanía nacional del pueblo español se alinean así con los herederos del Imperio Otomano que perpetró el holocausto y refuta que aquello fuera el resultado de un plan de exterminio masivo, sistemático y premeditado, sino causa de algunas protuberancias del empedrado de la historia, alejándose así de otros países civilizados, como Francia, cuyo Parlamento resolvió tratar como delito la negativa a aceptar el genocidio. A más a más, el actual Presidente de la República, Emmanuel Macron, anunciaba el pasado 5 de febrero la instauración del “Día Nacional de Conmemoración del Genocidio Armenio”, porque, dijo, Francia tiene la capacidad de: “… mirar de frente a la historia”, algo que, sabido es, no es lo nuestro ni de lejos.

Aunque injusto sería hablar de “lo nuestro” en genérico porque los parlamentos de Aragón, Cataluña, País Vasco, Baleares y Navarra sí que han reconocido el Genocidio Armenio y lo propio han hecho los municipios de Valencia, Málaga, Benalmádena, Burjassot, Sabadell y los madrileños de Pinto y Alcorcón.

Por lo que al pueblo llano se refiere, los españoles son, en general, bastante desconocedores, como por los antecedentes citados no podía ser menos, del Genocidio Armenio, aunque sí que son, justo es reconocerlo y subrayarlo, extremadamente sensibles y críticos frente a similares barbaries, como se evidenció el pasado año en la exposición Auschwitz, levantada en el centro de exposiciones Arte Canal de Madrid, por la que pasaron unas seiscientas mil personas, o la visita in situ a los campos de extermino nazis, que este año visitarán unos cien mil turistas hispanos.

Sugerencia en clave divergente y pedagógica a lo Gianni Rodari, visita y paseo por Dzitsernagapert, en la hermosísima ciudad de Ereván o Yereván, capital de Armenia, un monumento con una estela de más de cuarenta metros en basalto negro apuntando al cielo, que simboliza en renacer de los armenios, doce losas de basalto gris que representan las otras tantas provincias que les fueron arrebatadas por Turquía, y un circulo en el que arde una llama eterna como signo de duelo.

En su interior, un museo con miles de imágenes tomadas en gran parte por fotógrafos alemanes aliados en la primera gran guerra mundial y centenares de testimonios de aquella fabulosa barbarie.

Para pasar el trago, en Ereván o Yereván hay un museo dedicado al brandy Ararat, que Winston Churchill elogió encendidamente a lo largo de toda su vida, tras la cata que le brindó Iósif Stalin durante la Conferencia de Yalta y del que recibió regularmente y bajo pedido cuatro centenares de botellas al año.

Las penas con un buen brandy siempre son menos.

Miguel Ángel Almodóvar

Sociólogo y comunicador. Investigador en el CSIC y el CIEMAT. Autor de 21 libros de historia, nutrición y gastronomía. Profesor de sociología en el Grado de Criminología.

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