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Las claves del éxito de Vox y los nervios que provoca

viernes 08 de noviembre de 2019, 16:38h

Vox está resultando un fenómeno sociopolítico difícil de digerir por la mayoría de los actores políticos en España. Recientemente, el diario El País titulaba “El ascenso de Vox desata los nervios en los grandes partidos en la recta final” (7/11/19). Creo que se queda muy corto ese titular. En realidad, Vox ha desatado los nervios de la mayoría de los actores no sólo en los medios políticos, sino también en los periodísticos y aun en los académicos. Y el diario El País es una buena prueba de ello. Simplemente, su línea editorial es un ejemplo palpable del error que supone analizar el fenómeno Vox utilizando la brocha gorda.

Antes de explicarme, permítanme que haga una digresión histórica para reivindicar a mi buen amigo Nicos Poulantzas. En los años ochenta, compartimos algunos días en Madrid con motivo de la invitación que le hiciera la Fundación Pablo Iglesias de Fernando Claudín. Y un asunto sobre el que Poulantzas siempre insistía era sobre la necesidad de usar el pincel fino de la sociología política para analizar las dictaduras recién superadas de la Europa mediterránea. La izquierda, subrayaba, se equivoca cuando califica de fascistas a las dictaduras de España, Portugal o Grecia. Al hacerlo así durante décadas erraron consecuentemente sus estrategias para combatirlas.

No puedo dejar de recordar aquella recomendación (usar el pincel fino) para encarar el examen de Vox. Repetir como loros, como hace buena parte de la izquierda y algunos medios de comunicación, que Vox es un partido fascista, resulta sobre todo una grosería intelectual. Significa, simple y llanamente, una grave ignorancia sobre lo que han sido y pueden ser una ideología y un partido fascistas. Claro, siempre se puede decir que no hay una sola manera de ser fascista. Pero entonces, como suele suceder, la categoría principal comienza a difuminarse.

Poulantazas insistía que era necesario distinguir entre una dictadura militar autoritaria (como las de Franco o Salazar) y un régimen fascista totalitario (como el nazi alemán), también para saber sus efectos y como enfrentarlos. Y no es necesario realizar aquí un exordio pormenorizado de las características del fenómeno fascista (algunas lecturas del autor grecofrancés serían útiles al respecto), para aclarar esta materia. Creo que podría ponerse un ejemplo próximo y bastante simple: si no se sabe distinguir entre lo que fueron Hitler o Mussolini y lo que hoy representan Trump o Bolsonaro, entonces es que ya todo nos parece lo mismo y hemos perdido la capacidad discriminatoria propia del razonamiento humano; o quizás es que hemos caído en las fauces de esa monstruosa superficialidad que impera en las redes sociales.

¿Quiere decir todo lo anterior que no puedan existir hoy grupos o incluso movimientos de carácter fascista? Desde luego que no. Claro que los hay y probablemente en los cinco continentes. Sin ir más lejos, en Europa hay movimientos neonazis que buscan impulsar sus propuestas por métodos violentos y rechazan la democracia como sistema político, pero también hay partidos que tratan de promover sus programas reaccionarios por medios políticos y sin romper con la democracia. De hecho, la propuesta de Trump o Bolsonaro es una expresión de extrema derecha que se distingue netamente del fascismo. Pues bien, es a esa necesidad de usar ese pincel fino a la que me refiero cuando se trata de analizar el fenómeno Vox y sus características.

Comencemos por un rasgo bastante definitorio: saber si el partido de Abascal acepta o no el marco constitucional. Algo que no se resuelve sencillamente sosteniendo que “su ideario es incompatible con los valores constitucionales” (El País, 5/11/19). Especialmente, cuando los portavoces de Vox insisten en su defensa irrestricta de la Constitución vigente (algo, por cierto, que les distingue de los partidos independentistas). Es decir, no son útiles aquí las frases facilonas: se hace necesario demostrar cuando una propuesta de este partido rompe con el marco constitucional. En realidad, cuando no se hace esa demostración se está ofreciendo un ancho campo para que Vox argumente que sólo se está construyendo un prejuicio en su contra.

Tomemos un ejemplo ilustrativo: el rechazo de Vox del Estado de las Autonomías. Este es un núcleo sustantivo de la Constitución de 78. Así que hay que ser precisos. Cuando Vox plantea la eliminación del Estado de las Autonomías sólo caben dos opciones: o propone una reforma de ese marco autonómico (algo que puede hacerse por ley ordinaria) o si plantea su entera supresión entonces debe reconocer que eso sólo puede hacerse mediante una reforma constitucional. En caso contrario, si Vox habla de la eliminación del Estado de las Autonomías mediante el uso de los poderes públicos actuales, está rompiendo efectivamente con el marco constitucional. Demostraciones claras como ésta son las que deben guiar nuestro juicio acerca de si Vox tiene o no planteamientos anticonstitucionales. Es necesario enfrentar a ese partido de ultraderecha con disyuntivas sólidamente fundamentadas y no lanzarse al bulto, para que luego le sea fácil una salida argumental.

Pareciera que existe la idea de que Vox está compuesto por gente completamente obtusa. Así que cuando demuestra cierto conocimiento, muchas veces apoyado en tergiversación de datos, y alguna capacidad polémica logra sorprender a sus adversarios políticos. Creo que esa fue también la causa de que sus planteamientos no fueran contestados en el pasado debate electoral (por la derecha ni por la izquierda) y no tanto que los otros partidos se hurtaran al deber moral de la réplica política.

Veamos otro asunto medular, el referido al marco de referencia valórico. Vox argumenta que ellos son la demostración de que se puede cuestionar el llamado “consenso progre”. Algunos (El País, entre ellos) sostienen que Vox esta inventando ese escenario y que todas las iniciativas progresistas que han salido adelante han sido respaldadas por el voto mayoritario en el Congreso. De nuevo se subestiman los argumentos del oponente.

En primer lugar, cabría preguntar qué otra cosa ha pasado en Estados Unidos o Brasil que no pueda describirse como el rotundo quiebre del consenso progresista. Así que no debería representar una sorpresa que haya en España una fuerza política que quiera hacer lo mismo. Y la victoria de Abascal en los sondeos sobre quien gano el debate electoral animaría justificadamente a su partido a seguir por ese promisorio camino.

El otro argumento referido a la aprobación de medidas progresistas en el Parlamento también necesita un examen más detenido. Sobre todo cuando tales medidas se aprueban por mayoría simple. Varios países importantes han demostrado que la proyección en el futuro de tales medidas ha resultado una ruleta rusa: en unos casos, se ha producido efectivamente una validación social de grandes mayorías y en otros, por el contrario, la mitad de la sociedad lo ha sentido como una imposición que ha generado un resentimiento profundo, dispuesto a emerger en cuanto llega algún líder con reaños para contestar el supuesto consenso. Creo que la lección aprendida debería ser que en temas graves hay que huir de aprobaciones parlamentarias simples y evitar el sectarismo y el fanatismo tan frecuentes.

En todo caso, la aparición de Vox y su creciente respaldo no son ya un peligro sino una realidad. Caben dos opciones: una, que proponen muchos, de poner un cordón sanitario a Vox para aislarlo políticamente. Creo que ya es demasiado tarde para eso y las condiciones políticas han dejado de ser favorables al respecto. Y las acusaciones groseras, las agresiones y los insultos a Vox son cada vez más un poderoso acicate para el partido de Abascal.

La otra opción, que me parece más sensata, consiste en responder a su discurso y sus propuestas de extrema derecha con la solidez que debe emplearse ante un oponente político en el contexto de un sistema democrático. Vox asegura que quiere discutir asuntos que se creían cerrados (migraciones, violencia de género, etc.) y que pretende hacerlo dentro del marco constitucional. Pues tiene todo su derecho a hacerlo. Será responsabilidad de los progresistas demostrar cuando sus argumentos son falaces, sus informaciones falsas, y cuando chocan con la Constitución, evitando acudir al simple expediente de la descalificación ciega. Quizás ha llegado la hora de comprobar de qué está hecha la cultura política que impera en las entrañas de nuestra sociedad.

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