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Enrique Gallud Jardiel (profesor, escritor, director de escena y actor): "El teatro español es el mejor del mundo"

  • “El prejuicio que existe en España en contra de lo foráneo se puede aplicar también a la mayoría de los países”
  • “En la universidad española hay mucha endogamia”
  • “Tengo alumnos que se apellidan Núñez, Pérez o López, y que no ponen los acentos correspondientes ni en sus nombres y apellidos. El panorama es deprimente”

lunes 16 de diciembre de 2019, 10:56h
Enrique Gallud Jardiel (profesor, escritor, director de escena y actor): 'El teatro español es el mejor del mundo'
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(Foto: Enrique Gallud Jardiel)
Enrique Gallud Jardiel (Valencia, 1958) es hoy, probablemente, el escritor y ensayista español más prolífico y variado de nuestro panorama literario. Pertenece a una familia de raigambre literaria, pues es nieto del comediógrafo Enrique Jardiel Poncela e hijo de actores. Doctor en Filología Hispánica por las universidades Jawaharlal Nehru de Nueva Delhi y Complutense de Madrid, ha enseñado en universidades de España y del extranjero y publicado casi doscientos libros, la mayor parte de ellos sobre literatura y humor y sobre cultura de la India, así como estudios críticos sobre diversos autores.

Por citar sólo algunos títulos, nos quedamos con estos: Grandes pelmazos de las letras universales; Historia estúpida de la literatura; Inventario burlesco de los males de España; Jardiel. La risa inteligente; La literatura clásica india; Majaderos ilustres. Biografías cómicas; Manual práctico de interpretación teatral; Pedro Muñoz Seca y el astracán; Peliculeces; Séneca, Quevedo y otros plastas por el estilo, y Teoría y mecanismos del humor. Y, por último, no nos resistimos a citar también su serie de historias cómicas: Historia cómica de España, Historia cómica de la filosofía, Historia cómica de la literatura mundial (De la Antigüedad al siglo XX), Historia cómica de la ciencia, Historia cómica de la música, Historia cómica del arte, Historia cómica del cine y, en fin, su Historia cómica del teatro español.

Tras treinta años de experiencia docente universitaria, Gallud hoy está dando clase de Literatura, Lengua y Filosofía aplicadas a varias disciplinas en una universidad privada de Madrid, la Francisco de Vitoria. Antes había enseñado durante 14 años en la India (1980-1994), en la Universidad más prestigiosa del país asiático, tanto en cursos de licenciatura como de doctorado y llegó a ser jefe de departamento, y, sin embargo, a su vuelta a España, en 1994, tuvo que pasar un rosario de obstáculos para conseguir que sus estudios se le convalidasen.

Polifacético como su abuelo, los de profesor, escritor, investigador, director de escena y actor son sólo algunos de los quehaceres que conocemos de Enrique Gallud. Hoy nos confiesa abiertamente ser “un poco diletante de las artes, aprendiz de todo y maestro de nada”. Disfruto con otras cosas que no he hecho profesionalmente, pero que sigo ejercitando, por ejemplo la pintura, el diseño de las portadas de buena parte de mis libros, canto, toco un poco el piano, la guitarra, he compuesto alguna que otra canción, he hecho escenografías para mi propia compañía de teatro, he pintado decorados, fabricado objetos, cartelería. No soy bueno en todas estas facetas, pero disfruto con ellas…”. Y sus habilidades llegan al punto de que, aunque no ha aprendido esgrima, en algún momento que ha necesitado hacer uso de ella en escena, se inventó todo un código personal de movimientos para salir del paso, montar una pelea y que siempre se hiciese en la misma forma.

Pero, una vez más, descubrimos que detrás del humorista hay siempre un hombre muy serio en todos sus planteamientos vitales. Así es, o así nos parece Enrique Gallud Jardiel.

J.M.V. .- ¿Tienes conciencia exacta del número de libros que has publicado?

E.G.J. .- Libros ya publicados, más de 170. El primero fue un Diccionario hindi-español, publicado en 1990. Inicialmente fueron apareciendo a razón de uno al año, o cada dos años, pero después esa frecuencia fue intensificándose… A esos libros hay que añadirles unos 50 más, en forma de ediciones críticas (con notas, recopilaciones, prólogos, etc.). Y, por último, tengo aún unos 20 libros más, ya escritos, pero aún no publicados, y algunos encargos más de varias editoriales en los que estoy trabajando ahora de lleno.

P.- ¿Escribir por qué?, ¿escribir para qué?

R.- Escribo por una razón muy egoísta: porque me divierto haciéndolo. Si no me entusiasmara todo el proceso, no lo haría. No es ni por dinero, ni por alcanzar la fama. Esas serían dos formas seguras de sufrir. Además, escribo sólo cuando me apetece, nunca por obligación. Lo que pasa es que me apetece muchas veces… Otras veces lo hago por encargo, y otras aún a sabiendas de que esos libros no se van a vender, pero que a mí me parece que deben existir. Otras veces he escrito el libro que me hubiera gustado comprarme pero, como no existía, he tenido que escribirlo yo. Estudios críticos sobre el teatro de Pedro Muñoz Seca, no existen. Y como el suyo es un teatro que conozco muy bien, que he leído mucho, que he representado y sobre el que no hay más allá de dos o tres malas biografías, ese libro lo tenía que hacer, aún a sabiendas de que apenas se va a vender porque hoy Muñoz Seca no interesa más que a unos cuantos estudiosos, no al público en general. Es uno de esos libros que escribes con todo cariño, sabiendo que no va ningún lado, pero también que debería existir porque Muñoz Seca, aunque es un autor no muy considerado hoy en día, en su época fue muy seguido. Le llamaban “el rey del trimestre” porque era quien más dinero generaba en la Sociedad de Autores… De un señor que escribió 200 obras de éxito, puedes decir que es malo, pero no puedes ignorarlo como si no hubiera existido. Más aún cuando hay otros autores malísimos que sí han gozado del interés de la crítica, y nadie se va a atrever a bajarlos de su pedestal. Nadie dirá, por ejemplo, que Leandro Fernández de Moratín era bastante pobre en sus planteamientos. Apenas escribió cinco obras, de las que tres eran iguales… En su momento se le encumbró, sencillamente porque no había otro.

P.- Muñoz Seca puede ser un ejemplo perfecto de haber sufrido en cabeza propia el pecado español más habitual: el de denostar a los nuestros.

R.- Sí, sin duda. Si tú comparas su obra con la del francés Tristan Bernard, un autor de gran éxito en su tiempo, de una literatura divertida pero mala (te reías y ya está…), ellos lo tienen ahí como un autor de gran importancia. Lo mismo pasa en otros países como Inglaterra, en donde a autores de segunda o tercera fila los elevan y los presentan ante el mundo como gente valiosa. En España, al contrario: incluso a los de primera categoría los denostamos.

P.- Al Nobel de Literatura Jacinto Benavente, por ejemplo

R.- A Benavente se le desprecia por la incultura reinante. De Benavente se dice que sólo escribía sobre la alta sociedad, y que sus temas son poco variados. Sin embargo, no era así. Es el autor de su momento que más temas abordó. Escribió sobre China, la India, el proceso colonial en Hispano-América, sobre el mundo del circo, los homosexuales, el incesto, sobre la Rusia comunista, sobre Isabel de Inglaterra… Sus temas son variadísimos y, sin embargo, la crítica los reduce a Los intereses creados, Señora ama y La malquerida.

P.- Enrique Jardiel Poncela, tu abuelo, puede ser otro ejemplo en ese mismo sentido, ¿no?

R.- Mi abuelo tuvo tanto éxito que no se le puede ignorar. De él se ha dicho que hacía un teatro sin valores, o que era un autor del régimen franquista. Cosa incierta porque, además, en su teatro eso no se ve. Se ha dicho también que sus obras empiezan muy bien y acaban muy mal, en el sentido de que no se explica bien lo que sucede, y creo que eso también es falso. Que su teatro es muy absurdo. Eso puede ser un valor o no serlo, claro… Los críticos de la época que se metían con él no decían que escribiese mal, que no supiese escribir diálogos teatrales, o construir una historia. Decían, como crítica, que su teatro no se parecía al de ningún otro dramaturgo (Muñoz Seca, los hermanos Álvarez Quintero, Benavente, Arniches…). Y eso, que es un valor, en su momento se utilizó como crítica.

P.- Quizás fue un adelantado a su tiempo, y eso siempre pasa factura…

R.- Sí. Jardiel es el típico caso de alguien que, si hubiera escrito en otra época o en otro país, habría sido tremendamente valorado. Pero escribió en un momento en el que, en España, la crítica estaba integrada en su mayoría por gente mediocre, muy poco preparada. No era gente letrada o con experiencia, sino personas que estaban en un periódico haciendo toros, sucesos o deportes y luego habían pasado a hacer crítica teatral. Hacían la crítica la noche del estreno para publicarla al día siguiente, y sin haber leído el texto, y centrando la mayor parte de su escrito, no en la obra, sino en las circunstancias de su presentación.

P.- Te has convertido, probablemente, en el mayor experto en la obra de Jardiel Poncela

R.- Quizás sí, y está feo que yo lo diga, pero no ha sido mérito personal porque yo he tenido la ventaja de haber tenido información privilegiada al haber estado muy cerca de las fuentes, a través de mi madre, de mi familia, conozco aspectos de Jardiel que la gente no puede conocer y que explican por qué escribió esto o lo otro, o por qué dejó de escribir lo de más allá. Además, evidentemente, he estudiado mucho su obra… Pero la persona que más sabia de Jardiel, desde el punto de vista anecdótico, era sin duda Gustavo Pérez Puig, que había sido su discípulo en los últimos años. En los últimos 3 años de su vida, había estado con él prácticamente todos los días, yendo al café, oyéndole hablar, y luego dedicó toda su vida a coleccionar material e información sobre su maestro. ¡Sabía muchísimo! No desde un punto de vista del análisis académico, sino desde lo personal. Y, desde luego, yo creo que los montajes más acertados que yo he visto sobre las obras de Jardiel han sido los llevados a cabo por Pérez Puig. Quizás con una única salvedad, el montaje de Madre (el drama padre) que montó Sergi Belbel en el Teatro de La Latina, (2001), que me parece el mejor. Los demás, en general, han sido muy malos. Porque desvirtúan por completo los textos… He visto verdaderas chapuzas llevadas al escenario, incluso, por directores de gran calado.

P.- ¿Crees que tu abuelo, si viviera hoy, estaría orgulloso de que su nieto propiciase una gran exposición sobre su vida y su obra nada menos que en la sede madrileña del Instituto Cervantes?

R.- No. Creo que me buscaría para cortarme el cuello porque he publicado muchos escritos suyos (artículos y cuentos, sobre todo), de su primera época, que no quería que saliesen a la luz porque le parecía que eran de poca calidad. Seguramente me diría que a mí quién me ha dado derecho para volver a publicar sus primeros artículos, cuando era demasiado joven y aún no escribía nada bien… Jardiel era un perfeccionista extremo y se deshizo de gran parte de su obra. Escribió 76 comedias en colaboración con Serafín Adame, de las cuales estrenó tres o cuatro. Y, en un momento dado, cuando Jardiel creyó que ya estaba en condiciones de escribir buen teatro, le dijo a Adame que se quedase con el resto, que las tirase a la basura o que las estrenase sólo con su nombre, pero que él no quería estar vinculado a ellas de ninguna manera. Adame le preguntó por qué, después de tantos años de colaboración, y Jardiel le dijo sencillamente que porque no eran buenas. A partir de ahí escribió Una noche de primavera sin sueño, en 1927, y los críticos dijeron que era su primera obra y que en ella se notaban las carencias de toda primera obra. Jardiel se decía qué opinión les habría merecido si supieran que, en realidad, esa obra era la número setenta y tantas… Pero vamos, él desautorizó que su nombre estuviera ligado a aquellas obras que escribió con Adame porque le parecían malas.

P.-Pasando ahora a tu faceta académica, con tus dos doctorados y con tu experiencia docente sobre todo en la Universidad de Nueva Delhi, ¿te sientes bien tratado por la universidad española?

R.- Es cierto, tengo dos doctorados, aunque no tendría por qué. La culpa la tiene el sistema español de convalidaciones. Yo obtuve un doctorado en la India y, cuando volví a España quise convalidar mi licenciatura de allí y el sistema me tuvo ocho años esperando. Después tenía que hacer otro tanto con el título de doctorado y, obviamente, me dije que no tenía sentido alguno esperar otros tantos años para eso, así es que decidí hacer un nuevo doctorado en la Complutense, cosa que hice en poco más de año y medio, así es que ya tenía un título de doctorado español… Esto no se debe a la vagancia de los funcionarios del ministerio sino a una política dirigida a decir que este señor que viene de Hispanoamérica, por ejemplo, con un título de médico o de ingeniero no lo queremos aquí, así es que vamos a hacer que se aburra retrasando su convalidación para que no pueda ejercer, y se ponga a trabajar en TelePizza o se vaya a otro país a buscarse la vida…

P.- Entonces, lo de las convalidaciones, ¿es más una cuestión política que administrativa?

R.- Desde luego. No creo que la sección de Convalidaciones tenga tanto trabajo y tan poco personal que tenga que tardar siete u ocho años en resolver una petición. Tampoco hay tanta gente convalidando sus títulos… Se debe más bien a una política concreta de que no se haga, estoy convencido de ello. Yo he hablado con muchos extranjeros y les ha pasado tres cuartos de lo mismo. Y hay gente que, después de años y años, ni siquiera lo ha conseguido.

P.- Es un tanto petulante pensar que un título conseguido en España tiene mayor valor que otro similar conseguido en la Universidad de Nueva Delhi, pongamos por caso…

R.- Sí. Eso existe, y se debe al eurocentrismo dominante. Si el título viene de Alemania, aquí no va a tener ningún problema. Pero si, como el mío, viene de Asia, los tiene todos. Aquí parece olvidarse que en la India existían universidades mucho antes que en España. Y, de forma general, en India existían instituciones académicas en donde se enseñaban todo tipo de disciplinas incluso antes de Jesucristo. Pero vamos, el prejuicio que existe en España en contra de lo foráneo se puede aplicar también a la mayoría de los países.

P.- No entiendo cómo podemos despreciar a un país que, como la India, tiene más de 1000 millones de habitantes y, además, es hasta potencia nuclear…

R.- Tiene más de 1300 millones pero, aparte de eso, la India tiene una gran veneración por la educación. El sistema educativo indio es muy exigente, férreo, muy duro, y los indios que se licencian en cualquier materia, salen muy preparados, y prueba de ello es que luego médicos, matemáticos, ingenieros o informáticos de la India se los rifan en el mercado occidental. Y hablo de países como Estados Unidos, Alemania o Canadá…

P.- Y con esos precedentes, si un español quiere estudiar cultura india en nuestra universidad, ¿qué camino tiene que seguir?

R.- Tendrá muchas dificultades. En España, hasta 1931, hubo una cátedra de sánscrito en donde se estudiaban las materias literarias y filosóficas añadidas a la propia lengua, pero esa cátedra se cerró y, desde entonces, no existe nada en nuestras universidades. Varios profesores han intentado abrir un máster en varias universidades españolas sobre cultura india y esa iniciativa no ha prosperado en ningún caso. Aquí no hay ningún interés oficial por la cultura india, como puede haberlo en Francia, Alemania o Estados Unidos en donde sí que existen estudios indológicos verdaderamente serios y de prestigio. Y, sin embargo, en la India hay varias instituciones en donde se enseña español, y con mucho nivel...

P.- Esto dice muy poco de la universidad española, ¿no?

R.- Sí, desde luego. Y esto muestra también una falta de visión política, lo mires desde el punto de vista que lo mires. India es un gran mercado y, a través de la cultura india, tú pasas a conocer un país, estableces relaciones y, al final, eso no cae nunca en saco roto. Ni desde el punto de vista cultural, ni desde el punto de vista económico. Hay una actitud, no diré de desprecio, pero sí de paternalismo en esta óptica que viene a decir que “nosotros somos Europa”… Y, sí, seremos Europa, pero en los informes Pisa no salimos tan bien parados… Yo estoy convencido de que el día que se consiga introducir en la universidad española una carrera relacionada con los estudios indológicos (lengua, filosofía, música, yoga…), no va a ser una carrera no rentable porque aquí hay interés creciente. Pero las cosas no parece que apunten por ahí porque cada vez se está limitando más en nuestra universidad el estudio de las filologías, hasta el punto de que hay sitios en donde ya no se pueden estudiar Filología Italiana o Filología Rusa, que antes si que se podía.

P.- Imagino que, al menos, nuestros embajadores en Nueva Delhi hablarán hindi, ¿no?

R.- Pues no. Yo conocí a uno -creo recordar que se apellidaba González Nadal-, que estuvo en los años 70 y había aprendido hindi de aquella manera… Realmente el dominio del hindi no es necesario porque la India tiene también como lengua oficial el inglés y, para propósitos diplomáticos y de relaciones internacionales políticas, basta con el inglés. El embajador español en la India no tiene por qué saber hindi pero eso denota que en España no se da la importancia que tiene a esa zona geopolítica.

P.-¿ Cómo ves entonces a ese enfermo llamado ‘universidad española’?

R.- Creo que en la universidad española hay mucha endogamia. Yo llegué aquí a mitad de mi vida, con títulos y experiencia en el extranjero y, como no he tenido un padrino en ninguna universidad española, no me ha ido bien. Lo del padrino es necesario en nuestro sistema. Tú eres un estudiante de doctorado y una persona te acoge, te guía tu tesis doctoral y luego, cuando hay una suplencia, o un puesto de profesor ayudante a tiempo parcial, te coloca y tú le haces los trabajos, le corriges las pruebas de imprenta y, a veces, hasta le haces los recados… Y todo eso durante unos años, y luego, cuando esta persona se jubila, hace lo posible porque su puesto lo ocupes tú. Claro, que luego hay otro catedrático que tiene otro favorito, y ahí se da una intensa lucha de poder para ver quién consigue colocar a su delfín. Así es como funcionan aquí las cosas en la universidad española. Eso es así en todo el mundo, pero en España aún más.

P.- Pero uno, en su inocencia, pensaba que las publicaciones en revistas científicas, la impartición de seminarios, cursos y todo eso, tenían mucho valor para situarse en el mundo de la docencia universitaria…

R.- El sistema de valoración de la labor de investigación en la universidad española hoy en día es completamente absurdo porque está propiciado por unos señores en el ministerio que no son educadores, no son profesores, no han pisado nunca un aula y no saben cómo funciona. Y estos señores deciden que cierto tipo de publicaciones tiene un valor, y otro tipo de publicaciones no lo tiene. Y si publicas en una de las revistas llamadas ‘de impacto’, es trabajo, vale, y si no es así, ese trabajo no vale para nada. El criterio de por qué una revista se considera buena o mala –y todas ellas, al fin, no dejan de pertenecer a un cierto grupo universitario, con intereses particulares-, es completamente arbitrario. Y luego, para que tú puedas conseguir acreditaciones (he publicado estos libros, estos artículos, etc.), te piden, por ejemplo, que sólo indiques los relacionados en los últimos diez años. Y eso quiere decir que, si tú has ganado el Nobel de Literatura hace 15 años, no es que no te valga, sino que ni siquiera los puedes argumentar porque está fuera del plazo que el sistema fija de forma absurda… Yo conocí un profesor que era un experto mundial en védico antiguo, y desde luego el que más sabía de eso en España. Tradujo directamente del védico antiguo unos textos religiosos que nunca antes se habían traducido a ninguna lengua. La suya era una labor dificilísima, con un mérito extremo, y sin ningún interés personal porque su publicación no le iba a reportar ningún beneficio económico. Pues bien, eso no se le tenía en consideración porque hay una norma que impide que las traducciones se consideren trabajos valorables de cara a las acreditaciones, que eso no es investigación. Es lo mismo que si te encuentras el diario de Julio César, escrito de su puño y letra, y lo traduces del latín, eso no tiene tampoco ningún valor académico… Con criterios así no vamos a ningún lado.

P.- Y el nivel del alumnado universitario español, por tu experiencia, ¿es alentador o todo lo contrario?

R.- La prolongación de los informes Pisa yo la veo todos los días en el aula. Tengo alumnos en primero y en segundo de carrera que se apellidan Núñez, Pérez o López, y que no ponen los acentos correspondientes ni en sus propios nombres y apellidos. El panorama es deprimente… Doy también un curso de Literatura en las Artes Audiovisuales, es decir, sobre el aspecto literario de las películas para alumnos que hacen Comunicación Audiovisual, y que aspiran a ser directores de cine, que no han oído el nombre -y por supuesto, no han visto películas-, de Billy Wilder, de Akira Kurosawa, John Ford, Fritz Lang, y muchos de ellos ni de García Berlanga. Conocen a Spielberg, a Tarantino y poco más. Algo así como las últimas 15 películas que se han hecho en el último año y medio, y eso es algo parecido a alguien que quiere ser pintor y no ha oído nunca hablar de Goya o de Velázquez

P.-Y al teatro español de nuestros días, ¿cómo lo ves?

R.- Ya sabes que del teatro siempre se dice que está en crisis. Mi abuelo se reía de eso y solía decir que esto venía ya desde la época de Lope de Vega… Yo soy un gran entusiasta del teatro español. Creo que el teatro español es el mejor del mundo. Los grandes autores de otros lugares son muy buenos, pero de otra manera. Carecen muchas veces del aspecto dramatúrgico del teatro. El teatro de Schiller, por ejemplo, no es teatro. Se trata más bien de excelentes novelas dialogadas en donde dos señores se ponen a hablar de sus cosas, y lo que pasa es interesantísimo, pero les falta acción, movimiento, plasticidad. El teatro de Molière es gracioso, pero no mucho. Está lleno de recursos muy repetidos. El de Shakespeare es muy desigual. Hay escenas magníficas y, a continuación, escenas muy malas. A Shakespeare le sobra la mitad. Nada que ver con el teatro de Calderón, de Tirso de Molina, o el de Lope. Pero no sólo con ellos tres.Aún digo más, me quedo con los autores españoles que se supone que son de segunda fila, como Vélez de Guevara, Ruiz de Alarcón, Rojas Zorrilla, Moreto, con Valdivielso… Me quedo con cualquiera de ellos porque son tan buenos como muchos otros de los consagrados.

P.- En tu ‘Historia cómica del teatro español’, das muchos más nombres y muchas más razones para afirmar lo que afirmas. Yo creo que debiera ser libro de texto entre los alumnos de Secundaria y Bachiller en los institutos españoles…

R.- Muchas gracias. Lo que tienen mis historias cómicas –también esta- es que intentan hacer simpática una materia que, para algunos, a lo mejor no lo es tanto. Y, en concreto, en este libro que citas hay un afán de reivindicación. Incluso, -sin denigrarlos, ni mucho menos-, les tomo un poco el pelo a los grandes de nuestro teatro, al tiempo que intento revalorizar a los menos conocidos. Gente como Enrique Gaspar, hoy desconocido, que fue precedente de Benavente; gente como Enrique García Álvarez, un escritor graciosísimo que hoy también está olvidado… Intento dar un poco de cancha a quienes a mí me parecen también grandes autores y que hoy en día han caído en el olvido. Y, además, procuro que, aparte de que el libro tenga más o menos gracia, las síntesis sobre los autores y sus obras estén bien hechas. Y si se quejan ahora aquellos que denigran a quienes hacemos spoiler, que recuerden que en el teatro griego, nada más salir te contaban la historia, y antes de empezar la obra ya sabías como acababa todo. Lo interesante era cómo se contaba esa historia…

P.- ¿Y quiénes son, para ti, los grandes de la gran pantalla?

R.- El cineasta más grande que yo conozco, y con diferencia, es Stanley Kubrick. Me parece un genio absoluto porque ha hecho películas magníficas en todos los géneros (comedia, terror, ciencia ficción, denuncia antibelicista…). El segundo sería Billy Wilder, y luego un señor que sé que no es de los que más gusta, pero que a mí me encanta, David Lean, cuyo estilo no se ve en sus películas pero que cuenta las historias de una manera magnífica. Me gusta mucho también Stanley Kramer… Y luego, Sidney Lumet, John Ford, Orson Welles, Akira Kurosawa, Ingmar Bergman… Y no cito a ninguno indio porque, aunque he visto muchísimo cine indio (así aprendí hindi), pero los directores indios no me acaban de convencer porque no son genuinos… Y luego hay directores desiguales, que tienen alguna película muy buena, pero no toda su producción. Por ejemplo Norman Jewison, Sidney Pollack, Elia Kazan, Roman Polanski

P.- ¿Y actores y actrices de cine?

R.- Me encanta Spencer Tracy. Era un monstruo. Dustin Hoffman, Richard Dreyfuss y Alec Guinness … Y entre las actrices, como suele decirse, está Katharine Hepburn, y luego todas las demás. Sofía Loren demostró ser también una gran actriz en Dos mujeres, aunque luego se dedicó a hacer cosas que no tenían que ver con esto. En muchos casos los directores impiden que los actores y las actrices brillen más… Me gusta también muchísimo Michael Caine.

P.- No me has citado ningún director ni actor españoles…

R.- No soy un gran entusiasta del cine español. Soy bastante antipatriota, en todos los sentidos. Quizás por haber pasado la mitad de mi vida fuera de España...

No sé por qué, pero mucho me temo que Gallud Jardiel repetirá la historia de su abuelo y, posiblemente, se hablará mucho más y mejor de él cuando nos haya dejado. En la lápida del dramaturgo, ubicada en el cementerio Sacramental de Santa María (Madrid), figura el siguiente epitafio, escrito por él mismo: “Si queréis los mayores elogios, moríos”.

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