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Obra de tetro 'Días de vino y rosas'
Obra de tetro 'Días de vino y rosas' (Foto: Encarna Martínez, Elena Martínez)

'Días de vino y rosas': el infierno del alcohol

jueves 30 de enero de 2020, 16:18h

Cuando se habla de ‘Días de vino y rosas’, al cinéfilo rápidamente se le viene a la cabeza la mítica película de Blake Edwards protagonizada por Jack Lemon y Lee Remick, estrenada en 1962. Lo que mucha menos gente conoce ya es que el guion original de Days of wine and roses lo firmó cuatro años antes J. P. Miller –guionista de televisión, novelista y poeta norteamericano-, que lo escribió por encargo. Pudo verse en la pequeña pantalla el 2 de octubre de 1958. Poco después también vendría la adaptación teatral de Owen McCafferty. De esta última ha partido David Serrano para firmar su adaptación al español en un montaje que puede verse sólo durante unos días en la Sala Negra de los Teatros del Canal de Madrid, dirigido por José Luis Sáiz.

Sandra, estupendamente encarnada por Cristina Charro, y Luis, interpretado también con tino por Damián Álvarez, coinciden un buen día en la sala de espera de un aeropuerto. Los dos se dirigen a Nueva York para emprender una nueva vida. Y como la soledad en compañía se hace más llevadera, ambos se enamoran, se casan, y, poco tiempo después tienen un hijo. Esos primeros años constituyen para la pareja verdaderos ‘Días de vino y rosas’. Pero, si no hay mal que cien años dure, menos aún los efímeros periodos de eso que llamamos felicidad. Mucho más poéticamente lo había expresado ya Ernest C. Dowson que en uno de sus poemas decía queNo duran mucho tiempo los días de vino y rosas, como desde un vago sueño el camino surge un instante, luego se pierde en el interior del sueño”.

Y, como en la historia de toda pareja, hay contratiempos, reveses, meteoritos repletos de adversidades que también hay que afrontar juntos. Ahí viene la verdadera prueba de fuego para los dos y, muchas veces, es ahí donde también se inicia el principio del fin. En el caso de Luis y Sandra, las celebraciones conjuntas de los éxitos personales de Luis se celebran con unas cuantas copitas de alcohol, pero después la adicción crece sin darse cuenta y esas copas se tornan en imprescindibles a cualquier hora del día y de la noche. Ambos se convierten en alcohólicos y caen irremediablemente en un infierno de problemas porque el alcohol se ha convertido ya en el eje, en el leitmotiv de cualquier acto de sus vidas. Por encima, incluso, de su hijo, de sus trabajos o de su propia dignidad, que hace eslalon por los suelos acompañando a quienes algún día la tuvieron.

“Contigo hasta el infierno”, le había dicho Sandra a Luis mientras brindaban felices en el apartamento que era testigo del comienzo de su vida en común. Lo que nunca había pensado Sandra es que esa frase se convertiría en una realidad literal, cotidiana, implacable, destructora. A partir de ahí –como sucede en todas las adicciones -, alguien debe ayudar a quien cae en ellas en hacerle ver que el único camino de recuperar la dignidad perdida es hacerle frente. Tú frente al alcohol, frente a las drogas, al trabajo, a los juegos de azar, al tabaco… Tarde o temprano tendrás que decidir si quieres o no ser el dueño de tu vida o prefieres ser gobernado por ellas… Y será mucho más fácil si buscas ayuda en los demás.

Un par de sillas rojas sobre el escenario configuran los distintos espacios por donde discurre la vida de Luis y Sandra que, cuando se trata de dibujar su apartamento, están situadas delante de una atrayente barra de bar, situada al fondo del escenario. El impecable traje de Luis, poco a poco, se va transformando en un atuendo arrugado y sucio, mientras que Sandra luce hasta cinco prendas distintas (todas ellas diseñadas por Guadalupe Valero), que van señalando el deterioro personal de la mujer: elegante, sexi, casual, tirada, sucia… Circunstancias que la luz de Alejandro de Torres ayuda a concretar y definir mejor aún.

El montaje aborda una fábula que ya se ha convertido en un clásico, así es que no se esperen en él grandes giros argumentales ni sorpresas desconcertantes sino, más bien, el espectador debe centrarse en el trabajo actoral que, a lo largo de hora y cuarto, define con intensidad y emoción el infierno que puede vivir el ser humano si se deja enredar por la red de las adicciones. Interesante.

‘Días de vino y rosas’

Guion original: J. P. Miller

Adaptación teatral: Owen McCafferty

Dirección: José Luis Sáiz

Versión en castellano: David Serrano

Actores: Marcial Álvarez y Cristina Charro

Vestuario: Lupe Valero

Ayudante de dirección: Carlos Chacón

Diseño de iluminación: Alejandro de Torres

Foto: Encarna Martínez, Elena Martínez

Vídeo: David Ruiz y Txus Jiménez

Producción: ADN Teatro

Teatros del Canal, Madrid

Del 29 de enero hasta el 2 de febrero de 2020

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