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Sobre Winston Churchill y el diálogo en Cataluña: respuesta a Lluis Bassets

sábado 22 de febrero de 2020, 12:50h

No es la primera vez que partiendo de un presupuesto sólido se construye un argumento falso. Eso vuelve a suceder con el artículo titulado “La vía Churchill” de Lluis Bassets (El País, 17/02/2020) que trata sobre la posibilidad del diálogo en Cataluña. Bassets sostiene que el tiempo en Cataluña se está acabando porque el apoyo a la independencia, e incluso a la vía unilateral, crece entre los más jóvenes; la mayoría social que todavía le falta al independentismo para superar de forma estable el 50% de los votos está a su alcance. Un presupuesto completamente cierto. Como señalé en una nota anterior, las encuestas muestran que, conforme pasa el tiempo, los niños y adolescentes educados en catalán sobre la base de que España es un Estado opresor, incrementan la mayoría favorable a la secesión.

Pero, a continuación, Bassets sostiene que la solución para evitar este riesgo creciente de secesión consiste en impulsar la mesa de diálogo que han acordado el Gobierno de Sánchez y el independentismo. Asegura que esa mesa de diálogo, aunque solo sea para hablar, es lo que ha faltado todos estos años. No repara en la calidad de ese diálogo propuesto, porque como dijo Churchill en plena guerra fría “jaw-jaw, better than war-war” (conversar es mejor que guerrear).

Desde luego, es cierto que en términos generales el diálogo es la mejor forma de resolver un conflicto y sobre eso hay un consenso social notable. Hay que insistir en que el diálogo supone una de las bases fundamentales de la democracia, de las relaciones internacionales y de la paz mundial. Pero no es por casualidad que en los documentos de Naciones Unidas y en la diplomacia en general, la validez de un diálogo guarda relación con una serie de atributos (sincero, justo, factible). Y es necesario subrayar que fue precisamente Churchill quien puso el acento sobre la calidad del diálogo y la negociación, cuando el gobierno británico de Chamberlain dialogaba con el gobierno alemán de Hitler. Hay que hacer justicia con la memoria completa de Winston Churchill.

En efecto, analizar la calidad del diálogo es crucial. Aceptar cualquier tipo de diálogo, negociación o pacto puede dar lugar a diálogos falsos, injustos o impracticables, que, como muestra la historia reciente, pueden tener efectos contrarios que conduzcan al escalamiento del conflicto. Bassets no contempla la posibilidad de que la mesa de diálogo pueda tener efectos contraproducentes y en eso consiste su principal error.

Pondré algunos ejemplos de efectos producidos por diálogos impropios para explicar mejor el punto. Un buen exponente de diálogo injusto fue el que dio lugar al Pacto de Múnich en 1938, entre Inglaterra, Francia, Alemania e Italia, donde el gobierno de Hitler impuso sus condiciones y se anexionó la región checa de los Sudetes. Churchill rechazó ese pacto categóricamente y previó su efecto contraproducente: "A nuestra patria -afirmó- se le ofreció entre la humillación y la guerra. Ya aceptamos la humillación y ahora tendremos la guerra".

También hay ejemplos notables de diálogos no sinceros que, en realidad, persiguieron fines divergentes. Ese fue el conocido caso del imperio japonés cuando exaltaba el diálogo con Estados Unidos para camuflar la preparación del ataque a Pearl Harbor (que logró confundir a Washington). O la búsqueda de la división del oponente, como hizo Hitler con el pacto nazi-soviético de 1939, que según declaración del Parlamento Europeo (septiembre 2019) provocó “de forma directa” la segunda guerra mundial.

Otro efecto frecuente de un diálogo equivoco es el de comprar tiempo, en espera de que aparezcan mejores condiciones. Ese parece ser uno de los fines que busca el independentismo catalán: prolongar un diálogo mientras se avanza hacia la superación estable del 50% en el plano electoral. También es el caso del gobierno de Maduro en Venezuela, algo que va a asociado a otro efecto buscado: mantener el estatus de interlocutor válido, que le permite disimular el carácter del régimen que lidera.

En general, el diálogo se convierte en vicario cuando busca otros fines no explícitos. En el caso de la mesa de diálogo entre el gobierno Sánchez y el independentismo, parece obvio que el primero acepta la mesa para conseguir la aprobación de los presupuestos nacionales y, por tanto, su supervivencia. En realidad, ambas partes saben que el diálogo no conduce a una negociación real, por cuanto no tienen margen para ello. Insisto, Sánchez tendría que romper con la letra y el espíritu de la Constitución para aceptar un referéndum de autodeterminación y el independentismo tendría que dejar de serlo para aceptar la oferta de mayor autogobierno, incluso en un Estado federal.

En suma, no es la idea general de dialogo lo que evitará un secesionismo más fortalecido a mediano plazo. Un diálogo sin los atributos necesarios (sincero, justo, factible) como el que se expresa en la mesa actual tiene alto riesgo de convertirse en una palanca que haga escalar el conflicto. Porque dentro de diez años tendremos más secesionismo y un gobierno que deberá pararlo a como de lugar. Y sobre ese riesgo -de vieja data- Bassets no dice una sola palabra; pareciera que acepta cualquier diálogo y descarta la posibilidad de un diálogo incorrecto que tenga efectos contraproducentes. Algo que, desde luego, no hizo el viejo mandatario británico. La vía Churchill no consiste en aceptar a ciegas cualquier diálogo. Es cierto que es mejor conversar que guerrear, pero eso no excluye examinar la calidad del diálogo y sus posibles consecuencias.

Claro, cualquiera podría preguntar sobre cuál puede ser la alternativa a ese diálogo impropio. Y lo cierto es que no hay muchas. La puesta en práctica de los mecanismos correctores de la Constitución, principalmente su artículo 155, puede parecernos conflictiva a corto plazo. Pero desafortunadamente, el dilema que se nos presenta es saber si queremos un conflicto ahora u otro mucho mayor dentro de diez años, cuando el secesionismo pueda haberse fortalecido. A menos que creamos que, gobierne quien gobierne en España, estará dispuesto entonces a permitir la secesión. En esa perspectiva, un diálogo que sólo sirva para consumir tiempo o para debilitar el Estado resulta una convocatoria al suicidio colectivo. Y calificarlo de “vía Churchill” no parece muy acorde con la memoria del mandatario británico.

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