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Diario de una pesadilla

domingo 22 de marzo de 2020, 16:56h

He decido comenzar a escribir este diario como escape para no volverme loca después de una semana de confinamiento por el coronavirus y después de saber que se amplía el estado de alarma.

Hoy a la vez he comenzado a llorar y a toser. No al mismo tiempo. Primero he llorado al encerrarme en el baño para que no me viera mi familia. Mucho, como nunca había llorado. Creo que necesitaba hacerlo, como cuando era pequeña y a veces lloraba a lo bruto con cualquier excusa. Entonces, siempre venía mi madre o mi padre a abrazarme. Esta vez, no podían venir ninguno de los dos, porque ya no están. ¡Cómo los echo de menos! Y lo de toser ha sido novedad. No se si es tos nerviosa, tos alérgica o una tos que me perturba, como a todos. Hace dos días, igual que vino, se fue. Ahora ha vuelto otra vez. Me angustia, la verdad. Es evidente que no hace falta que explique el por qué.

Cada día hago una especie de “autochequeo” para saber si todo sigue en orden. El mismo chequeo hago con mi familia. Nunca he hablado tanto por teléfono. Mis suegros no salen de casa. Tienen más de ochenta y no podemos más que abrazarles telefónicamente. Las conversaciones suelen ser muy largas. Es su única ventana a la vida.

Llamo a mis hermanos y a mi hermana para saber que están bien. ¿Qué tal Fernando, te encuentras bien? ¿Ah que has ido a la consulta? Ya… que tus enfermos neurológicos te necesitan. ¡Eres un crack! Al rato llamo a Pedro: ¿Cómo lo llevas hermano? “Yo siempre bien, ya sabes”. Este hermano lo ve todo bien. Creo que aplica la misma respuesta siempre aunque el mundo se esté desmoronando a sus pies. ¡Otro grande aunque él no lo sepa! Mi hermana Pili lo está llevando fatal. Solía andar varios kilómetros al día antes de que estallara “esta guerra” y ahora no soporta estar encerrada. Es la que sale de casa a por pan y medicinas. Tiene mucho mérito. Mucho… ¡Es también muy grande, aunque pequeñita de estatura! Le pregunto por el pequeño de la casa: Pachete. Para él, siempre es primavera. Cada vez que llamo hace una fiesta. Su minusvalía es nuestra fuerza. ¡Nos da ánimos a todos!

Y los amigos, el whatsapp a reventar. Se me ha bloqueado el teléfono y me dice que ya no caben más archivos y que tengo que borrar. No me da tiempo. Dos del mismo grupo de viejos amigos han sido tocados por el maldito virus. En el caso de Carlos, su mujer y su hija. Y en el caso de Candela, su hijo. Van a salir de esta, ¡seguro! Y Constan, que con su sentido del humor siempre me arranca una sonrisa. ¡Otro héroe venciendo a su batalla particular! Y mis amigas Mabel, Carmen y Pilar, de la facultad, con las que no disimulo y me puedo venir abajo sin problemas. ¡Entre las cuatro nos damos fuerzas a nuestra manera!

Y lo peor es la distancia de seguridad y no poder abrazar a los míos. Me la he impuesto yo. En las últimas semanas, acudí a dos actos donde los aforos estaban a reventar y me besó todo el que quiso. Tampoco es que yo oponga mucha resistencia. Me encanta que me quieran. Imagino que como a todos. Pero estoy preocupada porque algunos de los que me besaron han dado positivo en el test de marras.

También me angustian mis compañeros de Onda Madrid. Para que yo pueda salir al aire cada tarde, hay héroes que están en los estudios centrales. Yo entro desde mi casa. Me han instalado un equipo y así me asomo cada tarde a la actualidad que nos desborda. Cuando termino tengo la misma sensación que cuando nadas en el mar contracorriente. Me quedo agotada, mucho, después de mantener el tipo haciéndome la fuerte sin serlo.

Blanca, mi hija mayor, me ha enseñado por skype que somos muchos más los que estamos resistiendo confinados que los infectados. “Mamá, somos miles, millones”. ¡Pues es verdad! Me ha hecho ver la botella medio llena y eso que ha sido su cumpleaños y lo hemos celebrado virtualmente. ¡No es lo mismo! He vuelto a llorar por no poder abrazarla. Y la pequeña, Ana y su novio francés, Clement, están en casa. Me da alegría verles tan enamorados. Después de todo o a pesar de todo, la vida continúa. Para mí, cuando Guillermo sale de casa para ir a Radio Nacional se me oscurece más la noche. Temo por él. Va sin mascarilla. ¡No tenemos! Me ha enseñado Candela a través del móvil a hacernos unas mascarillas con una media, como los ladrones de bancos, vamos, y un clínex en la boca. No creo que le vaya a convencer…

Y la vida, que veo a través de la ventana que se abre paso. Las camelias que plantó mi marido, hace un año y que no habían dado ni una flor, han comenzado a brotar. Es una explosión de colores rosas y fucsias. ¡El milagro de la primavera, como decía Machado!

Hay otra explosión que sigo todos los días a las ocho de la tarde. Es escuchar a la gente sus bravos y vivas durante diez minutos sostenidos. Creo reconocer la voz de algún vecino. Pero no me paro a saber de quién se trata porque procuro quedarme afónica en cada salida diaria. No solo es un reconocimiento a quienes se están llevando la peor parte en esta batalla. Se trata de apretar los dientes y decir: “¡Jodío coronavirus, no podrás con nosotros!”. Y aquí estamos, aprendiendo de nuevo a convivir juntos en casa. Aprendiendo a sobrellevar las ausencias de aquellos que no podemos abrazar. Aprendiendo a vivir…

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