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¡¡¡Noorrr!!!

domingo 29 de marzo de 2020, 10:20h

El grito gutural ha salido infinidad de veces de mi garganta: ¡¡¡Noorrr!!!, sintiéndome una especie de Macario (el compañero pequeño de José Luis Moreno, que siempre estaba sentado) que hablaba por boca de nuestro Chiquito de la Calzada. ¡¡¡Noorrr!!!

¡No entres en esa habitación! ¡No bajes al sótano! ¡¡¡Noorrr!!! Qué mal rollo nos han dado siempre los sótanos de las casas de las películas americanas, esos que abres la puerta y ves unas escaleras empinadas que parece que tienes que descender a rápel, piolet en mano. El que quería bajar era el iluminado del grupo, aunque generalmente lo hacía con una linterna o una vela, porque la luz, obviamente, se había cortado. Tomaba la iniciativa con la loable intención de salvar a sus amigos, que no habían tenido mejor idea que irse a la cabaña más recóndita de Texas la noche de Halloween, y que se encontraron con más problemas que en un examen de matemáticas.

Los espectadores ya sabíamos que el valiente, o el insensato, tenía los minutos contados. Siempre hemos sido muy buenos espectadores, sobre todo de la vida de los demás. No era buena idea bajar, como tampoco lo es buscar un atajo al anochecer en los Cárpatos.

Nuestras sospechas siempre se confirmaban y el pringado caía sin remisión, entre otras cosas porque no era el protagonista. No nos había escuchado; ¿cómo era posible que no se diera cuenta de lo obvio, de que al final de esas escaleras no le esperaba nada bueno?

El excurso viene a cuento porque ahora nos pasa lo mismo. Unos dicen que tenemos que mantener, o reanudar cuanto antes, la actividad profesional o empresarial, porque en caso contrario la recesión, el desempleo y la pobreza casi harán buenos al virus. Otros insisten en que el confinamiento es la única solución, resistir en las trincheras con los dientes apretados.

¿Qué hacemos, pues? ¿De qué político nos fiamos? ¿Nos quedamos encerrados en las casas hasta que el virus se canse de nosotros, condenando irremisiblemente a la economía, o nos arriesgamos a salir para mantener su pulso, cada vez más débil?

Parece mentira, pero estando encarcelados en nuestros hogares también se gasta mucho. Se gasta mucho y se ingresa menos, poco o nada. ¿Hasta cuándo podremos aguantar?

Todo el mundo torea bien a toro “pasao”. Todos somos Rafaeles Nadales del tenis, cerveza en mano.

El problema es el aquí y el ahora. ¿A quién le hacemos caso? En unos países, se anima a salir y festejar; en otros, nos insisten en que hay que mantener el día a día y que caigan los que tengan que caer, por la selección natural; en la mayoría, se recomienda el aislamiento. ¿Quién llevará razón? ¿No habrá un término medio, allí donde dicen que se encuentra la virtud? El “ya te lo dije”, pase lo que pase, se estilará mucho dentro de un tiempo.

“Más cornás da el hambre”, dijo el malogrado El Espartero antes de morir a cuernos de un Miura, en la Monumental madrileña. Pues no es por nada, pero el aciago coronavirus tiene cuernos hasta en su nombre y los selfies que le hemos visto no son alentadores.

¿Hambre o ”corná”? ¿Susto o miedo?

Amanece un nuevo día de la marmota; somos, y lo sabemos, los pardillos de la cabaña.

¡Cuánto daríamos por escuchar, alto y claro, desde el Cielo, ese ¡¡¡noorrr!!! de Chiquito!

La cuestión es si, llegado el caso, sabríamos interpretarlo… Posiblemente, “nor”.

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