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Circunstancias: tragedia y valores

miércoles 29 de abril de 2020, 10:39h

Las circunstancias del tópico orteguiano no se conforman con rodear o envolver al yo; lo penetran, lo constituyen y forman parte operativa de su sistema. Mis circunstancias son parte de mi yo, como forma parte de mi cuerpo la lechuga que acabo de comer. El yo de cada uno de nosotros es reactivo muchas veces, interviene en las circunstancias externas en función del impacto que éstas le acaban de producir, con ánimo de modificarlas, adaptarse a ellas e integrarlas. En efecto, es un proceso transaccional, de intercambios sucesivos que va configurando, y modificando, a ambos agentes: al yo y a sus circunstancias.

La circunstancia individual y colectiva que estamos viviendo, la pandemia, es una tragedia plenipotenciaria, una bomba atómica de muchos kilotones, que genera pánico y asusta más, cuanto la megafonía gubernamental, incluso con su afán ocultista y otras torpezas, aumenta cada día su sentido trágico.

A socaire del miedo, prospera la desesperanza. Ésta es una actitud radical, de largo alcance, que corroe muchas energías psíquicas de la persona y la lleva al borde del precipicio, donde la muerte puede parecer liberadora. Es un estado de malestar profundo y grave, derivado de la pandemia y del confinamiento, impuesto sin piedad, como si fuera terapéutico.

Portugal, Francia, Inglaterra y Alemania, que yo sepa, han permitido a sus ciudadanos salir a la calle, de uno en uno, para hacer ejercicio, durante todo el proceso. No obstante, tienen menos muertos en cifras absolutas, y relativas con relación al número de habitantes. Posiblemente, las autoridades de esos países han hecho un enfoque holístico y tenido en cuenta las exigencias de la salud mental, tan respetable como la corporal; o tal vez, conozcan que toda salud, igual que toda enfermedad, es psicosomática.

En nuestra circunstancia nacional, hemos de destacar que la gestión sanitaria está encomendada a un filósofo, oscuro funcionario de un partido de provincias, que nunca ha ejercido otra misión que atender a su parroquia. Sin experiencia laboral, es muy difícil ser competente, porque sólo el saber práctico fecunda al saber técnico, igual que éste revalida al teórico. La aplicación práctica hace real los saberes, comprueba la teoría y adapta las técnicas a la circunstancia concreta. La filosofía, especialidad del Sr. Illa, es un metalenguaje, un saber sobre el saber y queda demasiado lejos de la atención primaria de ambulatorio y de las UCI de los hospitales.

“A partir de ahí”, como repite el propio Sr. Illa en sus devaneos metafísicos, todo se nos viene abajo, porque mal jefe puede ser quien desconoce los entresijos de su tarea y de las que encomienda a sus colaboradores. Sin saber lo que uno tiene entre manos, el fracaso está asegurado.

Pero, nuestras circunstancias no acaban ahí. Los socialistas, y no digamos los comunistas, tienen una irresistible predilección por el rebaño. A toda costa, ambos quieren igualar, aunque sea a la baja; en este caso, a la bajada a los sepulcros; y, ante el panorama que les venía encima, después de celebrados los fastos del 8 de marzo con amplia concurrencia y esplendor, han optado por la estabulación.

Por decreto, han avasallado a la población conculcando derechos fundamentales: no es posible trabajar, ni la circulación libre y hay que “minimizar” la crítica, según testimonio del general de la Guardia Civil, etc.. La terapéutica de la pandemia no debe exigir tales medidas, porque, en otros países, no se han prescrito y, sin embargo, las autoridades han sido más eficaces en los resultados.

Con el avasallamiento, el Gobierno ha centralizado las competencias sanitarias, antes delegadas en las comunidades autónomas, sin tener previsto el aparato que las sustituyera. Así, han hecho, tarde, compras de material defectuoso que ha puesto en riesgo al personal sanitario, que ha muerto (26 casos) en acto de servicio, o está infectado (más de 38.000 personas). Por este desastre, los sindicatos le han puesto al Sr. Illa una querella, que no llegará a otro sitio que alimentar la desesperanza. La Justicia aprendió mucho con el 11M.

Tampoco termina ahí la desdicha de nuestra circunstancia. La resaca del confinamiento laboral, mantenido durante más de 47 días, va a elevar la tasa del paro al 20 ó 21 %, uno de cada cinco españoles en edad de trabajar; y el PIB va a caer entre el 13% estimado por el FMI y el 23%, según otras fuentes más desesperanzadas. El río revuelto estará asegurado y el Sr. Iglesias lanzará las redes de su renta mínima, para obtener una pesca milagrosa. Eso sí, a costa de aumentar la deuda al 113% del PIB. En consecuencia, la Nación será más pobre, muchos más los pobres dependientes de la providencia del Estado y todos estaremos más entrampados aún. Pero, el Sr. Iglesias campara glorioso con los votos comprados.

La circunstancia es desoladora, pero no se agota en la desesperanza; está sirviendo, y mucho, para revelar el fondo radical de la humanización del hombre:

El comportamiento de sanitarios, repartidores, transportistas y dependientes de supermercados no puede explicarse de no contar con valores como el sentido del deber, la responsabilidad, la generosidad que puede exigir dar la vida y la valentía para afrontar el riesgo, el riesgo de morir.

Los vecinos saben ser solidarios con los ancianos e imposibilitados; y también son cooperativos, aunque sea desde el balcón, para minimizar, con sentido lúdico, las graves consecuencias de la angustia por el enclaustramiento obligado.

La creatividad y capacidad de iniciativa han permitido la fabricación de elementos de protección, con impresoras 3D, o con herramientas convencionales, casi olvidadas.

Al interior de muchas viviendas, se ha recuperado el papel parental, instructivo, educador, de empatía y aceptación incondicional de los hijos.

Esta floración de valores, en plena primavera, es un canto de esperanza, que exige confianza en nosotros mismos y acrecienta la conciencia del poder que anida en cada persona humana, sujeto individual al tiempo que ser social.

Más adelante, la asertividad va a exigir cuentas a la incompetencia, la improvisación y las mentiras. La asertividad también es un valor psíquico, de salud, una fuerza positiva, reivindicativa y constructora.

Aunque la pandemia sea endémica, contamos con la humanidad del hombre como acicate de superación.

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