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Sospechas (XIX)

lunes 01 de junio de 2020, 06:00h

T R U E Q U E S

Creo que la mayor parte de la población de este año 2020 ha oído hablar, vagamente, del concepto-palabra trueque, pero no sabrían explicar con un mínimo de precisión el continente-contenido de los trueques propiamente dichos.

Casi todos los que hemos saltado la barrera de los 70 años, lo conocimos y lo llegamos a practicar… sobre todo los abuelos-hijos-nietos del medio rural.

Es posible, es muy posible, que con los altibajos y las turbulencias que causa-causará el Covid 19, reaparezca el trueque con cierta implantación-implicación.

Allá, en los finales de los cincuenta, cuando yo tenía 10-12 años, mi madre, mi heroica madre, de vez en cuando me decía: Angelito, lleva estas dos, o tres docenas de huevos a la tía Isabel y que te de un litro de aceite y un kilo de arroz.

Cuando en casa había algo de dinero, –poco o nada había en casi todas las casas-, mi madre compraba en la tienda de Pedrín, porque estaba a la vuelta de una esquina cercana. Cuando pasaban los días y no había vendido algún cordero, algún lechón, unos kilos de patatas, varios litros de leche, o un par de fanegas de cebada, es cuando hacíamos trueque. Si había algún pequeño desajuste en el trato se arreglaba con el “déjalo correr” o con unos huevos más, o unos arenques menos. La confianza- entendimiento cabal y cordial forma parte y fondo del trueque. “Hoy por ti, mañana por mí”.

La tía Isabel era la hermana mayor de mi madre, la tía Isabel tenía una piel natural, tenía un cutis que ya quisieran muchas estrellas-estrellitas del cine de entonces y del cine de ahora. Buena y guapa mujer era mi tía Isabel. Mi tía, estaba casada con Antonio, hermano de Pedrín, hermanos de estirpe comercial humilde…los dos tenían pequeñas tiendas de ultramarinos, la de mi tía-tío estaba algo lejos, casi al final de la calle mayor.

El encargo de litro de aceite era fijo, el encargo añadido también podía ser un kilo de sal gorda o fina, un kilo de azúcar o un cuarto de escabeche.

Años casi de pos guerra, años austeros y duros. Mucho trabajo y escasísimos beneficios, los pequeños ganaderos-labradores han sido, y son, los autónomos-trabajadores más chuleados y estafados por el mercado y los mercaderes, da igual, o casi, que gobierne Franco, el Rey, o quien sea. Ante aquella dureza, la sabiduría elemental-esencial de los campesinos les hacía astutos y sobrios, cuando había buenas cosechas no despilfarraban porque la próxima podría ser mala…poco o nada que ver con los cálculos y precauciones-previsiones de casi todos los gobernantes-economistas “modernos o vanguardistas”. La crisis financiera de 2.008 o el Covid 19, son ejemplo de sus errores-horrores.

Ojo, dentro de la modesta y sana vida que hacíamos, hambre, lo que se dice hambre física había mucha menos que en casi todos los suburbios de las ciudades…la matanza de dos-tres cerdos, la fruta-hortaliza-verdura de la huerta, las leguminosas de las mejores tierras de secano, más la producción de los animales del corra… íbamos tirando.

El pescado, -congrio, chicharros, pescadillas, sardinas o bacalao-, eran relativamente frecuentes en mi casa. Y peces del río que una familia gitana, muy habilidosa en esos menesteres, ofrecía a mi padre-madre por alubias pintas, garbanzos, o una cuartilla de vino. Mi padre, vencedor en la guerra, –era o se creía de izquierdas, era conocido, quinto y casi vecino del honesto Marcelino Camacho-, pero le tocó “zona nacional”… fue un “perdedor” en la vida porque era un idealista límite. Los traumas de la barbarie del 36-39 más dos-tres años de mili, le dejaron huellas - heridas profundas aunque no pegó un tiro, no hirió-mató a nadie porque parte de la guerra estuvo en trasmisiones junto al entonces jovencito teniente Alfonso Armada.

Mi padre nunca tuvo claro el golpe de estado del 81, decía que el involucrado general Alfonso Armada era monárquico hasta el tuétano. Tampoco tuvo claro el estado-estadio de las autonomías. Mi padre con sus defectos-virtudes, cuando venía un listo a comprar por dos perras kilos de almendros, manzanas o ciruelas, en más de una ocasión, prefería regalarlas al hospicio o al asilo. Soy y hay testigos de esos hechos.

Los sabrosos cangrejos de rio, los cogíamos a mano, o con cestos, los zagales de 10-14 años. En una ocasión metí la mano a una boca de cangrejos, cogí algo suave, suave como un barbo, cuando lo saqué era una culebra de agua…desde entonces tengo verdadero repelús a las serpientes.

Mi abuelo Anastasio tenía una de las más fértiles huertas del pueblo, de una hectárea y media aproximadamente, la tenía-cuidaba como un vergel. Hoy en la huerta se siembran cultivos algo más rentables pero quizá perjudiciales a medio-largo plazo…se han perdido casi todos los frutales, acequias de riego, se caen las paredes, etc. Claro ahora la huerta es de los nietos, yo tengo un trozo liego de 2.000 metros cuadrados que lo quiero porque parece que recupero la presencia de mi abuelo y de mi madre, recupero correrías de mi infancia…ojala mis hijos y nietos no pierdan la sensibilidad sentimental de esas herencias pobres en dinero pero poderosas y ricas en espíritu-filosofía.

Sospecho que el Covid 19, algo o bastante va a alterar-trastocar usos, abusos, olvidos, traiciones o costumbres. A mí esta catástrofe me pilla con veintitantos años, con carrera o no, y al servicio cada año de varias empresas-emprendedores y mando a las condiciones laborales de la “patronal” a tomar por el eco de Mariano. Entre otras opciones valoraría la posible recuperación de la casa-corral-huerto y cuatro cosas más de los padres-abuelos-bisabuelos. Y exigiría el auténtico valor y valer del trabajo-trabajo.

Esa es la pura y la buena, o es la menos mala salida-verdad del coronavirus… salida y verdad que descalifican la desigualdad-precariedad de esta impresentable globalización.

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