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Good bye a la vieja normalidad

miércoles 03 de junio de 2020, 11:22h

En sus apenas tres meses de existencia entre nosotros, la Covid-19 ha arrasado en España con decenas de miles de vidas -más de 27.000 según fuentes oficiales, y cerca de 50.000 en opinión de la asociación empresarial que agrupa a las funerarias-. El asunto , pues, no es de broma y aquellos que no han padecido la pandemia en carnes propias como infectados , o no han sufrido la pérdida de un ser querido en estos meses son ya rara avis en España.

De no ser así, por experiencia directa , o a través de terceras personas más o menos cercanas a nosotros, como mínimo hemos padecido durante casi tres meses el obligado confinamiento decretado por cinco consecutivos estados de alarma (hoy se debate una sexta y por el momento última prórroga), y bien podría afirmarse también que esto es una especie de siniestro experimento sociológico.

Familiares que no han podido verse ni abrazarse; hijos que no han podido enterrar a sus padres ; maridos o esposas que no han tenido la oportunidad de ver morir a sus cónyuges; ni un solo muerto por Covid en las mesas metálicas de los forenses para poder practicarles la autopsia y analizar los mecanismos de invasión del dichoso coronavirus en los cadáveres... Y, lo que todavía es aún más irracional, ni una sola fotografía, ni un solo vídeo en los medios de comunicación que certifique para los españoles del futuro la trágica situación real que desgraciadamente se está viviendo en España al tiempo que en medio mundo.

Pero, además de miles de vidas, la pandemia está arrasando también con nuestra forma de vida. Tanto en lo personal (distancia de seguridad, mascarilla obligatoria, alejamiento social….), como en lo tocante a nuestra organización social (Ertes, cierres de empresas, multiplicación del desempleo hasta cotas nunca vistas y, como consecuencia de todo ello, mayor pobreza). Y lo que tampoco invita a la esperanza, el desastroso enfrentamiento a las circunstancias sobrevenidas desde el punto de vista político: negación de todo tipo de responsabilidad por parte del gobierno y, al tiempo, trifulcas constantes gobierno-oposición , que van de las críticas a las descalificaciones personales y, en ambos bandos, de estas a la voluntad de aniquilación del enemigo, más que del adversario, al menos si fuera posible. Con este panorama hablar de pactos para salir de la crisis es, como mínimo, un sarcasmo de muy mal gusto.

Si ni siquiera una catástrofe de esta envergadura es capaz de hacer que nuestros legítimos representantes se pongan a olvidar por una temporada sus ambiciones políticas, ya no cabe esperanza alguna de que algo pueda unirnos a todos en un solo empeño. Con la que está cayendo, y la que se va a venir encima en los próximos meses, no parece el momento más apropiado para derogar reforma laboral alguna, ni echar leña al fuego del turismo (15 por 100 del PIB, aproximadamente, y unos tres millones de puestos de trabajo), al sector del automóvil (cientos de miles de trabajadores dependen también de él), o a los millones de pequeños y medianos empresarios en busca de esos créditos ICO que no acaban de llegarles. Y todo ello en medio de un estado de alarma en el que se ha impuesto el decreto-ley, sin un mínimo debate en el Parlamento, y con la transformación paulatina pero implacable de las reglas de juego democrático y la ocupación monocolor de los restantes poderes del estado y de instituciones clave para su funcionamiento (Fiscalía General, RTVE, CIS, o en la Comisión Nacional del Mercado y de la Competencia, pongamos por caso).

La situación me recuerda mucho a esa película de Wolfgang Becker, Good bye Lenin! (Alemania, 2003), en donde se recreaba la situación vivida en el Berlín de 1989 , en torno a la caída del Muro, en donde un hijo pretende a toda costa evitarle a su madre, comunista convencida, ver los cambios radicales habidos en esa nueva Alemania reunificada y capitalista. Ahora parece suceder lo mismo, pero a nivel colectivo y en sentido contrario. Las consultas de psiquiatras y psicólogos van a estar atestadas de pacientes en cuanto todo esto se encamine hacia esa mal llamada nueva normalidad. De una u otra forma, el desastre está servido.

José-Miguel Vila

Columnista y crítico teatral

Periodista desde hace más de 4 décadas, ensayista y crítico de Artes Escénicas, José-Miguel Vila ha trabajado en todas las áreas de la comunicación (prensa, agencias, radio, TV y direcciones de comunicación). Es autor de Con otra mirada (2003), Mujeres del mundo (2005), Prostitución: Vidas quebradas (2008), Dios, ahora (2010), Modas infames (2013), Ucrania frente a Putin (2015), Teatro a ciegas (2017), Cuarenta años de cultura en la España democrática 1977/2017 (2017), Del Rey abajo, cualquiera (2018), En primera fila (2020), Antología de soledades (2022), Putin contra Ucrania y Occidente (2022), Sanchismo, mentiras e ingeniería social (2022), y Territorios escénicos (2023)

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