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Líderes de saldo

jueves 04 de junio de 2020, 08:01h

El lunes pasado, el Vicepresidente Aguado “convocó” a su jefa para una reunión, que iba a presidir y dirigir él mismo, a la que también había citado a representantes de los otros grupos plutocráticos que conforman el ágora madrileña.

Ante este hecho, tan original, surgen decenas de preguntas: ¿sabe el Sr. Aguado quién es?, ¿conoce dónde está ubicado?, ¿es consciente de lo que representa?, ¿ha reflexionado sobre las atribuciones que le conciernen?, ¿está en sus cabales?, etc..

No voy a pensar que este hombre haya usurpado funciones de la Presidencia, porque lo devore un ansia incontenible de servicio y supla con su celo la pasividad de su jefa. Todo parece que ésta, bien o mal, con mayor o menor eficacia, se mueve bastante.

Tampoco creo que el Sr. Aguado ignore las formas del protocolo que, por ejemplo, impiden que el Rey pueda ser convocado por el Presidente del Gobierno a una reunión deliberativa junto a Torra y el Alcalde Cádiz, porque los “breinstorming” no son formales.

Ni se me pasa por la imaginación que el Sr. Aguado se sienta acuciado por un prurito presidencial, que lo impele, sin límite, a seguir trepando como sea, aunque haya de aferrarse al alzacuellos de un provecto profesor de Metafísica. Esto sería más propio de un buscavidas, a quien le diera igual aliarse con un ángel, o con un diablo.

El Sr. Aguado pertenece a un partido que se formó con premura, aceleró la escalada y se esfumó rotundamente. El antecedente, dentro de nuestra historia, hay que referenciarlo en UCD; con la diferencia que aquella “unión” era de estrellas siderales, mientras el partido de Ciudadanos ha sido un desfile fugaz de lágrimas de San Lorenzo.

Cuando hay una porfía, subyace el miedo a perder y el ansia de ganar. Estamos ante una relación agonal, un juego, con todas las consecuencias. En este caso, es un juego por el poder, de aspiraciones legítimas y hambres insatisfechas. Otra cosa, no.

La esencia del juego es que las reglas estén claras y se respeten. Así, se puede pelear por el trofeo en buena lid y el proceso puede resultar lúdico, creativo y hasta edificante para quienes lo contemplan.

En los juegos agonales, los púgiles se esfuerzan por definir su identidad y mantenerse bien diferenciados de sus contrincantes. No es nuestro caso. El partido de Ciudadanos nació contra el nacionalismo disolvente y se aupó, como la operación Roca, para ocupar el centro. O, si el centro no fuera una entelequia suficiente, el incentro de todas las bisectrices posibles, que es como apostar “al más difícil todavía” de los funámbulos de circo.

No obstante, el trasfondo de su identidad política nunca ha estado claro, ni preciso. O, como ocurrió en UCD, había una identidad multicolor con iridiscencias cambiantes, según variaba el foco de la luz. Por eso, Valls (ex -Monsieur) quería pactar con el PSOE, mientras Garicano (aún Mister) se echaba a temblar. Sin confesar nada, no querían decir que fueran socialdemócratas, porque tampoco se atrevían a ser liberales. Lo más neutro era decir que son un partido de centro; es más, el partido del centro, o como he dicho antes, del incentro de todas las geometrías. Con esta ambigüedad de base, malamente se puede jugar el partido. Ni siquiera, aunque estén diáfanas las reglas a seguir.

El partido de los Ciudadanos ganó las elecciones catalanas, sin hacer una sola intentona para gestionar su victoria. Eso, contando que siempre han defendido que debe gobernar la lista más votada. Este es un planteamiento sensato y, por supuesto, cargado de respeto al electorado. Sin embargo, la ganadora de aquellas elecciones se apresuró a huir al centro, al centro cálido de la península, sin presentar batalla para defender su idea. ¿Falta de coherencia?, ¿fragilidad en las convicciones?, ¿cálculo precipitado del líder Rivera?. Cuando alguien no respeta sus principios, no puede pretender ser respetable.

En este sentido, Ciudadanos viene siendo contumaz. En Andalucía, Madrid, Murcia y Castilla-León han votado siempre al PP, la segunda lista en número de votos, contrariándose a sí mismos; pero, a sabiendas que estaban respetando el origen social de sus votos. La maniobra les ha salido tan bien que, no sólo han cosechado puestos y sillones, sino que andan arrimando los restos del naufragio a Casado, el del PP, porque quien a buen árbol se arrima…

Si, tras el estacazo electoral, el partido de los Ciudadanos hubiera reflexionado, podría haber reconocido su derrota y haber optado por refundarse e integrarse donde cupiera y le hicieran hueco. Esto requeriría un análisis crítico de la realidad sobrevenida, honestidad para reconocer la derrota, tal como en su día hizo Roca, y altura para mirar la línea del horizonte, que siempre se aleja cuando nos acercamos a ella.

Pero, no. Han hecho trampas. Los ciudadanos líderes actúan como si nada hubiera pasado, siguen considerándose dueños del incentro: sonríen a Casado, mientras votan a Sánchez una y otra vez; no quieren saber nada de ERC, Podemos, ni de Bildu, pero tampoco descartan votar los próximos presupuestos; siguen gobernando con el PP, a menos que haya por ahí algún concejal que quiera ser alcalde de Granada con no importa qué votos.

La explicación está en las personas: el aluvión de gente que llegó para formar las listas de cada demarcación electoral fue previo a la formación del partido. Sin más identidad que la personal del líder de aquel momento, una multitud se vistió de naranja, dispuesta a dar el asalto al poder, conquistar prebendas, disfrutar de sinecuras y presumir de puesto. Y no están por asimilar la frustración.

Pareciese que algunos piensan que el Estado sea unos grandes almacenes que hacen rebajas para aliviar depósitos. O a la inversa, que líderes de saldo pueden ceder a sus delirios y trepar donde les plazca.

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