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Iconoclasia intolerante

miércoles 17 de junio de 2020, 12:29h

El reportaje de la estatua de Sadam Husein, arrancada de su pedestal y arrastrada por las calles de Bagdad, iluminó a Magdalena Álvarez, alias lady Aviaco, para desalojar la ecuestre de Franco de la plaza de San Juan de la Cruz, en Madrid.

En aquella misma plaza, en la solana de los monásticos edificios, construidos por Franco, que albergan múltiples ministerios, figuran sendas estatuas de Indalecio Prieto, creador de la Motorizada de tan triste recuerdo, y de Francisco Largo Caballero, doblemente golpista, ya que colaboró con la Monarquía, mientras conspiraba contra ella hasta que cayó y, en cuanto dejó de ser ministro de la República, aplicó la misma receta, armando a milicianos de UGT, que cuajó en los sucesos de Asturias de 1934. Vivir, para ver y saber.

Efectivamente, el pasado empieza ayer. Si hoy hemos sido capaces de integrar el aprendizaje de ayer, podemos decir que estamos más hechos, somos un poco más sabios y tenemos más destrezas para el oficio de vivir, porque estamos más capacitados para enfrentar los retos de mañana.

Con o sin conciencia, cada uno vamos construyéndonos tal como somos, porque el hombre es un ser autopoyético. Desde pequeñitos, cada quién va haciéndose a sí mismo conforme actúa: es autor de su guión; el actor que efectúa la representación de dicho guión; el director de escena que realiza las correcciones oportunas; el público que observa el espectáculo y aplaude o silba al final, y la crítica sesuda. Todo al tiempo, sin cambiar de sujeto.

La identidad personal se extiende desde el “yo potencial” que está por hacer, una naturaleza pendiente de madurar, hasta el ideal del yo, sublime, exigente de mil esfuerzos y, a veces, inalcanzable. Enlazando ambos extremos, está el relato, la historia que cada uno se cuenta a sí mismo, acerca de quién es. Esta es una historia parcial, plagada de mentiras piadosas y medias verdades justificativas, porque es compasiva. Si no fuera así, el suicidio estaría a la vuelta de cualquier esquina.

Los pueblos también tienen su idiosincrasia, su espíritu colectivo, un archivo de hechos, epopeyas y fracasos, ideales sublimes y hazañas calamitosas, valores éticos y vicios vergonzantes. El enlace entre esas polaridades es la intrahistoria, el devenir cotidiano del quehacer individual, que cristaliza en una cultura, un estilo o forma de estar en el mundo, que caracteriza a ese pueblo.

El proceso autopoyético de cada ciudadano determina una sabiduría colectiva, un acervo de habilidades y competencias, allegadas por la experiencia diaria individual, que nos permiten disponer de sensatez a la hora de reflexionar, serenidad para sentir y fruición para disfrutar de ser como somos: la obra que hemos conseguido desarrollar juntos.

La interacción es choque de diversidades; frente al yo, se sitúa el tú, y ambos son diferentes. Por tanto, la convivencia sólo es posible si media la tolerancia. La etimología de la palabra ya nos anuncia dramatismo: tollerare quiere decir, soportar, aguantar, llevar una carga. En la tolerancia, hay agonía, confrontación de dos singularidades y cada una sufre el impacto de la otra.

La tolerancia, como actitud para la convivencia, exige apertura mental hacia la diferencia que el otro es, para conocerla y comprenderla. Esto puede mitigar el esfuerzo de soportar la heterogeneidad, porque el conocimiento explica y, en el plano social, puede dar paso a la empatía, la comprensión compasiva de quien es distinto. Cuando media la empatía, es más fácil aprender de quien no es como yo, ni como a mí me gustaría que fuese.

En el campo plural y multicolor de la sociedad, si no media la tolerancia, sólo quedará un erial, o una era rasa. En la Historia ocurre igual. La ciudad de Madrid está plagada de nombres en sus calles y estatuas en sus plazas, que honran la memoria de personajes, tal vez ilustres y dignos de encomio por algunas de sus hazañas, que fueron denigrantes por otros acontecimientos que también protagonizaron. No hay héroes puros, ni hombres y mujeres de excelencia, que sean intachables.

Indalecio Prieto no tiene estatua por terrorista, ni Largo Caballero la disfruta por golpista, sino por la pretenciosa reforma laboral de su etapa como Ministro de Trabajo; sin duda. Serrano, Narváez, Prim y Diego de León tampoco acertaron en todo. Incluso alguno se equivocó mucho, saltando del lecho real al patíbulo, o al crimen de Estado, u organizando una Dictadura. Todos son claroscuros. Lo mismo ocurre con los reyes y reinas que presiden las plazas. Sin embargo, están en exposición, porque constituyen una lección a integrar. Sus circunstancias, su mentalidad, sus habilidades y pretensiones nos enseñan, si queremos aprender y logramos extraer aprendizaje. Sus errores y sus aciertos cantan su notoriedad.

La iconoclasia, la destrucción de estatuas y símbolos del pasado, no niega la Historia, ni apaga sus luces, ni enciende sus sombras. Más bien hace resplandecer la intolerancia del iconoclasta, que es como exaltar la soberbia de su ignorancia para que ésta prevalezca, radiante y suprema.

Dejó dicho Horacio que sapientia prima est stultitia carere. Creo que sigue llevando razón. La base de la sabiduría, su raíz, está en alejarse de la propia idiotez. Otra palabra revelación. El idiota es tan particular que no ha salido de sí mismo, ni siquiera se ha dado oportunidad de encontrarse con el otro; cuanto menos, dialogar y aprender algo de sus diferencias.

El idiota es, necesariamente engreído, porque se envalentona en su propia estulticia, sólo tiene lo suyo: naderías salpicadas de ocurrencias; por eso, pontifica y anatematiza lo distinto, todo cuanto no sea igual que él, o ella, sea Cristóbal Colón, o W. Churchill cuyas estatuas andan destruyendo.

La idiotez del iconoclasta puede que no tenga curación; especialmente, si ha llegado al Gobierno. No obstante, se puede prevenir. La vacuna está en los libros: Historia, Filosofía, Literatura, Arte, Historia de la Religiones, incluso Geografía, la física, la política y la humana, en una palabra, el saber, pueden contribuir a que mengüe la estupidez y se acreciente la tolerancia.

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