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Fin del diario de una pesadilla (21de junio)

domingo 21 de junio de 2020, 10:16h

Hoy acaba este diario junto con el estado de alarma. Atrás quedan noventa y ocho días donde los sanitarios, médicos, enfermeras, auxiliares y celadores, han dado todo por curarnos de este virus, que a ellos les ha golpeado más que a ningún otro colectivo. Muchas imágenes para el recuerdo dentro y fuera de las residencias de ancianos. Nuestros mayores sufrían en carne propia las secuelas de un virus que les golpeaba directamente. La edad sí importaba a la hora de superar la enfermedad. Se tendrán que esclarecer muchas muertes y muchas ausencias de traslados a centros sanitarios. Los cuerpos de los ancianos se acumulaban en algunas residencias en lugares mal habilitados para morir.

Afortunadamente muchas personas con conciencia les han acompañado a nuestros ancianos a cruzar a la otra orilla. Otros, no tuvieron esas manos y murieron solos. No hablo de oídas, me han contado de primera mano lo vivido en alguna de esas residencias. Otras se blindaron y consiguieron que los ancianos pasaran este tiempo como si se tratara de una pesadilla que ocurría fuera de sus cuatro paredes. Bravo por estas residencias, las menos, libres de Covid-19.

Los aplausos de las ocho de la tarde comenzaron por las batas blancas que lo daban todo envueltos en bolsas de basura como máxima protección pero luego se amplió a los policías y militares que salieron a la calle a protegernos y a montar hospitales de campaña. Las Fuerzas y Cuerpos de seguridad del Estado también se contagiaron en esta locura de casi cien días. Los soldados custodiaron a nuestros muertos apilados en ataúdes en pistas de hielo transformadas en morgues. A esos que murieron en soledad sin que nadie pudiera despedir, ni velar ni rezar, el próximo 16 de julio se les hará un homenaje especial en el Palacio Real.

Después nos acordamos de los farmacéuticos, de los transportistas, de los mensajeros y de aquellos que nos proporcionaron el alimento y los productos de higiene básicos. Fueron días de acumular papel higiénico. Era como si la gente se preparara para una guerra y en cierto modo ha sido así. De hecho, hemos hablado de “batallas” que teníamos que ganar, de “guerra” al Covid, de “lucha” contra la pandemia, de nuestras principales “armas” para combatir la enfermedad... Todo muy bélico y muy doloroso.

Han sido muchos días de colas de supermercados donde tuvimos que aprender que las mascarillas y la distancia social eran nuestras mejores aliadas para conservar la salud. El problema fue que conseguir una mascarilla fue poco menos que una misión imposible. El desabastecimiento era total. ¡No había ni para los sanitarios! Fue cuando la gente comenzó a hacerse sus propias mascarillas. No eran perfectas pero al menos tapaban la nariz y la boca. Luego la OMS nos decía una cosa y la contraria pasadas unos días; exactamente igual que nuestras autoridades. Pasamos de la gripe leve a una enfermedad mortal en muchos casos…Del no hay que llevar mascarilla a que fuera obligatoria. Del no valen las de tela, a todo vale si le ponemos un filtro…Hemos ido aprendiendo a medida que nos golpeaba el o la Covid.

Ha sido muy duro. Mucho. Sobre todo, para aquellos que han visto como se han ido apagando sus seres queridos. Nada será igual. Todos hemos salido diferentes de estos días de confinamiento. Hemos aprendido a valorar el aquí y el ahora. Nos hemos acordado de quienes teníamos más cerca y nos hemos acercado más a ellos. Hemos sabido valorar el esfuerzo de todos los colectivos. Quiero destacar aquí también a los periodistas que hemos intentado dar todo nuestro tiempo a informar de este trance tan duro y difícil. Llevo desde los diecisiete años en esta profesión en la que he visto accidentes de aviones, atentados terroristas, ríos desbordados, incendios…y puedo decir sin equivocarme que ha sido lo más duro a lo que me he enfrentado en toda mi carrera periodística. Evidentemente no soy, no somos los mismos que comenzamos hace cien días a convivir con “el bicho”, como también se le ha llamado. Quizá, hasta seamos mejores porque hemos aprendido la lección de que todo es efímero y nada es para siempre.

En este tiempo no todos lo han hecho bien, nueve mil personas han sido detenidas y un millón multadas. Esa es la estela que nos ha dejado el virus. Pero una inmensa mayoría ha pensado en los demás e incluso ha aportado su granito de arena para ayudar a otros colectivos. No quiero olvidarme de los profesores y maestros que han tenido que aprender a enseñar a distancia. ¡Bravo por ellos también! Y qué decir de los que han teletrabajado en casa y atendido a su hogar. Ha sido una prueba de esfuerzo para todos.

Hasta aquí hemos llegado. Ahora la responsabilidad será nuestra y no de nuestras autoridades. Dependerá de que lo hagamos bien y no nos relajemos. Mascarilla y distancia entre personas. Nada más. Bueno, no del todo. Eso y un psicólogo al que acudir porque ahora toca poner en orden nuestra cabeza. No, no somos los mismos que hace catorce semanas. Probablemente valoramos más la vida, casi con seguridad nos hemos hecho más miedosos y también más generosos. Por cierto, a todos los que no se movieron hasta que comenzaron las fases de salidas; a todos los que se protegieron y nos protegieron; a los que lo han dado todo, cada uno desde sus puestos y desde sus responsabilidades: GRACIAS. Un millón de gracias por ir juntos de la mano aprendiendo a vivir en este nuevo mundo en el que hemos aprendido a sonreír con la mirada.

Ahora debemos incorporarnos a la nueva normalidad y al verano, que ya ha llegado. ¡Cuídense mucho! ¡Disfruten del sol y de lo bonito que tiene la vida! ¡Sois dueños de vuestra propia historia! ¡Solo queda que le demos un buen final! ¿Qué tal si hoy le ponemos a todo un buen broche de oro? ¿Por qué hoy no nos damos un homenaje? ¿Por qué no nos aplaudimos a nosotros mismos por haber llegado hasta aquí? No esperemos más. Como decía Antonio Machado: “Hoy es siempre todavía”.

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