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Hasta siempre, compay

viernes 14 de agosto de 2020, 17:15h

Entre el estruendo de aflicción y muerte que llegaba del exterior al patético refugio del confinamiento pandémico, el 24 de marzo se filtró el sonido sordo y seco de la muerte del dibujante, humorista, historietista, caricaturista, guionista y director de cine Juan Padrón, nacido en Cuba y creador de dos de los grandes mitos del cine de animación: Elpidio Valdés y Vampiros en La Habana.

Estupor, tristeza y lágrimas de rabia en silencio. Como en aquella tarde calurosa del 13 de julio de 1997 en el arcén de la carretera de Boadilla tras escuchar en la radio que la banda había asesinado a Miguel Ángel Blanco. Estaba por entonces Juan en Madrid trabajando en los Filminutos que se incluían en el programa Magacine que presentaban Ana García-Siñeriz y Jaume Figueras en Canal + Televisión y veníamos de una noche de farra medida y en pos de la consigna que los antiguos griegos grababan en los frontispicios de sus templos: “Nada en demasía”.

En una suerte de sentido y hermoso obituario, contaba el periodista Mauricio Vicent, coautor con Padrón del tebeo autobiográfico Crónicas de la Habana: un gallego en la Cuba socialista, que aquel consideraba que en los babélicos e inextricables tiempos que le había tocado vivir, era fundamental moverse siempre con dos o tres tragos de whisky (la bebida del proletariado británico, decía para justificar su desafección al ron caribeño), pero sin llegar nunca a la fase borracheril, porque el alcohol es como las siete y media: “… si te pasas, la cagaste; si te quedas corto, es insoportable”.

Juan Padrón vivía siempre plantado en el donmendiano juego vil que no hay que jugar a ciegas. Bebía como una esponja cosaca, pero a cada sorbo su lucidez aumentaba y su capacidad para reproducir largos diálogos de películas japonesas, finlandesas o chinas cuyo doblaje había dirigido en el ICAIC (Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos), se incrementaba de forma prodigiosa.

Juan era un hombre bueno, afable, cordial, divertidísimo y genial que, como el Tío Alberto de Serrat, tenía de un niño la ternura y de un poeta la locura, deja un legado susceptible de enmarcar en la categoría de “culto”. El mismo Mauricio recuerda y evoca en unos trazos lo que supuso el estreno en Estados Unidos de Vampiros en La Habana en 1985: “… el deslumbramiento fue total. La película, que cuenta los avatares en La Habana de los años treinta de varios grupos de vampiros por el control de una fórmula que les permitía hacer vida normal y tomar el sol, se convirtió en un fenómeno de culto. Fue comparada por los críticos con El Gato Fritz o El submarino amarillo, y ello se debió a que Padrón creó un modo singular de hacer animación, imprimió una personalidad a sus historias -tanto por su estilo como por su humor- que lo hicieron único e identificable. Si existe una escuela de animación cubana -como existe una escuela cubana de ballet- se debe a Juan Padrón”.

Elpidio Valdés, cómo película, se había estrenado cinco años atrás, pero el personaje, un coronel mambí que al frente de un escuadrón de caballería lucha contra el imperialismo español, es mucho más antiguo. Tanto que hoy, viernes 14 de agosto, cumple cincuenta años. Nada menos que medio siglo de aventuras y peripecias del Ejército Libertador en su lucha por la independencia de la Metrópoli.

Claro que dibujar y dar vida a los “buenos” es bastante sencillo. El reto era retratar a los “malos” españoles y el gran artista lo consiguió al punto de conseguir que cualquier compatriota contemporáneo de los “rayadillos” hispanos se desternille de risa con las parodias de las andanzas y avatares que protagonizan.

Juan Padrón pasó meses leyendo diarios de campaña, estudiando el armamento y los distintos uniformes, los hábitos de lucha y de reposo tras el combate… todo. La idea fue creciendo y el trazo se fue afinando.

La tropa, carne de cañón que en su gran mayoría eran pobres campesinos y proletarios analfabetos o semi que no habían podido pagar la “redención en metálico”, luchaba desmotivada y con la moral en las ciénagas, confiando en que algún milagro acabara con aquella pesadilla. Entretanto, comentaban entre ellos cosas del tipo: “Nada, que te digo yo a ti, que no sé yo”.

Por su parte, la oficialidad, de cuyas dudosísimas probidad y rectitud dejó estremecedor testimonio escrito el entonces capitán médico y más tarde Premio Nobel de Medicina Santiago Ramón y Cajal, lanzaba bravatas despreciativas y casi nunca bien medidas contra los mambises macheteros. La soldadesca pelota salía entonces al quite con sentencias del tipo: “No se preocupe, mi teniente, que los vamos a hacer puré de talco”.

Con todo, la estrella siempre fue el general en jefe Resoplez, cuya orden favorita era: “¡Corneta, toque usted “A degüello”!”.

Volviendo a Vicent: “Los cubanos nacidos con la revolución no tuvieron Superman ni el Pato Donald, pero por suerte contaron con Padrón para sacarles del aburrimiento de los muñequitos soviéticos, que entonces se ponían en televisión. “Elpidio Valdés” se convirtió en el héroe cubano, y a Juan le llenaba de satisfacción”.

Y en esto, llegó la muerte y pisó su huerto. Así que te digo yo a ti, que no sé yo, y que hasta siempre, compay.

Miguel Ángel Almodóvar

Sociólogo y comunicador. Investigador en el CSIC y el CIEMAT. Autor de 21 libros de historia, nutrición y gastronomía. Profesor de sociología en el Grado de Criminología.

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