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Hipótesis de trabajo en torno al llanto del Niño Jesús

martes 25 de agosto de 2020, 07:45h

Jesús de Nazaret llora tres veces a lo largo de la peripecia narrada en el bestseller conocido como Holy Bible por Mateo, Marcos, Lucas y Juan. Es precisamente este último quien nos da noticia, en 11:35-37, de la primera y a través del versículo más corto de todos los Evangelios: “Jesús se echó a llorar”. Ha muerto su amigo Lázaro y Jesús llora por su propia pena y quizá también contagiado por la gran aflicción de las hermanas del finado, Marta y María. Vuelve a llorar cuando contempla en la lejanía a la Jerusalén pecadora que mata a los profetas o apedrea a los que le son enviados. Y llora, por último, en el Huerto de los Olivos y antes de su inminente crucifixión mientras suplica vehementemente a su padre, Dios Todopoderoso, que le salve de la muerte.

Es lógico pensar que, aunque los que le seguían solo apuntaran estos momentos, Jesús llorara desde el primer instante, al nacer, como todos los niños, para que el aire llegara a sus pulmones y, al poco, afectado por el dolor físico de la circuncisión, a lo que seguramente habría que añadir mil y una circunstancias relacionadas con la peligrosidad de las carpinterías de la época y situaciones innúmeras de padecimiento psicológico y espiritual inherentes al gobierno de Herodes I el Grande.

Todo lo que se sabe respecto a la infancia de Jesús procede de las deslavazadas notas de Mateo y Lucas entre los evangelistas canónicos y de un esfuerzo tocado por la muy intelectual impronta teológica del Papa Emérito Benedicto XVI. Dicho en breve, entre poco y nada, aunque no es difícil suponer que el Niño Jesús llorara por lo que lloran todos los niños: cuando creen que les han dejado solos, cuando se les niega un capricho, cuando van aprendiendo la empatía del dolor ajeno, cuando están confusos o coléricos o cuando no pueden expresar sus sentimientos. El llanto de un niño es la respuesta a situaciones de angustia que no puede resolver. Aunque es lógico suponer que el Hijo de Dios Niño disponía de muchos mayores y mejores resortes psicológicos que el resto de sus congéneres, también es razonable suponer que tratara de que los niños de Nazaret y alrededores no le colgaran el sambenito de rarito, pedante, marisabidillo y sabelotodo.

Actualmente y desde que en 1989 se pusiera en marcha la serie televisiva Los Simpson, sus seis centenares de capítulos vistos repetidísimamente en todo el mundo durante tres largas décadas, han proporcionado una respuesta sobre el asunto al inconsciente colectivo planetario. El Niño Jesús llora, como explican los hijos marcianos de Ned Flanders, Rod y Todd tras el inevitable “¡hola, holita!”, cuando escucha una mentira, aunque sea en la subcategoría de mentirijilla, trolilla o embeleco.

Claro que a otra escala se siguen manejando diferentes teorías al respecto. Por ejemplo, la periodista de inmersión, escritora y porno-ortógrafa Sabina Urraca considera que el quid de la cuestión se sitúa en el conjunto de reglas y convenciones que rigen el sistema de escritura habitual establecido por una lengua estándar. Así, su blog/fanzine Sopapo lleva el expresivo título de: “Tus faltas de ortografía hacen llorar al Niño Dios”.

Otro balbuceo de respuesta al casi teológico asunto lo aporta el artista malagueño Salvador Carabante, formado inicialmente como psicólogo y posteriormente licenciado en la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de Manchester, Reino Unido, tras un didáctico paso por Rusia aprendiendo técnicas de policromado de iconos ortodoxos.

Retornado a su ciudad natal se ha dedicado a diseñar vestuarios para obras teatrales, a la decoración en distintos ámbitos, a la docencia en el Museum of Islamic Art de Doha, Qatar, a pintar mucho y a confeccionar estatuillas en las que el Niño Jesús ha pasado a ostentar singular protagonismo: “Quiero verlo y sentirlo como a mí me hubiera gustado verlo y sentirlo de pequeño, de manera que trabajo con recuerdos alterados de un pasado probablemente inexistente. “Mi” Niño Jesús tiene erecciones, reflejas o condicionadas, como todos los niños, que para eso es Dios y hombre a la vez. Además, le encanta ir a fiestas gay con sus ojos bien pintados y correr con zapatos de tacón como se hace en los grandes acontecimientos festivos LGTB. Le fascina hacer el payaso. Definitivamente, a “mi” Niño Jesús lo que le hace llorar es lo terriblemente aburrida, “hater” y carente de sentido del humor que es la sociedad actual. Cuando trabajo en sus esculturas me doy cuenta de que está hasta el nimbo circular de lo políticamente correcto”.

La última mirada inquisitiva, al menos de momento, hay que dirigirla al saber antiguo del folclore popular y en este punto sobresale el villancico, probablemente pequeño fragmento de un romance devoto medieval, que el gran filólogo y dialectólogo Manuel Alvar recogió allá por 1984 en el municipio sevillano de Morón de la Frontera. Curiosamente y como ocurre con prodigalidad en estos días, son los abuelos los que se encargan de cuidar al Niño sin que se haga referencia al por qué de la ausencia de los padres. Aquí, el niño llora por la pérdida o extravío de un objeto muy valioso a sus ojitos y a su paladar: “Señor San Joaquín, / Señora Santa Ana, / ¿por qué llora el niño?/ - Por una manzana/ que se le ha perdido./ - Venga usted a mi casa,/ yo le daré dos:/ una pa(ra) este niño/ y otra pa(ra el)l Dios”.

En todo esto estábamos cuando en pleno confinamiento empezó a llorar lágrimas de sangre una figurita cerámica del Niño Jesús ubicada en una pequeña iglesia de la zona rural próxima a Acapulco, México; pero por si algo tuviere que ver con el bicho, lo desconsideramos y seguimos a vueltas con las hipótesis antedichas, abiertas, ni qué decir tiene, a cualesquiera otras igual o mejor fundadas.

Miguel Ángel Almodóvar

Sociólogo y comunicador. Investigador en el CSIC y el CIEMAT. Autor de 21 libros de historia, nutrición y gastronomía. Profesor de sociología en el Grado de Criminología.

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