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Malditos pelirrojos

martes 01 de septiembre de 2020, 07:00h

Seguramente usted opina que las ardillas son animalitos encantadores, cuyos gráciles movimientos salpican de divertida hermosura los parques y los paisajes arbolados. Estoy de acuerdo, también a mí me gustan, pero déjeme contarle que si viviéramos en la Edad Media esos adorables roedores le repugnarían y los llamaría “monos del bosque”. Diría que son criaturas estúpidas, dedicadas a dormir y jugar, perezosas, lúbricas y avaras, que almacenan más de lo que pueden consumir (grave pecado) y que a veces ni siquiera recuerdan donde escondieron la comida. La malignidad de su naturaleza se le antojaría tan a la vista, que creería que solo a los ciegos podría pasar inadvertida, y de manera altruista usted les explicaría la causa evidente: el pelaje rojo.

Piénselo despacio…los astutos y dañinos zorros tienen el pelo cobrizo igual que algunos traidores memorables (Caín, Dalila, Caifás, Judas…) y que ciertos personajes desvergonzados, capaces de venderse por un plato de lentejas, como Esaú. “He aquí que había mellizos en su seno. Salió el primero rojizo, todo velludo como una pelliza” (Gen. 29: 24-25) ¿No iban, pues, en el Medioevo, a considerar a los pelirrojos poco confiables si en su mayoría eran desleales, mentirosos y renegados? Usted y yo, que somos personas razonables, habríamos coincidido entonces en que no hay que fiarse de la gente pelibermeja, ni emparentar con ella, ni permitirle ocupar cargos eclesiásticos. No la habríamos querido ni en pintura, salvo para señalar con su rubicundez la malignidad de los ya de por sí muy malos. ¿Pero de dónde nos habría venido semejante recelo, hoy llamado rutilofobia? Pues de lejos y siempre del mismo sitio: del temor a lo distinto.

Lo diferente perturba, inquieta, se teme y de ese temor se sube (o se baja, según se mire) al escalón del rechazo. Convertimos al distinto en “el otro”, en la otredad (otherness) repudiada y repudiable. De ahí que muchas minorías a lo largo de la Historia hayan padecido el estigma de la otredad, sufrido rechazo y hasta persecución. El grupo hegemónico (normalmente mayoritario) es quien, en su pretensión de homogeneidad, establece la pauta de lo normal. Y la criatura pelicobriza, con su sola presencia, altera esa pauta porque posee una diferencia inocultable. Ese es el motivo de que la rutilofobia sea tan antigua y se remonte, según historiadores y antropólogos, al legendario Egipto, donde Set -el dios identificado con el principio del mal- era pelirrojo y exigía el sacrificio de seres humanos también pelirrojos.

No crea que a los griegos les hacían gracia “los colorados”. En los tratados de fisonomía del siglo III antes de nuestra era se los describe como crueles y falsos. Y el historiador griego Díodoro Sículo, aseguraría dos centurias después, que en el principio de los tiempos era costumbre sacrificar pelirrojos al monstruoso y pelirrojo Tifón (hijo de Gea y Tártaro), enemigo de Zeus. ¿Los romanos? Variaron el enfoque y resolvieron el rechazo a los pelirrojos convirtiéndolos en objeto de burlas y chanza, de suerte que en el teatro, el pelo rojo o la alas rojas pegadas a la máscara identificaba siempre a bufones o a esclavos. No olvide que a los romanos, en su afán de romanizar el mundo, los colorados bárbaros se les habían resistido de forma también bárbara.

Se preguntará si esta actitud desdeñosa hacia los pelirrojos se daba solo en lugares donde estos constituían una rareza de la especie. Lamento decirle que los escandinavos y los germanos tampoco los apreciaban particularmente. Y es que aunque en estos pueblos, los individuos portadores de la variación del gen MC1R, responsable de su ígnea tonalidad pilosa, no son infrecuentes, sí que son minoría, y quizá por eso, también allí tuvieron que soportar el estigma de que se los asociara a los malos del panteón nórdico, que como habrá adivinado, son pelirrojos. Me estoy refiriendo al violento y temido dios Thor y a Loki, el demonio del fuego, padre de muchos monstruos.

Con estos corintos mimbres del imaginario colectivo estaba cantado que en la Edad Media los malos, desde el siglo IX al XV, iban a ser pelicobrizos. De entre los malos más bermejos que en el mundo han sido se encuentra Judas (a menudo era, además, zurdo y de labios negrísimos a causa del beso traidor). La especialista en arte medieval, Ruth Mellincoff, escribió abundantemente sobre la maldad de los pelirrojos medievales en general, y sobre la de Judas en particular. Dos de sus trabajos más reveladores son Outcats. Signs of otherness in Northern European Art of the late Middle Ages y Judas´s red hair and the jews.

Le advierto que la perfidia pelirroja no se circunscribió al ámbito de la escultura, pintura e iluminación de manuscritos, también afectó, como era de esperar, al contenido de estos (puede que fuera al revés, chi lo sa). Los felones, los rebeldes, los usurpadores y las adúlteras de las leyendas épicas y de las novelas caballerescas y corteses son con mucha frecuencia pelirrojos. Ganelon, el traidor en la Canción de Rolando lo es. También Mordred, el hijo traidor del Rey Arturo. Y en El caballero de la rosa, Gwenell, la esposa adúltera de Thumberland, tiene “la caballera tan roja y enmarañada como una zarza ardiendo”. No olvide las brujas… muchas sospechosas de brujería fueron mujeres de cabellera roja, pues rojas son las llamas del infierno, que de infierno, de destrucción y de fuego va todo esto: relea el mito de Seth, de Tifón, de Tártaro, de Loki…y extraiga el común denominador.

Todavía hoy los críos pelirrojos sufren acoso escolar a causa de su cabello y sus pecas. Soportan agresiones y “bromas” como que dan buena o mala suerte. Argentina y México son países muy tóxicos para los pelirrojos y en el mundo anglosajón la tolerancia hacia ellos continúa siendo incompleta. Por eso es que los gingers también tienen su “día del orgullo rojo”. El gingers day -siete de septiembre- está al caer. Bíblicamente hablando, el siete es el número perfecto. ¿A qué es un buen desquite?

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